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jueves, 29 de octubre de 2015

La bruja de Nerudova






El otoño comenzaba a sentirlo en la piel mientras bajaba la pendiente del castillo hacia Nerudova.  Hacía días que había decidido tomar ese camino para llegar a Mala Strana en vez de atravesar el Callejón del Oro, contraviniendo los consejos de su madre, pero es que el callejón le parecía demasiado sombrío a esa hora de la madrugada. No es que hubiese más movimiento a esa hora por el barrio, pero al menos, las fachadas de los palacios eran bonitas y armoniosas y eso hacía la caminata más llevadera. Lo llamaban el Camino Real y él lo recorría a diario, “pero en vez de corona, llevaba un cesto con pasteles”, pensó y sonrío.  A pesar de verlos a diario, le llamaban la atención los símbolos con los que se identificaban las casas: el león, los violines, los cisnes… 
-  ¡Joven! ¿te quedan pasteles de crema?
Oyó la voz de una mujer que le pareció que venía de la casa de los soles.  Se detuvo en seco y giró la cara hacia la casa, pero no vio a nadie.  Cuando iba a reanudar el paso volvió a oír la misma voz con la misma pregunta y de nuevo buscó hacia el mismo lugar. Nada.  Pensó que tal vez era alguna criada levantada a esa hora para sus labores que tenía ganas de bromas, por lo que no hizo mucho caso y continuó su camino.  A los pocos pasos se encontró de frente, sentada en un pequeño muro, a una mujer cubierta con una capa roja, cuya capucha no dejaba ver con claridad su rostro y en la mano una mugrienta bolsa de tela.  Se sobresaltó y no atinó a decir nada.  La mujer, con una voz más suave y un tono muy bajo le volvió a preguntar:
- ¿Te quedan pasteles de crema?
- Me han quedado dos pasteles, pero no los puedo vender. Estos pasteles se hace solo para la reina - le contestó el joven.      
 - Y entonces, ¿para quién son esos dos que te han sobrado?  
- Señora, estos pasteles se los llevo a mi madre.  

- Pero,  ¿acaso es tu madre la reina?
- No, pero mi madre está enferma y postrada en la cama.  Solo la veo sonreír cuando le llevo los pasteles.  
La mujer dejó caer la capucha sobre sus hombros y apareció su rostro iluminado por la luz tintineante de una farola.  Era muy joven y a él le pareció realmente muy bonita.  Le llamó la atención el camisón que se asomaba al movimiento de la capa; estaba manchado de hollín.
- No me los vendas pues, regálame uno. Hace mucho tiempo que no como un pastel de crema.
Luka se sintió hipnotizado por los ojos de aquella mujer que brillaban como si tuviera fuego en ellos. Sin darse cuenta abrió el cesto y sacó uno de los pasteles y se lo ofreció sin dejar de mirar fijamente aquellos ojos.  La mujer estiró su brazo y abrió la mano. Tenía la piel muy blanca, casi tan transparente que se podía apreciar el azul de sus venas.
- Eres un buen chico - le dijo la mujer rozándole la mano.
Luka notó la frialdad de aquella mano y un escalofrío recorrió su cuerpo.  Claro que, hacía mucho frío a esa hora y no le resultó extraño.  Se sintió muy bien al ver como la dama disfrutaba con el primer bocado que le dio al pastel
- Dígame,  ¿qué hace sola en esta calle en plena madrugada? 
- Voy a recoger carbón.
Comenzaron a descender la calle caminando muy despacio.  El aspecto del barrio parecía muy lúgubre, con los árboles deshojados y la niebla que cubría parte de los palacios y que no dejaba ver el final de la calle.  De vez en cuando se oía el maullido de algún gato o el tropel de alguna rata huyendo.


- A  mi madre no le agrada que venga por este barrio. La gente cuenta que en la madrugada hay apariciones.
- Praga está llena de leyendas, forma parte del entretenimiento de los que no tienen nada más interesante que hacer. Pero dime, ¿Qué se cuenta de esas apariciones?
- ¿No habéis oído nunca la historia de Matylda?
- ¿Matylda? No.  ¿Me la queréis contar?
- Matylda era doncella de la reina María. Vino con ella desde Viena siendo muy jovencita.  Su padre fue jardinero de palacio y cultivaba hierbas curativas para los médicos de los reyes.  La niña creció aprendiendo a distinguir y cuidar esas hierbas, pero como doncella no le estaba permitido esa ocupación, por lo que en un recodo del jardín de la reina hizo un pequeño huerto para tener sus hierbas.
La mujer le oía con atención mientras disfrutaba del trozo de pastel que aún le quedaba.
- La reina se enteró de esto, pero lejos de regañarla la animó a que continuara  haciéndolo y hasta, a veces, le pedía alguna hierba para sus jaquecas.  Se convirtió en costumbre que la reina rechazara las atenciones de los médicos y con más frecuencia pidiera a Matylda alguna tisana o cataplasmas para sus dolores de espalda.  Los médicos comenzaron a quejarse de esto a los más cercanos al rey y cuando tuvieron oportunidad lo hicieron directamente a su majestad.  Un día, el pequeño príncipe amaneció con una fiebre muy alta. Se movilizó todo el palacio, porque se trataba del heredero.  El rey mandó llamar a los médicos y estos no sabían el por qué de esa fiebre. La reina le dio instrucciones a Matylda para que preparara infusiones y cataplasmas, esto delante de los médicos que protestaron y dijeron a la reina que el príncipe no se curaría con brujerías.  La doncella se puso a trabajar con sus hierbas e iba del huerto a la cocina sin dejar de afanarse en seguir las órdenes de la reina.  El pequeño príncipe murió en la madrugada del día siguiente y casualmente, uno de los médicos encontró entre las hierbas un hongo venenoso.  Acusaron a Matylda de brujería y por mucho que ella jurara que ese hongo no lo había dejado allí, fue sentenciada a morir en la hoguera sin que la reina hiciera algo por ayudarla.  En la plaza de Staré Mesto la quemaron y su cuerpo estuvo expuesto varios días.
- Y ¿por qué se cree que es Matylda la aparición? -  preguntó ella.
- Porque ella era inocente y busca venganza para poder descansar en paz.  ¿Conocéis a Pavlob, el criado de la casa de los cisnes? Una mañana amaneció arrastrándose por la calle con el pelo completamente blanco, la piel arrugada como un anciano y balbuceando solo una palabra: la bruja.  Ha pasado algún tiempo, pero entonces tenía tan solo veinte años.
- También he oído que le negó agua a una sedienta mujer que se acercó a él y le tiró piedras para alejarla de aquella casa.
- Eso no lo había oído nunca -comentó el joven. 
- Tal vez su alma oscura le dominaba y su propio miedo  lo castigó – concluyó ella.
Ya se aproximaban a la entrada del Puente Carlos cuando ella se detuvo mirando la puerta con amargura.
Hasta aquí te acompaño - le dijo al joven.  Cruzar el puente y recorrer la calle Karlova siempre me ha parecido un via crucis.
- ¿Queréis que os acompañe hasta donde vais a recoger el carbón?
- Te lo agradezco mucho. Ya has sido muy gentil regalándome un pastel, pero esa tarea la tengo que hacer yo sola.
La mujer movió sus manos y extrajo del saco un pequeño paquete y se lo puso en la mano a Luka.
- Cuando llegues a casa, haz una infusión para tu madre con lo que hay aquí.  Mañana sonreirá por mucho más que por los pasteles que le lleva su buen hijo.
Se giró para volver por el mismo sendero por donde habían venido.  El joven bastante desconcertado solo atinó a mirarla irse mientras se perdía entre la bruma y entonces le gritó: 
- Me llamo Luka.  No se vuestro nombre…
Enmudeció cuando se dio cuenta que la capa no tapaba los pies de la mujer y… no caminaba, iba levitando.
- Matylda.
Autor: Nerea Acosta (@lenenaza) 



"Mirándonos, señora, me confundo, pues todo el que contempla vuestro 
hechizo decir no puede vuestras gracias bellas"

Luis de Camöes 



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