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miércoles, 8 de enero de 2014

Eligiendo el camino

Tenía los ojos muy oscuros… eso y aquella mirada tan profunda, le hacían parecer un hombre muy interesante. Su barba de dos o tres días le daban un aspecto desaliñado pero intencionado; lo conjuntaba con un corte de pelo que complementaba una imagen muy varonil. Aquellos tejanos desgastados, la camisa abierta sobre una camiseta negra. Ah…eso si, había algo que no cuadraba, aquellos zapatos relucientes y a la vista, bastante caros.  Miré a los míos, mis Converses parecían venir de una batalla.

Eso fue lo que me atrajo de él. Lo vi por primera vez en la gelateria que está cerca de la Piazza della Signoría… si, en Florencia. Ambos esperábamos a que nos atendieran. Pude percibir como él estaba haciendo lo mismo, me estaba detallando. Cuando se dirigieron a él para preguntarle  lo que deseaba, respondió “primero la señorita” -¡Oh Dios, era español! Le sonreí y pedí.  Al irme, me giré y le di las gracias. Caminé hacia la plaza, necesitaba hacer tiempo para entrar a la Academia, cuando ya no hubiese colas y menos gente dentro del museo. Es una sensación indescriptible comer un helado debajo de la réplica del David de Miguel Ángel, es aún más indescriptible, sentir que alguien te está mirando y suponer de quién se trata o, quizás, era lo que yo estaba deseando.

Quería tomarme todo mi tiempo para hacer la visita. Me gustaba viajar sola, a mi aire, haciendo lo que me apetecía en cada momento. Había planificado tanto aquel viaje, había ahorrado tanto, privándome de cualquier capricho, que no podía perderme ningún detalle. Paseaba admirando todo lo que iba apareciendo ante mis ojos. Yo misma, con toda intención, estaba retrasando el momento de encontrarme ante el David, el original, el que había salido de las manos del escultor. Llegué a él y allí quedé clavada al suelo ante él. Después de un rato, sentí como alguien se paraba a mi lado, haciendo lo mismo que yo, admirando. No me di cuenta de quién era hasta que me dijo “es lo más perfecto dentro de la imperfección” Allí estaba y con toda seguridad, no era una casualidad.  El recorrido que restaba lo hicimos juntos.  Él, como si conociera de memoria cada rincón del museo. Terminamos cenando en una Trattoria frente al Duomo. No podía ser más agradable la noche; el decorado, las velas, un Chianti exquisito y Miguel, que resultó ser aún más interesante y divertido que lo que había intuido. Hablamos de tantas cosas, que el tiempo desapareció y llegó casi la medianoche. Como  todo un caballero, me acompañó hasta mi hotel. Nos despedimos, no sin antes, darnos los números de teléfono.

Me levanté temprano, tenía que coger el tren a Siena para pasar allí la mañana y luego seguir, en autobús hasta San Gimignano. Me senté a desayunar en una pequeña mesa, casi oculta por una columna. “¿La puedo acompañar señorita?” fue tanta la impresión que tuvo que reflejar mi cara que, él soltó una sonora carcajada. Me contó que una vez que yo había desaparecido en el ascensor preguntó al recepcionista si tenía habitaciones libres y esa misma noche había cambiado de hotel.  Miguel tenía un coche alquilado y a partir de ese momento, comenzó realmente el viaje que había soñado.  Recorrimos La Toscana en toda su extensión, con él no solo vi los paisajes verdes que tanto había visto en imágenes y que me parecían inalcanzables, visitamos rincones mágicos y muy románticos, viví los días de amor más hermosos que mi memoria atesora. Todo era como un sueño, todo era ideal, tanto, que decidimos no volver a separarnos.

Se terminaron aquellos maravillosos 17 días y regresamos a España. Arreglé todo en mi ciudad, metí mis trapitos en una maleta, me despedí de la familia y amigos y me fui a prolongar aquellos días de amor junto al Miguel que había conocido en Florencia. Era un prestigioso abogado en su ciudad. Tenía un status social bastante alto y se codeaba con gente muy importante. Ya no lo volví a ver vestido de la forma informal que lo había conocido, ni siquiera, en algún fin de semana. Su imagen era imponente además de elegante. Entre todas sus actividades estaban las cenas y recepciones a las que era invitado y a las cuales comencé a ir con él. Dejé en el armario mis tejanos, camisetas y zapatillas deportivas, todo fue sustituido por elegantes vestidos de marca, glamurosos trajes de noche y siempre… tacones de vértigo.

Al principio, la novedad no me importó, yo solo quería estar con él. Con los meses empecé asentirme muy triste y desubicada, yo estaba acostumbrada a moverme en ambientes de arte y sobre todo, a no sentirme limitada por ningún tipo de apariencia. Miguel pasaba todo el día en el bufete y yo quería volver a trabajar. Él me pedía comprensión y me decía que no desesperara, que no tenía ninguna necesidad de trabajar estando con él. Una mañana me llamó desde su bufete y me dijo que nos encontraríamos en un Restaurante del centro para comer juntos. Yo no tenía ganas de vestirme de señora, por lo que me puso unos tejanos con una camiseta blanca y unas manoletinas. Cuando llegué, ya estaba él sentado pero, no solo, le acompañaba una pareja. Me acerqué a ellos y cuando Miguel se giró, me miró de arriba abajo y pude ver una mueca en su cara. Estuvo muy incómodo y cortante durante toda la comida, a pesar de que yo intentaba parecer muy agradable y correcta. Terminada la comida, me fui a casa y a los pocos minutos de llegar, me llamó él; su primera expresión fue: “¿por qué has ido a comer como si fueras al mercado?” “ tienes ropa suficiente como para vestir como debes, lo sé, porque yo la he pagado”.

Autor:  Nerea (lenenaza)
No le respondí nada. Colgué el teléfono, estuve un rato con la mente casi en blanco, recostada en el sofá, encendí un cigarrillo y me dije “cuando haya terminado de fumarlo, tomaré una decisión”.  Terminé de fumar pero, aún no sabía qué hacer. Le amaba y sabía que él me amaba a mí, pero sabía que si permitía que me tratara de esa manera una primera vez, ese amor se convertiría en sometimiento por mi parte y dominio por la suya . Miré alrededor y entonces, posé mis ojos en el armario del pasillo que estaba medio abierto. Vi mis viejos Converses… esa era la respuesta. Me los calcé, recuerdo que sonreí y recordé lo que yo había sido antes de entrar en aquella casa. Me fui, solo le dejé una nota:

"Hoy he comprendido que unos tacones no me hacen más alta en mi autoestima, me gusta sentir el suelo cerca de mis pies"

                                                                       Nuria

        

"No hay mejor medida de lo que una persona es que lo que hace cuando tiene completa libertad de elegir".
              William M. Bulger



2 comentarios:

  1. Y es que cuando queremos cambiar, aún creyendo estar convencidos de ello, no solo cuesta, sino que al final nos damos cuenta de que no podemos, y más, si encima nos viene impuesto, por mucho que queramos a alguién......soy de la opinión que querer, es querer tal y como se es, punto y final........

    Nuria, tomó la decisión correcta....nadie le quitará ese maravilloso viaje, lo que vió y lo que vivió......

    Me encantan tanto tus letras!!!!...por algo eres mi VIP favorita....;-)

    Millones de besos y más, querida Nerea....

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  2. Eso se lo dirás a todas ;-)))
    Tienes razón, nada que sea impuesto será duradero. El amor puede ser asfixiado por una situación que sea contraria a nuestras convicciones. Está sentenciado nada más comenzando el camino.
    Nunca he entendido como te puedes enamorar de alguien y luego pretender cambiarlo, entonces ¿qué te enamoró? Hay conductas
    innatas que no se cambian por agradar, nunca cambian y aunque cause dolor, no podemos dejar de ser quienes somos porque tampoco estaríamos siendo sinceros con la persona que amamos.

    Gracias Max. Desde que soy VIP siento un punto de fanfarronería que ni yo misma me aguanto. Un beso.

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