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jueves, 2 de octubre de 2014

Desde el jardín de Vesta


La sensación de volver a estar hurgando en la tierra con sus herramientas, a todas vista bastante rudimentarias para la búsqueda de tesoros, era lo que realmente le daba sentido a sus días. Paula se encontraba de nuevo excavando en la ciudad que para ella guardaba aún más secretos que los que ya se conocían. Se encontraba en Roma, donde cada palmo de tierra escondía un trozo de historia. Buscaba con tanto celo, que cualquier contacto con un objeto enterrado le causaba una gran emoción, aunque al final resultara ser una simple piedra.
La mañana avanzaba y sintió que su pequeño pico había tocado con algo. Lentamente y con mucho cuidado fue separando la tierra que lo cubría hasta que pudo divisar un trozo de mármol que logro extraer, no sin algo de esfuerzo. Volvía a sentir esa emoción por la que estaba allí. Lo limpió con su cepillo y pudo entonces leer lo que quedaba de una inscripción: “Lucilla Vestae” .Por la zona de la Necrópolis de Ostia Antica donde se encontraba excavando, dedujo enseguida que pertenecía a la tumba de una mujer de alguna familia noble o pudiente. Lo que la dejó llena de curiosidad fue la referencia a Vesta. Siguió con su trabajo, pero de vez en cuando miraba hacía la tablilla de mármol. Una vez registrado su hallazgo y bastante satisfecha, se marchó al pequeño apartamento en el Trastevere, donde vivía mientras estaba en la ciudad.
 Su curiosidad era la que la había llevado a su profesión. Investigar, indagar, buscar hasta donde le llevara esa curiosidad, era su forma de vida. Aquel trozo de tablilla había despertado en ella la necesidad de querer saber más y por eso comenzó a buscar información en los diferentes archivos conocidos que le pudieran llevar hasta una respuesta. Se sabía mucho sobre el significado e importancia de las vestales en la historia de la Antigua Roma, pero muy poco de la historia individual de las sacerdotisas. Estaba claro que se trataba de una vestal, pero ¿enterrada en Ostia, tan lejos de Roma?  Tal vez fuese hija de algún adinerado comerciante de ese puerto o que hubiese decidido retirarse a aquel lugar después de haber cumplido su sacerdocio. Muchos historiadores de la época narraban que no había sido fácil para ellas iniciar una vida después de dedicar 30 años a cuidar del fuego sagrado de Vesta.
Después de varios días de búsqueda sin encontrar nada en concreto se sentía frustrada. Sentada frente a su portátil redactaba sus informes con el sentimiento de estar haciendo algo que quedaba incompleto. Terminó el informe, cerró la pestaña y se quedó mirando a la pantalla. Un impulso le hizo abrir una página en blanco. Se levantó, preparó café y se volvió a sentar con deseos de escribir, se sentía inspirada y creativa.
"Lucilla era llevada de la mano del Pontifex Maximus hasta el templo. Había sido elegida entre las veinte postulantes. A sus seis años dejaba de tener familia para convertirse en sacerdotisa de Vesta. No entendía bien que estaba sucediendo. A esa edad, sólo se quiere jugar y sentir el calor de los brazos de una madre o la autoridad del Pater. Dejaba atrás a sus hermanos y a Lucio, el pequeño esclavo de apenas unos años más que ella, con el que jugaba a escondidas de los ojos del resto de la casa y que la llamaba Lilla. Sentía un dolor muy fuerte en su pequeño pecho cuando recordaba que esa mañana, antes de ir al Foro, Lucio se acercó a ella y le dijo “te esperaré siempre”  Ahora entendía por qué le había dicho aquello. Ahora ya no volverían a jugar juntos, ni volvería a esconder dulces para él y sintió ganas de llorar, pero no podía hacerlo, “Las vestales nunca deben llorar”  le habían dicho. 

Lucio lloraba. Ese día más que cualquier otro sintió su situación de esclavo. Se habían llevado a su Lilla, aquella pequeña y hermosa niña que tanto quería y él, también tenía que irse. Su amo lo había entregado a un mercader griego como pago de una deuda. Estaría aun más lejos de ella, no la podría ver ni tan siquiera de lejos mientras ella estuviera en alguna ceremonia. Se fue tranquilizando a medida que pensaba que de alguna forma regresaría a Roma para reencontrarse con ella y cumplir su promesa. Esa misma tarde salió de la ciudad en una pequeña caravana de navíos que iría por el río hasta llegar a Ostia, para luego proseguir en uno mayor que le llevaría hasta Atenas.
La pequeña Lucilla se iba haciendo mujer aprendiendo todas sus obligaciones de vestal. Mientras cumpliera con la disciplina de la casa, sería respetada y considerada, aunque todo esto se hiciera con la ausencia del afecto que da una familia. Aprendió a leer y escribir. Las lecturas eran solo aquellas permitidas por las normas y la escritura, sólo la utilizaba para registrar los testamentos o propiedades de las cuales las vestales eran guardianas. Mantener limpias las deidades, preparar Mola Salsa y asistir a las ceremonias religiosas o los juegos era toda su rutina. La prioridad de sus labores era mantener el fuego de Vesta siempre encendido. Después de tantos años, todavía sentía miedo cada vez que le tocaba su turno de cuidarlo y mantener la llama. Era en aquellos momentos cuando más sola se sentía y cuando, machaconamente, recordaba aquella promesa. 
Lucio tuvo la suerte de llegar a una familia que lo trató con mucha consideración. Tenía la misma edad que uno de los hijos de su amo y aún sin olvidar que era un esclavo, se sintió diferente en cuanto al trato que recibía. Su amo pronto vio en él a un niño vivaz e inteligente, le permitió aprender a leer y escribir junto a sus hijos. Pronto destacó por la rapidez con los números y lo convincente que era con la palabra. En poco tiempo ya hacía los mandados del amo, aunque este en muchas ocasiones se enfadaba, porque Lucio, sin calcular el tiempo, lo perdía en el Ágora oyendo los discursos de algunos oradores.  El esclavo nunca olvidó la promesa que hizo a la sacerdotisa. Sabía que, al menos una vez al año, su amo mandaba su refinado aceite de oliva para las mejores familias de Roma. Soñaba con ser él quién hiciera alguna de esas encomiendas.
En pocos días saldría el envío de aceite para Roma. Estuvo muchos días dándole vueltas a una idea sin atreverse a ejecutarla, temía que eso pudiera perjudicar a Lucilla. Ya faltando poco para que partiera el navío, una vez que él mismo ayudó a cargar, se decidió y se dirigió a uno de los esclavos que iría en la comitiva. Le entregó un trozo depergamino envuelto con un pedacito de cinta que hacía años atrás, había estado en el pelo de la niña y que el guardaba como un tesoro. Le susurró al oído su encomienda al esclavo y se tranquilizó cuando este le sonrió.  Sin haber sucedido nada aún, sentía que era el primer contacto que tenía con ella después de tantos años. Durante días, el esclavo estuvo acechando el templo, tenía que saber primero quien de ellas era Lucilla. Cuando estuvo seguro se acercó con mucha discreción. Lucilla tenía que cuidar del fuego durante la madrugada, eso le favorecía para su cometido. “Dómina, dómina”  oyó una voz que provenía desde el umbral del templo llamándola, se asustó y se colocó detrás del pedestal de la estatua de la diosa. “Dómina, dómina”   Lucilla se acercó y preguntó quién era. El esclavo solo le contestó “Tengo una encomienda para la dómina. Mañana volveré por la respuesta”  extendió la mano y dejó caer el pequeño paquete en el suelo del templo. Lucilla temblaba, no sabía que hacer hasta que, después de un rato se decidió a cogerlo. Ya cuando vio la cinta le recordó otro tiempo, al abrirlo, desplegó el pequeño pergamino y pudo leer “Te esperaré Lilla” .Entonces lloró. Podía llorar, nadie la veía. Durante el tiempo que estuvo sola releyó aquellas tres palabras muchas veces. Ahora tenía que buscar cómo esconder aquel mensaje, nadie podía verlo o sería castigada cruelmente. Cuando volvió a la casa vestal se dirigió  al jardín y eligió la estatua de Minerva para hacer un pequeño hoyo a sus pies y esconder allí su tesoro.  Ese día apenas pudo descansar, su cabeza daba mil vueltas y tenía que preparar una respuesta para Lucio, pero ¿cómo? Sólo había pergamino en la sala de los registros y ese día no se esperaba a nadie para poder hacer uso de un trozo. Al volver a su austera celda, decidió cortar un trozo de su orla púrpura y envolverla con la misma cinta. Él entendería su mensaje.  
Los años iban pasando y el tesoro que Minerva cuidaba en el jardín iba creciendo. Le gustaba sentarse en un banco de mármol que estaba frente a la estatua, allí soñaba con el día en que dejaría todo aquello. Vesta estaría orgullosa de su servicio, porque esto que le estaba sucediendo no era obstáculo para su devoción. Parecía mirar a la diosa Minerva, pero en realidad miraba al pequeño tiesto con un rosal que se posaba a sus pies, el que cubría su secreto. Le parecía que el jardín ahora era más hermoso y lleno de sol, aún en el crudo invierno de Roma. El amo cumplió con su promesa y le dio la libertad a Lucio junto con unas cuantas monedas y algunas vasijas de aceite que le permitirían empezar la vida que llevaba planeando tantos años.  Volvía a Roma, habían pasado los 30 años de espera y pedía a los dioses que les dieran a él y a su amada un tiempo para poder vivir juntos todo lo que hasta entonces se les había negado.

 Era su última noche en el templo. Sentía que esa noche tendría que adorar más a su diosa, limpiarle todo el hollín que la manchaba, postrarse a sus pies para darle las gracias y pedirle que no demorara mucho la llegada de Lucio. “Dómina, dómina”  Oyó una vez más “Déjalo en el suelo” contestó ella. “Dómina, Lucio me pidió que esta vez os lo entregara en la mano”  Lucilla pensó que era la última noche y que a Vesta no le importaría. Se acercó hasta el umbral de la puerta y oyó “Ya estoy aquí Lilla”.
Ostia fue el lugar donde empezaron su vida. Allí Lucio pudo emprender un lucrativo negocio de aceite y poner en práctica lo que, como comerciante, había aprendido de su amo. Lucilla, pudo ser una mujer sin obligaciones ceremoniales, comenzó a vivir las situaciones cotidianas que veía desde la litera cuando pasaba por el foro. Por fin su cuerpo recibió los perfumes que emanaban de las matronas cuando iban a hacer sus ofrendas a Vesta. Ya no vestía aquella túnica blanca con la orla purpura, ni tenía llevar  en su cabeza la vitta, ni la ínfula, ahora ella escogía sus telas y adornos, pero por encima de todo, podía amar en libertad, sin que eso fuera un pecado que podía ser castigado con la muerte. En Ostia, por fin, Lilla y Lucio fueron libres”.
El sol se asomaba ya por las rendijas de la destartalada ventana de su apartamento. Paula se recostó en la silla, estiró los brazos y dijo en voz alta, para oírse a sí misma: “Creo que me da tiempo de descansar un poco, ahora Lucilla tiene una historia
 Autor: NereaAcosta (@lenenaza)

"El valor, la buena conducta y la perseverancia conquistan todas las cosas y obstáculos que quieran destruirlas y se interpongan en su camino".
Ralph Waldo Emerson


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