La palabra amistad la podemos definir como el afecto personal, puro y desinteresado que tenemos por otra persona y esta misma persona hacía nosotros y que nace y se fortalece con el trato. A partir de esta definición podemos clasificar a la gente de nuestro entorno, tal y como lo hacía el escritor catalán Josep Pla, entre amigos, conocidos y saludados.
Esta clasificación es de lo más acertada ya que
en muchas ocasiones utilizamos la palabra amistad de una forma mal entendida englobando en ella a todo tipo de relaciones. Incluimos a
aquellos con los que vamos a tomar unas copas y poco más, aquellos con los que
solemos charlar pero cuyas conversaciones son banales y superfluas, y a unos
pocos, en realidad, muy poquitos, a los cuales si podemos darles el apelativo
de amigos. Son aquellos que, pase lo que pase, el tiempo que pase, y como pase,
siempre los tendremos ahí. Son aquellos que no desaparecen en las situaciones
difíciles de nuestra vida, y que ante
éstas, no se escabullen o diluyen como el agua, y que nos brindan su ayuda y no
una palmadita en la espalda con la típica frase de "todo saldrá bien” mientras
cogen la chaqueta para salir corriendo por la puerta antes que les puedas pedir
algún tipo de favor o ayuda. Esos son
los verdaderos amigos, y es en situaciones complicadas, difíciles, y en ocasiones,
traumáticas, cuando descubres a quien puedes llamar amigo. Y es en estas circunstancias, cuando te puedes llevar una grata
sorpresa al descubrir que alguno de los que considerabas como conocido o
saludado está a tu lado, sin esperar
nada, sin exigir nada a cambio.
Es curioso pero podemos tener muchos, muchísimos más conocidos que amigos,
incluso solemos verlos con más frecuencia. Quedamos con ellos para alternar, para
pasar nuestros ratos de ocio, pero a los cuales rara vez les confiaríamos algo
más que un chisme o chascarrillo de bar,
pero a pesar de ello les denominamos
amigos.
Y luego está el resto, aquellos a los que les dedicamos un “hola”, un
“adiós”, un “buenos días”, un “hasta luego”… que les conocemos de algo, pero nunca recordamos el qué, el cuándo, el dónde, el cómo ni el porqué.
En conclusión, amigos tenemos pocos,
conocidos muchos y saludados muchos más y siempre puede pasar, que la falta de tiempo
que siempre alegamos pero que mal gastamos en las más variopintas absurdeces,
el desidia, la falta de voluntad y un orgullo mal entendido hace que un amigo pase
a ser un conocido y de allí... a un simple saludado.
Autor: Carmen (@Persefone123)
"Algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud"
Aristóteles
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