Su carácter se iba agriando con el paso de los días a causa de ese falso júbilo e hipócrita felicidad. En la oficina, después de comentar esos fingidos gestos de solidaridad que sólo se producían en esta época del año, se alardeaba de planes para exóticos viajes, de carísimos menús navideños, y de ostentosos regalos... y ella sólo podía pensar cuanta falseda, hipocresía y dispendio.
Y llegó la noche que la tradición dice que deber ser la más buena… un compromiso inevitable, ineludible, sin posible excusa. La duración del trayecto desde su casa hasta el lugar de celebración de la cena no excedía de los treinta minutos, los cuales se le hicieron eternos. Su pareja intentaba animarla con una conversión trivial obteniendo sólo monosílabos como respuesta y un rictus fúnebre como contestación a su animosa mirada. Llegaron a su destino, llamaron a la puerta y cuando la abrieron, ella ya llevaba impostada la mejor de sus sonrisas, una sonrisa que reflejaba el suplicio que le suponía asistir a esa velada.
Y allí estaban todos, padres, madres, suegros, suegras, hijos, hijas, nietos, nietas, nueras, yernos, cuñados, cuñadas, tíos, tías, primos, primas… todos juntos en aparente armonía y felicidad. Después de los protocolarios saludos y felicitaciones de rigor se sentaron en la mesa, según las filias y fobias de cada comensal. Lo primero, los entrantes, compuestos de las más suculentas delicatesen, acompañadas de exquisitos caldos, a pesar que la mayoría de los invitados no sabría distinguirlos de un simple vino de mesa. Después vinieron el pescado y el marisco, todo fresco, porque lo congelado no era digno de esa real mesa. Siguieron las carnes, los postres y los típicos dulces navideños, todo ello regado con más variada gama de bebidas alcohólicas.
A media que el ritmo de comida y bebida iba en aumento, la falsa careta con la que todos habían iniciado la cena se iba cayendo. Aquellos que no se soportaban dejaron de lado esa falsa armonía para pasar a comunicarse a base de miradas asesinas y de claro desprecio. Las conversaciones sobre los temas que se consideran tabú para ser hablados en una mesa comenzaron a derivar en discusiones subidas de tono donde el pensamiento mayoritario acababa reprimiendo al minoritario mandándolo callar sin argumentos. Resurgieron las rencillas, los recelos y los reproches. Los silencios entre aquellos familiares que sólo se veían aquella noche durante todo el año comenzaron a hacerse eternos. Y todo ello era amenizado con las historietas, los chistes y las anécdotas de siempre acompañados de los más horrorosos villancicos.
En definitiva, todo seguía igual que siempre… y ésta vez decidió que sería el último año de ese paripé, de ese hipócrita teatrillo de falsa paz y unión familiar. Pero entonces, vio la cara de su madre, sonriente, y llena de alegría y felicidad, y comprendió que el año siguiente volvería a ser partícipe de esta fingida postal de navidad.
Autor: Carmen García (@Persefone123)
Richard Bach
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