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jueves, 8 de marzo de 2018

Llevo el diablo dentro...






Llevo el diablo dentro…

Vistas las manifestación vertidas por el obispo de San Sebastián al ser preguntado en un medio radiofónico respecto a la huelga de mujeres que tiene hoy lugar, sé que llevo el diablo dentro, y he llegado a la conclusión que a la mayoría de las mujeres de mi familia les ocurre los mismo. Lo digo al recordar algunas de las anécdotas que comentamos en comidas familiares en forma de anécdota humorísticas,  que vista desde otra perspectiva pueden suponer pequeños gestos que supusieron una pequeña victoria dentro de la sociedad opresora y represiva frente a la mujer en la que se criaron.
Una de las primeras posesiones demoníacas que tengo recuerdo de las que se habla en mi familia fue la que sufrió mi abuela materna. Ella era natural de un pueblo de Teruel, pero tuvo que ir a trabajar a Valencia para ayudar a la economía familiar y en una de sus visitas a la familia que realizó un verano tuvo la osadía y el atrevimiento de cortar su larga cabellera y lucir uno de esos peinados de pelo corto que llevaban, según mi bisabuela, esas mujerzuelas que vivían en la ciudad de dudosa reputación.    


Se ve que lo de estar poseída por el diablo es una cosa innata en mi familia ya que por parte de mi familia paterna también se han dado casos. Uno de ellos lo protagonizó mi tía, era lo que en los años sesenta denominaban una chica moderna, que tenía la poca vergüenza de oír música extranjera, fumar, llevar pantalones, llegando a cometer un gran sacrilegio, ponerse una minifalda desacatando la  prohibición de mi abuelo de vestir aquellas prendas creadas por el maligno y que la hacían parecer una mujer que fuma y trata a los hombres de tú.
Estas pequeñas anécdotas familiares hoy nos pueden parecer simples chascarrillos para sacarnos una sonrisa,  no hace tanto era pequeño actos heróicos en contra de una sociedad opresiva y represora frente a la mujer las consideradas como un menor de edad que debían estar tuteladas por su padre o marido.
Un ejemplo de ello que es hasta 1975 las mujeres casadas debían tener la licencia marital para realizar actos de transcendencia legal, laboral, y de la vida cotidiana. Tenían una capacidad de obrar muy limitada, estando obligadas a obedecer a su marido, a residir en el mismo lugar donde él lo hacía, y necesitar su autorización o consentimiento para realizar múltiples actividades como obtener el permiso de conducir o el pasaporte, tener una cuenta corriente a su nombre, aceptar una herencia aunque fuese de su propia familia, trabajar, ocupar cargos públicos o ejercer el comercio. Tampoco podía vender ni hipotecar sus propios bienes, ni disfrutar a su voluntad de los ingresos familiares, ni siquiera de aquellos que procedieran de su salario, tan sólo podían disponer del dinero necesario para hacer la compra diaria. Y lo que era más grave, no podían tener la patria potestad de sus hijos hasta la muerte del padre, el cual podía darlos en adopción sin su permiso. Estas restricciones no desaparecieron hasta la reforma del Código Civil del 2 de mayo de 1975. Era tal el sometimiento de la mujer casada al  marido que hasta el 26 de mayo de 1978 el adulterio era considerado delito, al igual que el convivir maritalmente con una persona sin estar casados.  No fue hasta la promulgación de la Constitución Española de 1978 que la igualdad legal entre los sexos se hizo efectiva. 


A pesar que la Constitución establecía la igualdad entre los sexos, la libertad de acción y decisión de la mujer no fue efectiva hasta mediados de los ochenta con la aprobación en 1981 de la Ley del divorcio y la ley del aborto de 1985. Es más,  el estigma y la supuesta vergüenza de ser madre soltera también pasaba a los hijos  ya que no fue hasta  1985,  con otra reforma del Código Civil, cuando se equiparó los derechos de todos  los hijos,  tantos los concebidos dentro del matrimonio como los de fuera de él, eliminándose el concepto de hijo ilegítimo. 
Tampoco nos debe llamar tanto la atención el papel que se quiso adjudicar a la mujer en España durante buena parte del siglo XX, ya que durante la dictadura de Franco, el libro de cabecera para muchas de ellas fue, “El Manual de la esposa perfecta” que era entregado a todas las mujeres que hacían el Servicio Social en la sección femenina de la Falange. En él, se plasmaban las norma que debía de regir la vida de  toda mujer casada, que regulaban desde cómo hacer las tareas domésticas hasta como debían ser las relaciones sexuales, siendo el sometimiento de la mujer a la voluntad del hombre la nota imperante, llegando a establecer la obligatoriedad de mantener relaciones sexuales a petición del marido, cualquiera que fuese la práctica solicitada, siendo el lema “sé obediente y no te quejes”.  En 1953 dicho libro se resumió en la “Guía de la Buena Esposa” que contenía once reglas para mantener al marido feliz.

Viendo todo esto, me parece paradójico, perplejo e incomprensible que muchos, y sobretodo muchas mujeres, digan que la huelga de hoy es innecesaria, ya que muchos de los estigmas que se reinvindican les pueden parecen caducos y añejos, aunque estos siguen imperando en la sociedad de hoy en dia, como cuando se presupone lo  que debe ser o no una mujer por su forma de vestir, cuando se juzga su forma de vivir la sexualidad llegando a banalizar las agresiones sexuales, cuando se da por hecho que es ella la que ejerza el rol de cuidadora debiendo sacrificar su vida profesional. Me asquea oír que nuestra ministra de Igualdad no quiere que se la etiquete de feminista, como si eso fuera una lacra social, cuando de no ser que esa lucha feminista difícilmente ocuparía el cargo público que hoy ostenta. Fueron muchas y muchos los que lucharon por aquello que hoy gozamos, que pagaron con la cárcel y su propia vida, por defender los derechos y libertades que hoy gozamos. Que después de tanto tiempo debemos seguir con esta lucha, con una lucha que ha hecho que la mujer esté donde está hoy, aunque muchas de ellas reniegan de esa etiqueta que tanto ha hecho por ellas y hará, la lucha feminista.
 Autor: Carmen García (@Persefone123)

"Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre las hombres, sino sobre ellas mismas"

                                    Mary Wollstonecraft (filósofa y escritora inglesa del S. XVIII)





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