Allí,
subida en lo alto de la colina, alcé los brazos y le imploré al cielo que
tuviese compasión. Dos lunas llenas habían pasado desde cayeran las primeras
gotas sobre nuestras cabezas y desde entonces, no había cesado de llover
intensamente.
-Dios de la lluvia, ¿Por qué nos castigas con tanta crueldad? –le imploré con lágrimas en los ojos. ¿Acaso no hemos ofrecido ya suficientes sacrificios en tu nombre?
Pero
no obtuve respuesta alguna. Demasiados años habíamos obviado Su presencia
divina mientras agotábamos todos los recursos, llegando incluso a creernos
invencibles, seres capaces de dominar a las fuerzas de la Naturaleza con
nuestra arrogancia y avaricia.
-Te has llevado a mis dos hijos y todavía no has tenido bastante. ¿Qué más podemos hacer para que nos perdones?
Tenía las piernas hundidas en el barro,
anclada en esa tierra que nos había dado tantas cosechas y que ahora no era más
que un cenagal. Estaba agotada, hacías días que apenas comía nada. Sin poder
evitarlo, dejé que mis piernas temblorosas flaquearan, cayendo de rodillas sin dejar de mirar a la aldea inundada. Fue
entonces cuando, rendida ante tanto dolor, pensé que quizá merecía morir
también. Ya no tenía fuerzas para más súplicas, ni ganas de seguir viviendo en
aquel infierno de negrura y putrefacción. El espacio ocupado por mi alma
destrozada sólo albergaba ya la resignación de un fin inminente. Sin más anhelo
que la suerte de estar exhalando el último hálito de oxígeno, me dejé caer
hundiendo el rostro en la hierba mojada. Cerré los ojos y me abandoné
escuchando el continuo rumor de las gotas mancillando mi cuerpo. Y fue en aquel
instante, agotada ya toda esperanza, cuando mi débil oído comenzó a escuchar
como el devenir de aquella tormenta se hacía cada vez más pausado hasta dejar
el valle sumido en un absoluto silencio. Tendida sobre el fango, abrí
lentamente los ojos y contemplé un sobrecogedor arcoíris atravesando las
montañas. El diluvio había terminado y la vida comenzaba otra vez a brotar. Yo
me había ofuscado en lo despiadadamente caprichosa que era la naturaleza a
veces pero sobretodo, había olvidado que todo tiene un principio y un fin. Un
final y un comienzo…
Autor: Ismael H (@Sientelasletras)
"Al principio de las catástrofes, y cuando han terminado, se hace siempre algo de retórica. En el primer caso, aún no se ha perdido la costumbre; en el segundo, se ha recuperado. Es en el mismo momento de la desgracia cuando uno se acostumbra a la verdad".
Albert Camus
*Ya se puede leer el microrelato "Pensado en ti" de Ismael H y podéis votar por él del 26 de octubre hasta el 10 noviembre en el siguiente enlace:
http://www.clubdeescritura.com/convocatoria/ver/micropostal/2114
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