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jueves, 27 de marzo de 2014

Belleza perdida



En los años ochenta del siglo pasado nació en Madrid un extraño niño al que llamaron Claudio. La rareza de su rostro ya se mostraba evidente en sus primeras semanas de vida. La palabra feo brotaba de forma natural. “¡Qué niño más raro!, decía el propio padre a los amigos del bar. Razón no le faltaba. Claudio fue formando una cara difícil de explicar. Parecida a cuando alguien quiere enviar un beso desde lejos y acentúa el gesto con un mayor pronunciamiento de los labios hacia fuera. Idéntica expresión parecía tener siempre el rostro del niño, sólo que sus labios y nariz poseían tamaños exagerados, al igual que sus cejas, de ojos pequeños y orejas salidas. Si le añadimos una frente estrecha, barbilla larga y pelo tieso, aparece su vivo retrato.

Claudio creció acomplejado y su escolarización fue un tormento mientras duró. Abandonó los estudios con catorce años porque ya no aguantaba más las bromas, burlas y risas de sus compañeros. No lograba hacer amigos ni encontraba trabajo. Durante su adolescencia y ante las chicas era extremadamente tímido. Motivos no le faltaban, hasta las del oficio más antiguo lo rechazaban. Con tal complejo su sexualidad se desarrolló y consolidó exclusivamente en el onanismo. Entre imágenes eróticas y fantasías sentimentales montaba un mundo imaginario donde comenzó a ser hombre.

Su otra pasión era una antigua bicicleta de carreras que un vecino le regaló porque se mudaba y no tenía sitio. Así se acostumbró a recorrer en bicicleta los caminos y sendas de los campos y bosques cercanos a la capital. En aquellos paseos solitarios en plena naturaleza, acostumbraba a detenerse un rato, dejar la bicicleta a un lado y leer libros mitológicos y novelas. Se entusiasmó con los relatos fantásticos de la antigua Grecia, apareciendo su creencia o fantasía sobre las ninfas mágicas de los bosques. Las ninfas eran espíritus divinos de la Naturaleza que podían aparecerse ante los mortales como hermosas doncellas semidesnudas. Podían convertirse en grandes amantes para hombres especialmente escogidos por ellas mismas, a los que sumergían en suculentos placeres donde destacaban la música y el baile. Claudio estaba muy necesitado al respecto y así llegó a sentir que las ninfas existían y eran exquisitamente milagrosas.


Poco a poco, su mente y corazón, dibujaron una hermosa ninfa, con el cabello largo y rubio, los ojos azules y muy blanca de piel, que se convirtió en el verdadero amor platónico de Claudio. Según su creencia a estos seres no les importaba nada la belleza exterior y aunque podían obrar milagrosamente sobre el físico humano, la verdadera hermosura que veían residía en el interior de las personas. Claudio pensó que los seres humanos con mayor belleza interior podían ver a una Ninfa en algún momento de sus vidas. Su mente fue preparándose para este encuentro sobrenatural con una de estas mágicas doncellas y guardaba lo mejor de su mente para este glorioso encuentro. En esta solitaria espera se apartó de la sociedad y casi todos los días iba al bosque, a veces hasta lloviendo. Un día escalaba unas pequeñas piedras con suave pendiente mientras llevaba la bici a cuestas y resbaló. El biciclo se despeñó con fuerza, quedando sus ruedas, chasis y manillar seriamente dañados. Llevó la bicicleta al mecánico de motos y resultó más barato comprarse otra. El mundo se le vino encima, no podía ir a los bosques andando y no tenía dinero ni para el metro. Su única salida desesperada fue pasear por los grandes parques de la ciudad.

Así se convirtió en el ser más solitario y triste de todo Madrid. Una soledad monótona que, sin embargo, iba a ser cuna de una exquisita sensibilidad hacia animales y plantas. El Parque del Palacio Real era su lugar preferido para pasear y soñar. En aquellos jardines le encantaba dar de comer a palomas, ardillas y gorriones. Hasta se consideraba amigo del gorrión que más se le acercaba, uno con una llamativa pluma blanca en su ala izquierda al que le unía un gusto común por las pipas peladas de girasol. Tal amistad mereció un nombre para el pequeño alado, Claudio lo “bautizó” con el monosílabo “Gon”. Al despuntar la noche todos los pájaros desaparecían, incluido su amigo Gon. En esos atardeceres acostumbraba Claudio a quedarse un buen rato pensando en silencio entre la aparente soledad del parque mientras anochecía. Su mente se transformaba en una fortaleza etérea e inexpugnable para el resto de los mortales y ante los años que fueron pasando.

Un día el ejército español le comunicó por carta su próxima incorporación a filas, pues en aquel entonces el servicio militar era obligatorio. Aquella misma mañana comenzó para su mente la prueba psicológica más dura que tuvo hasta entonces. Sintió impotencia para buscar ayuda, pues no hablaba con nadie, sólo lo imprescindible con sus ya ancianos padres. Su miedo a la proximidad del Servicio Militar hizo que, una y otra vez, lo imaginase para tratar de descubrir qué se le venía encima. Era una tortura próxima que comenzaba a doler en su pensamiento. A veces una lágrima era testigo mudo del sufrimiento prematuro.

Como la de aquella tarde sentado en un banco del parque. Frente a él, relativamente, una pareja de ancianos invidentes permanecían sentados en otro banco. Los dos portaban gafas oscuras y sendos bastones blancos que permanecían apoyados sobre las piernas. Sentados y cogidos de la mano hablaban conversaciones cortas, casi sin gestos. Claudio estuvo observando un buen rato a la anciana pareja y se percató de un curioso detalle cuando una bella mujer comenzó a llegar andando. Era hermosa, Claudio la había visto pasar más de una vez, admirando la agradable visión de aquella mujer caminando. Intentó imaginarse su nombre justo en el momento que pasaba frente a él, ocurriendo el curioso detalle cuando el señor anciano de pronto saludó:
- ¡Buenas tardes Raquel!
-¡Buenas tardes linda pareja! – contestó ella -.
Se llamaba Raquel, sus curiosidad fue saciada, pero otra mayor surgió en aquel mismo instante, pues… “siendo ciego el anciano: ¿cómo pudo saber quién era la muchacha antes de poder reconocerla por su voz?”. Así fue como Claudio quedó agradablemente sorprendido con la pareja de ancianos que acostumbraba a ver en sus largos paseos por el parque. Comenzó a pensar detenidamente en ellos y sus cegueras, hasta que algo desapercibido hasta entonces quedó claro para él: ¡los ciegos no podían verle la cara!, no podían saber que era feo. Gran descubrimiento. La fealdad de su rostro era invisible en el mundo de los invidentes. Se asombró gratamente ante el lógico descubrimiento y en los días siguientes observó con más curiosidad a los ancianos. Hasta que una tarde, armado de valor, llegó hasta ellos.
- Buenas tardes, ¿podría sentarme en este banco?.
-Por supuesto, joven – permitió el anciano -.
Se sentó y pasó un minuto hasta que el anciano dijo:
- Querida, ¿crees que las margaritas habrán florecido ya?.
- No sé, a veces creo que me llega su olor. -respondió la mujer anciana-.
En realidad las margaritas estaban en todo su esplendor y, frente a ellos, entre los árboles crecían. Claudio se levantó y cogió dos de las más hermosas. Volvió al banco y las ofreció a la pareja: 
 -Las flores están preciosas y aquí tienen dos.
- ¡Oh!, muchas gracias joven – afirmó la anciana al acercar la flor hasta su olfato -.
- Gracias muchacho – también agradeció el anciano -.
- Me llamo Claudio. Desde hace tiempo les veo aquí en el parque y hoy me he atrevido a    hacerles un poco de compañía para conocerles, ¿no les importa?.
- Para nada, al contrario, lo agradecemos. Mi esposa se llama Juana y yo Mateo.
- Encantado -dijo tímidamente el muchacho-.
De esta manera, casi sin saberlo,comenzaba a cambiar la vida del joven Claudio. Juana, ya con algo de confianza, se interesó por él:
- Eres muy joven, ¿no?.
- Pues tengo casi 19 años. Ya soy adulto y votaré por primera vez en las próximas elecciones democráticas.
-¿Y a qué te dedicas?, joven ciudadano; si no soy indiscreto - preguntó Mateo respetuosamente -.
Claudio no supo qué responder. No trabajaba ni estudiaba, algunos vecinos decían de él que era un vago, feo, sin oficio y sin beneficio. Pero no podía mentir.
- Ahora estoy en Paro.
Decidió una verdad a medias. Para el sensible oído de Mateo no pasó desapercibido la duda inicial al responder. Por ello y con mucha educación decidió no indagar en la cuestión. Juana quiso cambiar de tema y dijo con sinceridad:
-  Tienes una voz muy bonita.
Aquello no lo esperaba Claudio. Era el primer piropo que recibía en su vida. Quedó sonrojado y sólo acertó a decir:
- ¿Usted cree, señora Juana?.
- Pues claro que lo creo. Nosotros los invidentes tenemos un oído muy desarrollado y sensible. A través de la voz conocemos mucho a las personas, sus estados de ánimo y sus particularidades. Y tú tienes una voz muy agradable y original. Creo que con tu juventud podrías fácilmente dedicarte a presentador de radio, al doblaje de películas o incluso a la canción.
El muchacho sonrió ante la agradable sensación de aire fresco que las palabras de doña Juana proporcionaban a su vida. Y dio unas tímidas gracias mientras miraba sonriendo a su amigo Gon, posado en una larga rama cercana, como único espectador de aquel diálogo a tres. Claudio decidió que aquel era el día más feliz de su vida. Y durante las dos semanas siguientes habló casi todas las tardes con el anciano matrimonio. Tan sólo cuando veía a su admirada y bonita Raquel hablando frente a ellos, su tremenda timidez le impedía acercarse. Una tarde el propio Mateo le dijo que reconocían a Raquel por el sonido de sus pasos. También afirmó que ya comenzaban a reconocerle a él cuando se acercaba andando. Claudio quedaba admirado de esta cualidad invidente. Según doña Juana algunas personas emiten unos sonidos de pasos tan personales que resultaban bellos para ellos.

El feo muchacho se convirtió en buen amigo de los ancianos y éstos, cuando llegaron a reconocer el piar desu compañero Gon, ante tanta sensibilidad entre pajarillo y muchachillo, lo incluyeron para siempre en su círculo de fraternidad. Así la amistad acostumbró a reunir a los cuatro en un mismo lugar del parque, tres humanos y un pájaro, rodeados de paz y vida natural. Aquel mes cambió substancialmente la personalidad del muchacho, su sensibilidad creció más y con mejor calidad. Mientras que el anciano matrimonio sentía que Claudio poseía la personalidad más hermosa entre todos los jóvenes que habían conocido. Pero algo preocupante permanecía a la espera y llegó el día anterior a su incorporación al Ejército. Por la tarde tuvo lugar la triste despedida. Abandonó el parque llorando mientras atrás quedaban lágrimas de sus tres mejores amigos. Los pájaros también ríen y lloran, esto creía Claudio.

El viaje hasta el campo de reclutamiento fue una tortura, sus ya compañeros le bautizaron como “Picio”, por lo del dicho que reza: “Más feo que Picio”. Durante la tarde de su primer día castrense fue entrevistado por un teniente médico. Cuando terminó el test psicológico, el oficial salió apresurado hacia el despacho de su Capitán. Allí informó a su superior:
- Si este muchacho se incorpora al Ejército pienso que antes de un mes habrá intentado suicidarse, es mi opinión profesional.
Así fue como Claudio se libró de la mili. Pero de la alegría pasó al desencanto. Cuando volvió a Madrid se sintió un inútil. No se atrevía ni a saludar a sus ancianos amigos y contarles lo sucedido. Iba al parque y desde lejos observaba para que no reconocieran el ruido característico de sus pasos. Siempre con la cómplice compañía de Gon, su amigo gorrión. Sin saber que aquellas ausencias del pájaro de las cercanías del matrimonio era un claro mensaje para Juana y Mateo.

Un día Claudio despertó con la imagen del rostro de de su bella ninfa que se perdió entre sus sueños y entre los largos cabellos rubios de la hermosa doncella. Sintió rabia por no poder continuar con aquel espléndido sueño. Desayunó y después iba por la calle pensando en ello cuando, por casualidad, Claudio se iba a topar con los ancianos en una zona comercial cercana al parque. Se puso tan nervioso que se introdujo rápidamente en un establecimiento de loterías que había cercano. Allí, por hacer algo, compró un boleto de lotería primitiva que pidió automática. Seis números imprimió la máquina al azar: 10, 21, 31, 38, 43 y 48. Exactamente los mismos números que salieron del bombo oficial el sábado siguiente. 200.127.000 pesetas fueron suyos por obra y arte de la suerte o del destino.

Claudio brincó de alegría cuando lo comprobó frente al pequeño televisor de su habitación. Durante dos días estuvo encerrado, pensando y dudando qué hacer con tanto dinero. Al tercero, decidido, informó a sus padres del hecho, les regaló treinta millones de pesetas y tres días después cogió un avión para Estados Unidos.
- Feo pero con suerte este hijo tuyo – dijo el anciano padre a su esposa mientras despegaba el avión con su millonario descendiente a bordo -.
El destino de Claudio era una afamada clínica de cirugía estética en el Estado de Florida. Allí fue intervenido con cirugía dieciséis veces en el rostro y la cabeza. Cuando las últimas vendas le fueron quitadas se miró al espejo y vio al hombre más guapo del mundo. En realidad quedó con una cara de lo más normal, pero comparada con la anterior parecía un milagro. Volvió a España y se instaló en Marbella, donde compró un bonito chalé con vistas al mar. También adquirió un automóvil deportivo y mucha ropa de moda. En su quinta visita a las discotecas ya había perdido su vergüenza ante las mujeres e hizo por primera vez el amor con una joven inglesa con la que entabló amistad.

La inglesa volvió a su país, pero él continuó con sus marchas nocturnas y gastando dinero por doquier. Entre los seres de la noche aparecieron amigos oportunistas, se enganchó a la cocaína y también a las bebidas alcohólicas. Era ya un auténtico juerguista, dormía por el día y se divertía por la noche. Así llegó el invierno, sintió nostalgia por su viejo Madrid y volvió. Sus padres se alegraron de verlo con la cara cambiada, pero se extrañaron aún más de su cambio de comportamiento. Para no “aburrirse” Claudio decidió alquilar un Bar de Copas en el centro de Madrid, donde continuaron las juergas nocturnas.

Llevaba en la capital tres meses cuando una tarde, recién levantado, conducía su deportivo cerca del Palacio Real e, inesperadamente, se acordó de los ancianos invidentes y decidió verlos. Entró en el Parque y allí estaban, sentados en el banco habitual, cogidos de la mano, como siempre los había visto. Recibiendo relajados los rayos de sol y con los oídos abiertos al caminar de la gente, al movimiento de hojas y ramas, a los cantos efímeros de los pájaros que revoloteaban entre los árboles, al batido de sus alas... De repente, cuando Claudio estaba a dos metros de ellos, Mateo se levantó y exclamó:
- ¡Claudio!…


Lo había reconocido por el sonido de sus pasos, Juana también se puso en pie.
- ¡Hola familia! - dijo Claudio mientras estrechaba la mano de Mateo y besaba las mejillas de Juana- ¿cómo estáis?.
- Bien, hijo, y tú, cómo te va en la Mili.
- Estupendo - Claudio decidió mentir -, ahora puedo decir tranquilamente que me he convertido en un hombre.
- Pues sí, realmente percibo un cambio importante en tu voz - asentó Mateo -.
- ¿Y te sientes ahora mejor que antes? - preguntó la anciana -.
- Doña Juana, no sabe usted lo que la mili puede llegar a cambiar a una persona, y yo he tenido mucha suerte en ese sentido… con el Ejército.
- ¿Tanta?.
- Sí, es como si en estos seis meses hubiera pasado de ser el último marginado de la sociedad “militar” a convertirme en un espléndido Capitán, en el sentido metafórico claro.
- ¿Te han dado mucho permiso? - preguntó Mateo -.
- Quince días. -Entonces podrás venir a nuestras Bodas de Oro que celebramos en la Asociación de Invidentes Madrileños pasado mañana.
-¡Oh!, lo siento, precisamente pasado mañana he quedado con unos amigos militares que también están de permiso e iremos a la Sierra - Claudio volvió a mentir -.
Entonces sacó un billete de diez mil pesetas de su cartera y lo puso en la mano al anciano diciendo:
-  Tomen mi regalo y compren algo en mi nombre.
El matrimonio lo agradeció de forma educada. Después Claudio se despidió con prisas, sonriendo y pensando que ya no era tan feo como para vivir entre ciegos. Quería olvidar su pasado y todo lo relacionado con su fealdad anterior. Quería olvidar sin darse cuenta de la venida de una nueva y peor fealdad... salía del parque por su puerta principal sin percibir que también dejaba atrás el piar insistente de un gorrión amigo que, sin comprender, lo llamaba por su nombre en el lenguaje de los gorriones. Antes de perder de vista a su amigo entre la multitud humana Gon emitió un último piar casi silencioso pero magníficamente triste. Esa lágrima, esa magnífica belleza, capaz de sentir matices en todos los seres, fue extraviada por Claudio. Un poderoso poder se perdía del interior de la mirada de aquella “bella” cara masculina que salía del parque. Continuó andando y llegó al cruce de dos grandes avenidas y, de pura casualidad, se cruzó con Raquel en el paso de peatones, la reconoció en el acto. Rápidamente dio la vuelta y en la acera encaró a la mujer.
- Hola Raquel.
- ¿Cómo sabe usted mi nombre? – respondió sorprendida -.
 Pues… Soy amigo de la pareja mayor de ciegos que tú también conoces y alguna que otra vez te he visto saludarlos. Pero no me llames de usted, puedes tutearme.
- Bueno, precisamente voy al parque a sentarme un ratito con ellos.
 Claudio permaneció breves segundos en silencio y dijo: 
- ¿Y por qué no te vienes conmigo a tomar un café en ese mismo bar de la esquina?.
- Lo siento pero acabo de tomar café - fue la respuesta de la joven -.
- Bueno, pues tomas otra cosa. ¡Anda mujer!, estaremos mejor conociéndonos que con esa pareja de ciegos. 
Aquella última frase de Claudio indignó tanto a Raquel que dijo en voz alta y clara: 
- Pues “esa pareja de ciegos” resulta ser dos de las personas que más aprecio en esta vida. Porque la belleza que vive en sus mentes y corazones es incomparable a la de otros seres que presumen mucho. La mayoría quieren ser guapos por fuera abandonando la cultura interior, quedando feos por dentro, ¡como tú! – terminó expresando descaradamente -.
 Al instante se volvió y comenzó a andar de nuevo hacia el parque; quedando Claudio plantado, mudo y con expresión aturdida. Seguidamente puso un gesto de conformismo y pronunció en voz baja:
- Pues tú te lo pierdes, tía.
Ahora, tres meses más tarde, Claudio es detenido por la policía de Marbella e ingresado en la prisión de Alhaurín, acusado de tráfico de cocaína e incitación a la prostitución en su propio local de copas de la Costa del Sol. Muy lejos de allí, en un banco de un tranquilo parque madrileño, unos ancianos permanecen sentados cuando la mujer rompe el breve silencio establecido:
-¿Qué habrá sido del joven Claudio?. La última vez que hablamos con él lo noté muy raro.   ¿Qué piensas?, querido.
Su marido responde: 
- No he querido decírtelo, pero aquel día lo sentí diferente, no parecía el mismo, ni siquiera preguntó por Gon.- Pues sí, ahora que lo mencionas creo que su voz era menos sensible. ¿Qué pudo ocurrir para perder su belleza interior?. ¿Lo estará pasando mal en la mili?.- No te preocupes mujer, pasará que no habrá tenido todavía la suerte de encontrar una mujer tan hermosa como la que encontré yo.

Las palabras de amor hacen que Juana deslice su mano entre la de Mateo, como si en ese tacto fueran unas gracias, un beso y hasta la “visión” de la que carecen los dos. Mientras, como queriendo engrandecer la escena, la orilla de la luz del sol avanza hacia ellos...
- Se va el Sol...  dice Juana-.- Pero mañana volverás a sentirlo junto a Mateo- añade el marido-.- Entonces mañana te querré más aunque no te veo -sentencia la poetisa esposa-.
Acababan de comenzar uno de sus juegos favoritos de intentar convertir el diálogo en rimas. Pero Mateo no puede continuar porque sonríe moviendo el meñique sobre la mano de su esposa como hace siempre cuando sonríe. Y Juana aprieta la mano de su marido exactamente con la misma presión ligera que ejerce cuando sonríe también. Los dos sonríen. Hasta un gorrión parece emitir un piar sonriente. Sin embargo, los videntes y transeúntes del lugar ven las sonrisas y no saben que sonríen y porqué sonríen. Desconocen que se debe a una exquisita y sabia belleza interior.

Mateo pasa de la sonrisa a la risa al advertir el alegre piar de Gon desde una rama cercana. Pero corta su risa en seco porque de repente ambos escuchan un batir de alas que nunca antes habían escuchado. Quedaron extrañados mientras Juana pregunta:
- ¿Qué será eso que suena al lado de Gon?, amado mío.
- No te preocupes, mujer, si Gon no ha salido volando y continúa piando es que no se trata de una amenaza para él.
- Eso presiento, escucha el piar, es un bello canto de dos; suena la armonía gorriona del deseo.
- Son dos cantos, cierto…. Nuestro Gon se ha echado novia; y entre ellos dos parecen batir alas otros dos, ¿qué podrán ser, insectos, pajarillos menores?. ¿Qué te gustaría imaginar que son?, amada mía.- Creo que son pequeñas nuestras ninfas madrinas, amado mío. Recuerdo que el joven Claudio nos contó una bonita historia sobre ellas…
 Unas manos entrelazadas de manera tierna, ante la ausencia de la estética visual, buscan las cimas más elevadas de la belleza humana. Como dentro de nosotros, donde anida el amor y la auténtica belleza se gana, evoluciona, se pierde o… se recupera.

*Versión revisada por el autor para esta entrada


"¡Belleza, si belleza! Pero la belleza no es eso, no es la del arte por el arte, no es la de los esteticistas. Belleza cuya contemplación no nos hace mejores, no es tal belleza".
 Miguel de Unamuno


Más de Cuidadana Humano (@ciudadanoNick) en su  blog El albumcito hablador


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