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jueves, 8 de mayo de 2014

Manías impulsivas obsesivamente interesantes


Tenía... manías. Ya sabéis. Algunos ordenan los bolígrafos antes de un examen, otros se santiguan antes de entrar al campo... Manías, sin más. Bueno, pues las de ella no eran manías sin más.

Por ejemplo, una vez la reté a comerse un plátano porque decía que no comía comida amarilla porque le sentaba mal. Me reí y eso la enfadó tanto que cogió la fruta, la peló y se la metió en la boca. Solo dos segundos bastaron para que se fuera corriendo al baño a devolver lo que ni siquiera había tragado.

Otra vez, inconsciente de su manía por tener todos los calcetines desordenados en el cajón, se los ordené. Lloró tanto que creía que se le iba a salir el corazón por la boca. Le pregunté que qué más le daba, si así le ahorraba tiempo de búsqueda al vestirse. Me respondió que no lo entendía y que ni siquiera intentara hacerlo porque no lo haría. Que cada uno tiene su tema...

“Cada loco con su tema, querrás decir”. Qué mirada, cómo dolió. Le pedí perdón y la consolé con un té de frutos rojos, que -otra extravagancia muy suya- la tranquilizaba en sobremanera ante cualquier situación. Incluso puedo asegurar, tras haberla visto beberse unos cuantos, que causa en ella la misma sensación que la droga a un yonkie.

Un día me atreví a preguntarle de dónde creía que salían todas esas tendencias casi enfermizas y me dijo que de la vida. Que a algunos les hace más gruñones, a otros más simples y a otros más complicados. Ella, por supuesto, se declaró culpable de complicación aguda y yo no pude negarme a la evidencia. Luego me dijo que no, que yo no era del grupo de los simples, que sabía que lo estaba pensando, que debería pensar más bajito, que interrumpía sus propios pensamientos.

“Tú también eres complicado, pero de uno diferente al mío. Yo, dentro del grupo soy simple porque sé lo que quiero y por qué lo quiero; no necesito pensarme las cosas millones de veces. Tú, sin embargo, eres la persona más calculadora y previsiva que conozco. No das un paso al frente sin saber que si te caes habrá, por lo menos, un arnés que te sujete. Eres complicado porque quieres. Yo lo soy porque me ha tocado serlo”.

Es verdad. No pude hacer más que plantearme el por qué. ¿Por qué soy tan complicado cuando la vida me ha sido tan fácil? Ella tenía excusa, su vida había estado repleta de catástrofes que la habían sacado a rastras del camino de la normalidad. Nada en ella, en su pasado era “normal”. Sin embargo, yo siempre había tenido lo que quería aun teniendo que trabajármelo. No había tenido problema para seguir mi camino, digamos.

“Seguramente por eso mismo, si es que te estás respondiendo tú mismo. Eres tan complicado, tienes tanto miedo a hacerte daño, porque nunca te lo has hecho, porque nunca te has caído, partido el labio y tenido que ir a urgencias corriendo con el corazón en la boca. Metafóricamente. Nunca te has arriesgado y el mero hecho de pensarlo te produce taquicardia. Sin embargo, yo me he caído tantas veces y me he hecho tanto daño que no me importa volver a hacerlo. Porque yo he aprendido a caerme y levantarme, y que esto que duele hoy, te hará más fuerte mañana. Tú no. Deberías caerte más a menudo”, contestó sirviéndose un té negro inglés (que solo se tomaba cuando llovía) y sin siquiera darse cuenta de que me había salvado la vida... otra vez.


"Libéranos de todos esos conceptos malditos, de esa manía de tener que explicarlo todo".


Paulo Coelho



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