En los 20 minutos que tenía de descanso, Silvia disfrutaba del tiempo primaveral, tomando el expresso de cada mañana, en la
terraza del bar que había al lado de su trabajo. Delante de ella se sentó una
pareja, fugazmente sus miradas se cruzaron y la pareja comenzó a hablar en voz
baja… Y Silvia pensó “ya estamos, igual que siempre, criticándome sin ni
siquiera conocerme de nada ¿Cómo puede ser que la gente sea tan mala?”. Se
levantó desairada y les lanzó una fulminante mirada, la joven pareja se miró
perpleja sin saber el porqué de la actitud de aquella mujer y siguieron
planeando su escapada para el fin de
semana...
Cogió el ascensor para subir a la tercera planta donde se ubicaban las
oficinas en las que trabajaba, y al
salir se topó con algunas de sus compañeras que estaban hablando en la entrada
del hall; creyó oír su nombre en la
conversación, y de malas maneras se acercó a ellas y les espetó “si tenéis algo
que decirme me lo decís a la cara” y se alejó de ellas de forma altanera. El
grupo de mujeres se quedó sin saber que decir, sin saber muy bien que había
ocurrido, ellas sólo estaban hablando de
cómo le iba en el colegio a la hija de una de ellas, que casualmente se llamaba Silvia. Mientras se
alejaba de ellas, el corrillo de mujeres comentaba que con ese tipo de actitudes
no era de extrañar las antipatías que
generaba en la oficina, que eso provocaba que siempre estuviera sola, que
nunca habían conocido a nadie tan mal pensado como ella.
Mientras hablaba con un cliente por teléfono, miraba por la ventana y vio
bajar de un moderno descapotable a Claudia, despidiéndose del atractivo joven
que lo conducía con una sonrisa cómplice. Claudia era la jefa de marketing de
la empresa, era más joven que ella, y de las poquísimas personas con las que
mantenía amistad dentro de su círculo laboral. Claudia llevaba poco más de dos
años en la ciudad, la habían trasladado de las oficinas centrales al haber
solicitado ella ese puesto por haberse enamorado de un hombre que residía en la
ciudad. Al ver la escena del descapotable, Silvia despachó con prisas al
cliente y llamó a sus otras dos amigas, para describirles la situación. Ya lo habían comentado, que poco iba a durar
ese amor, como podía hacerle eso Claudia a Carlos, su pareja, un hombre
inteligente, atractivo, encantador, con muy buena posición social… Como podía
comportarse así, como podía pagárselo de esa manera a la familia de Carlos, que
sin conocerla de nada, la habían recibido con los brazos abiertos. Y las tres
llegaron a la misma conclusión, que la primera impresión que se llevaron de Claudia era la cierta… Que era una
zorra.
Al acabar su jornada laboral se dirigió a casa, mientras el resto de sus
compañeros se iban a tomar una cerveza al bar donde ella se tomaba su expresso
de cada mañana, para celebrar el próximo enlace de Jorge. Al llegar a su casa
la encontró oscura, fría, desangelada… como siempre. Encendió las luces del
gran caserón, donde casi nunca venía nadie a visitarla. Vivía sola, sus hijos
se habían ido a estudiar a otra ciudad, a 500 kilómetros de distancia; nunca
entendió el porqué de la necesidad de irse tan lejos cuando en su ciudad
podrían haber estudiado lo mismo. Su marido hacía ya hacía tres años que se
había marchado, ella nunca se creyó la excusa que le había dado. Según ella, él
se había ido con otra, que fue un cobarde por no querer decirle la verdad, que
esa fue la verdadera razón y no las él
había esgrimido para su marcha… Todo, una sarta de mentiras. Él le dijo que se marchaba porque se había cansado de sus malas actitudes, de sus continuos comentarios
despectivos hacia la gente, de sus imaginarias conspiraciones en contra de ella, que casi nadie quisiera
estar en su compañía a causa de sus desaires hacia los demás, que esa situación
había repercutido de forma dañina en la familia y que estaba destrozando la
relación matrimonial, que nunca hubiera hecho a sus constantes requerimientos para cambiar su actitud con la advertencia que en caso contrario se marcharía, que ya no podía soportarlo más… Que por culpa de todo
eso había dejado de quererla.
Cogió una cerveza de la nevera, la misma que se estaban tomando sus
compañeros de trabajo entre risas, alegría y buena compañía, y a la cual no
había sido invitada. Para poder calmar el atronador estruendo del silencio de
su casa, llamó a Claudia para ver si podía averiguar quien era el joven del
descapotable; ésta le cogió el teléfono y le dijo que estaba con su cuñado y su
mujer, que esa mañana había ido a desayunar con él porque estaban planeando la
fiesta sorpresa que toda la familia le iba a dar a Carlos por su cuarenta
cumpleaños, que ahora tenía que colgar y que
mañana se lo explicaría todo. Encendió la tele y el griterío del programa se convirtió en la banda sonora que rompía el silencio que
imperaba en la casa. Mientras miraba la telebasura de turno, se mensajeaba con
sus dos amigas y en una conversación a
tres bandas comentaban como era posible que alguna mujer pudiera querer casarse
con el calvo, regordete y simplón de Jorge… y así siguieron, inoculándose ese veneno unas a otras que provocaba que siempre estuvieran SOLAS.
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