Parecían miles de estrellas
multicolores que se apagaban y se encendían como si estuviesen bailando. La
mirada de Hakin se mantenía fija, sin pestañear para no perderse todo aquel
brillo y alegría. Estaban lejos, pero,
también el cielo estaba lejos y sin embargo era su techo y bajo él le gustaba
soñar con todo lo que les contaba su padre, a él y a su hermana Aisha. Una noche también se empezaron a escuchar
canciones muy dulces y melodiosas, nunca las había oído, pero le gustaban.
Entre ellas, podía distinguir las voces de algunos niños y niñas que se
acompañaban por un sonido que parecían campanillas o panderetas. ¿Qué
significarían aquellas canciones que sonaban tan celestiales? – se preguntaba
mirando hipnotizado a lo lejos. Preguntó a su padre y este le dijo que
celebraban la navidad y le volvió a contar historias de esas que le parecían
llenas de magia y siempre tenían un final feliz, y volvió a soñar...
… Sus padres, Aisha y él, vestían
ropas nuevas y calzaban cálidas botas.
Su madre se afanaba en la cocina preparando un exquisito cordero y los
dulces preferidos de todos para la gran cena. Su padre ya había colocado luces
en el jardín y como la familia estaba muy feliz, también adornaron las ventanas
con guirnaldas y farolillos. Aisha colocaba la mesa y él le iba alcanzando los
platos blancos, los nuevos, los que habían comprado en la ciudad cuando fueron
a ver al señor gordo con traje rojo y barba blanca que traería caramelos y regalos. Con toda seguridad, un
tren para él y muñecas para su hermana...
Sintió el olor de las viandas y
su boca se hizo agua pensando en el sabor de aquellos manjares. Volvían a oírse
los cantos de los ángeles a los que se había acostumbrado, pero esta vez,
parecían más festivos. Intuía que había llegado la gran noche y no quería dejar
de mirar hacia el lugar de donde provenía tanta felicidad. El cielo se
iluminaba con fuegos, pero estos no hacían daño, estos eran de fiesta. Aunque
su padre se lo explicó, no entendía muy bien lo de celebrar el nacimiento de un
niño que luego sería Dios – Si es Dios ¿por qué Aisha y yo no estamos también
cantando y comiendo pasteles? - pensó.
Oyó la voz de su madre
llamándole, pero él no quería girarse hacía el lugar desde donde venía. Quería,
a su manera, disfrutar de lo que estaba sucediendo allá, donde sus ojos
alcanzaban a ver. Aisha se acercó y tendió su mano para darle un trozo de pan,
entonces si volvió su mirada hacía ella. Detrás de su hermana estaban las
destartaladas casetas de plástico y los hilillos de humo que salían de algunas
de ellas. No había luces de colores y nadie cantaba, allí se clamaba de otra
forma, de la única que pueden hacerlo los que ya no tienen nación y ni siquiera
saben si tienen Dios. En aquel lugar,
solo había un nombre para todos:
refugiados.
“Dicen que lo primero que escribí
sola fue “por qué”. Ya apuntaba maneras, pero es que me enseñaron a no aceptar
nada que no entendía. Nací en democracia y siempre tengo presente cómo hemos
llegada a ella. No me importa que me llamen roja, es un color vibrante, lleno
de energía. Escribo como forma de grito, pero también de suspiro. Escribo lo
que quiero y no lo que quieren leer los demás, a veces rebelándome contra lo
que creo injusto y otras dejándome llevar por la poesía”
La podrás encontrar en su twitter con el usuario @lenenaza y aquí os dejamos sus textos publicados con nosotros:
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