Si, otro año más llega Halloween
y entonces nos aprovisionamos de caramelos y cualquier otro tipo de golosinas
para los niños que toquen a nuestra puerta. Los no tan niños, empiezan a
diseñar el disfraz más terrorífico y original para causar admiración en las
fiestas que se ofrecen por cualquier parte. Es la noche del terror, pero ya
queda poco de su significado, o se celebra de forma diferente a su origen. Ya
no se reúne la gente, alumbrados solo por velas, para contar historias
aterradoras, ni tampoco quieren oírlas. Se van perdiendo las leyendas de
brujas, fantasmas y demonios que no nos dejaban dormir, porque ahora los niños
solo se reúnen para contar el botín de caramelos conseguido en sus incursiones
y los adultos para bailar música tecno, muy alejada del escalofriante aullido
de un lobo feroz.
Nuestro blog quiere que no se
terminen de perder las costumbres de los cuenta cuentos y por eso les ofrecemos
una recopilación de relatos de temática muy apropida para estas fechas. Es nuestro trato, sin truco.
Con este poema, la poeta norteamericana Kim Addonizio hace una reintrepretación
de la película “La noche de los muertos vivientes”.
Desde mi ventana veo llegar el otoño, como en todas las estaciones, buscando los colores. Ha llegado la época en la que el mar se viste de azul marengo, combinando armoniosamente con el gris de las nubes. Va apareciendo casi de forma imperceptible, sin hacer ruido, solo las débiles lloviznas que tras los cristales encuentran las melancolías dormidas de los poetas. Se despiertan las metáforas para describir la tristeza, porque no hay poesía más bella que la lluvia cualquier día de otoño.
Ninguna estación como esta para despertar sensaciones. Es un cuadro barroco lleno de dorados y ocres. Retorcidas hojarascas y calles alfombradas de vidas que se despiden ya cumplido su tiempo; dejando espacio a los cipreses para que velen su muerte y a las rosas de invierno, que se preparan para cuando llegue la escarcha. Suave brisa que roza nuestras caras sonrosadas por el frió, temblor de vida cuando sentimos como el calor se escapa de nuestro cuerpo y la gente, que parece que camina sin prisa, pisando despacio el suelo mojado o saltando charcos con paraguas de colores para retar al cielo e ignorando las ramas desnudas que tiemblan con el viento.
Qué iba a ser de él. Era la
pregunta que una y otra vez le martillaba las sienes. Miraba alrededor y en el
semblante del maestro, por momentos, creía adivinar la respuesta. Miedo, no
sabía qué sucedería, pero todos tenían miedo. Los banderilleros hacía ya un
rato que habían dejado de hablar entre ellos. El silencio era lo único que se
podía oír en aquel cuartucho. Sus pensamientos empezaron a confundirse y sus
ojos a cerrarse.
Dormido sentía como su cara latía
empapada en sudor...
Hoy se cumplen 78 años de la muerte del poeta Miguel Hernández
en una oscura y represiva cárcel de Alicante.
Entonces, dejó de escribir, porque Miguel Hernández nunca había dejado
de hacerlo desde que descubrió las letras allá en su Orihuela natal. Para la gran mayoría de la gente, cuando se
habla del poeta se recrea su época de pastoreo y su formación autodidacta y
esto es verdad en cierta medida, porque Miguel Hernández no solo descubrió su
fascinación por las letras y el teatro, sino que podía leer en francés y tenía
muy buenos conocimientos de latín como resultado de la educación que recibió
durante pocos años y las largas tardes de lectura de los clásicos en la
biblioteca del canónigo Luis Almarcha, que marcaron su futuro de poeta.
Sus primeros poemas hablaban de lo que conocía: la montaña,
el pastoreo o el patio de su casa. Su
primera publicación en el semanario El Pueblo de Orihuela fue el 13 de enero de
1930, titulado “Pastoril”
La suya era una
escritura adolescente que se iba perfilando con las lecturas de grandes
escritores nacionales y obras traducidas del griego o el latín. A esta le siguieron algunas otras
publicaciones para pronto decidirse a viajar a Madrid buscando nuevas
oportunidades para su todavía incipiente obra.
Al no encontrar el resultado esperado regresa a Orihuela. Tres años más tarde vuelve a Madrid y en esa
oportunidad logra introducirse en el
ambiente literario que en ese momento envolvía la ciudad. Estamos hablando del año 1934, cuando empieza
a relacionarse con grandes poetas como Aleixandre, Alberti y Neruda. Un año más tarde fallece su gran amigo de
juventud y compañero de tertulias literarias Ramón Sijé. A él dedica el poema “Elegía”.
El poema “Elegía” está dedicado a su “compañero del alma”, a su amigo Ramón Sijé que murió de forma inesperada la Noche buena de 1935. Su fallecimiento fue un duro golpe para Miguel Hernández y con este poema le rindió un último homenaje; es un poema escrito en caliente, con los sentimientos a flor de piel donde se deja patente el profundo dolor que le produce al poeta la muerte de su amigo. Este poema fue musicalizado por Joan Manel Serrat.
El año de su publicación fue 1936 y ese mismo año se edita
su primer libro de poemas “El rayo que no cesa”, se incorpora al Ejército
Popular de la República y le nombran Comisario de Cultura. Durante los dos años siguientes y en plena
Guerra Civil, continuó escribiendo y publicando: “Viento del Pueblo”, “El
labrador de más aire” y “Teatro de la guerra”.
También escribe el drama “Pastor de la Muerte”. Miguel Hernández nunca dejó de ser un poeta,
aunque fuera también un soldado del bando republicano.
Hoy se celebra uno de los grandes días de las palabras y las
letras, hoy es el #DíaDeLaPoesía. En 1999
la UNESCO declaró el día 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía y desde
2001, coincidiendo con el primer día de la primavera, se celebra el Día de la
Poesía, un día para conmemorar la palabra poética, una día para dar a conocer
la poesía y no se nos ocurre una mejor manera para hacerlo que desde la voz de
los propios poetas, por ello, os dejamos cuatro poemas a los que ponen voz sus propios autores….
I. Cuando Neruda recita sus versos más amargos….
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes
Basoalto nacía el 12 de julio de 1904 en Chile, quizás su nombre no os diga
nada, pero Gabriel García Márquez dijo de él que era "el más grande poeta del
siglo XX en cualquier idioma”; pero si osdecimos que hablamos de Pablo Neruda, a
lamayoría de nosotros nos viene a la cabeza
algunos de sus versos.Pablo Neruda utilizó
un seudónimo para escribir debido al rechazo que le producida a su padre los
llamados “poetas”. Es uno de los poetas
más importantes en lengua española, ganador del premio Nobel de Literatura en
1971. Durante su vida tuvo una destacada actividad política, y llegó a ser nombrado embajador en Francia. Pero sus problemas de salud hicieron que en 1973 renunciara
de dicho, falleciendo el 23 de septiembre de ese mismo
año, pocos días después del golpe del general Pinochet. Según la versión oficial de la causa de su
muerte fue el cáncer que padecía, aunque cada vez hay más indicios que
pudiera haber sido asesinado porser
contrario al régimen dictatorial que se habían instalado en Chile.
Una de las obras más conocidas es
su poemario “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, publicado en
1924, cuando el poeta tan sólo tenía 19 años de edad. Esta obra sacudió a la conservadora sociedad chilena de
la época ya que relata sus encuentros amorosos con dos mujeres, pero hoy
en día está considerada como una de las obras de mayor relevancia en la literatura del siglo XX. Uno de los poemas que conforma este poemario
es “Poema No 20” que empieza con el siguiente versos “puedo escribir los versos
más tristes esta noche” y nos habla del dolor por la pérdida de su amada, de la
melancolía que siente al evocarla y el recuerdo de la mujer que ama es lo que le permite escribir este poema…
Conociendo a la autora.... María Iglesias Pantaleón
“Soy graduada en Psicología y amante del arte en todas
sus ramas. Mi trayectoria literaria comenzó con la publicación en 2015 de la
novela La voz de las sombras, un drama realista de carácter juvenil, con la
editorial Vitruvio. Sobredosis es el título de mi segunda novela, de género
negro, publicada en este 2018. También he participado en varios concursos,
resultando finalista en ‘Plumas, tinta y papel’ (de Diversidad literaria), y
ganadora en el Certamen de Microrrelatos Isla Tintero y en el XX Certamen de
Microrrelatos”.
Sus pies, casi deformes, eran el recuerdo de
muchos años de trabajo, dolor y sacrificio, pero eso ahora quedaba muy lejano.
Siempre pensó que sus padres al elegir su nombre habían iniciado una historia
de contradicciones. Llamarse Clara y no
haber tenido nunca nada claro resultaba un poco cómico.
Tenía ocho años cuando
entró en aquel salón lleno de espejos y largas barras de madera adosadas, con el
suelo de parquet algo desgastado y unas niñas con leotardos y mallas. No quería
soltar la mano de su madre y se escondió detrás de ella para observar el mundo
en el que habían decidido que se desenvolvería a partir de ese momento. Su
madre, su escudo para protegerse del mundo, pretendía dejarla allí sola. Aunque
dijera que era bueno para ella porque tendría amigas, porque era una forma de
relacionarse y hacer el ejercicio físico para el cual tenía las condiciones
apropiadas, ella sentía que la estaba abandonando. Allí se quedó con un grupo
de chiquillas, todas más o menos de su edad pero que se movían con una soltura
y seguridad envidiable, reían y bromeaban sin notar que ella estaba presente y luego,
todos aquellos espejos a los que tanto odiaba. Cada vez que se miraba en ellos
su inseguridad crecía un poco más. Todas callaron cuando entró al salón una
señora vestida como ellas, que con dos palmadas logró que todas se pusieran en
fila frente a una de las barras y disciplinadamente esperaran órdenes. La señora se acercó a ella, la tomó de la
mano y la situó justo al final de la fila “de momento, tú solamente imita lo que hagan
tus compañeras”.
Era una niña muy
pequeña para su edad, tan delgada que a su madre le costaba mucho trabajo
encontrarle ropa adecuada, siempre iba vestida como una niña pequeña. Además
era demasiado tímida. Apenas hablaba si no era en casa cuando estaba en
familia. No como su hermana mayor Eloisa, tan bonita y lucidora, tan risueña,
simpática y parlanchina que todo el que la conocía tenía que hacerle algún
comentario, a ella, o a sus padres. Eso
pensaba Clara cuando se metía en su mundo y veía el resto como una espectadora.
Nunca le faltó el cariño los mimos y la protección de sus padres, ni de su
hermana, pero ella se sentía diferente, se sentía poquita cosa.