Sus pies, casi deformes, eran el recuerdo de
muchos años de trabajo, dolor y sacrificio, pero eso ahora quedaba muy lejano.
Siempre pensó que sus padres al elegir su nombre habían iniciado una historia
de contradicciones. Llamarse Clara y no
haber tenido nunca nada claro resultaba un poco cómico.
Tenía ocho años cuando
entró en aquel salón lleno de espejos y largas barras de madera adosadas, con el
suelo de parquet algo desgastado y unas niñas con leotardos y mallas. No quería
soltar la mano de su madre y se escondió detrás de ella para observar el mundo
en el que habían decidido que se desenvolvería a partir de ese momento. Su
madre, su escudo para protegerse del mundo, pretendía dejarla allí sola. Aunque
dijera que era bueno para ella porque tendría amigas, porque era una forma de
relacionarse y hacer el ejercicio físico para el cual tenía las condiciones
apropiadas, ella sentía que la estaba abandonando. Allí se quedó con un grupo
de chiquillas, todas más o menos de su edad pero que se movían con una soltura
y seguridad envidiable, reían y bromeaban sin notar que ella estaba presente y luego,
todos aquellos espejos a los que tanto odiaba. Cada vez que se miraba en ellos
su inseguridad crecía un poco más. Todas callaron cuando entró al salón una
señora vestida como ellas, que con dos palmadas logró que todas se pusieran en
fila frente a una de las barras y disciplinadamente esperaran órdenes. La señora se acercó a ella, la tomó de la
mano y la situó justo al final de la fila “de momento, tú solamente imita lo que hagan
tus compañeras”.
Era una niña muy
pequeña para su edad, tan delgada que a su madre le costaba mucho trabajo
encontrarle ropa adecuada, siempre iba vestida como una niña pequeña. Además
era demasiado tímida. Apenas hablaba si no era en casa cuando estaba en
familia. No como su hermana mayor Eloisa, tan bonita y lucidora, tan risueña,
simpática y parlanchina que todo el que la conocía tenía que hacerle algún
comentario, a ella, o a sus padres. Eso
pensaba Clara cuando se metía en su mundo y veía el resto como una espectadora.
Nunca le faltó el cariño los mimos y la protección de sus padres, ni de su
hermana, pero ella se sentía diferente, se sentía poquita cosa.
Con el tiempo,
encontró su sitio en las clases de ballet. Lo de tener amigas nunca lo vio
claro, porque a pesar de ser todas unas niñas, había mucha rivalidad por las
palabras de reconocimiento de Madame Nina. Llegó el momento en el que ansiaba
que llegara la hora de sus clases. No le importaba lo duro que eran los
entrenamientos porque cada vez que se metía en los leotardos y las mallas y
cuando se calzaba las zapatillas de punta, se sentía diferente, pero esta vez, para
bien. Le gustaba cuando la maestra
asentía con la cabeza cada vez que hacía un buen movimiento. Sentía entonces
que sus delgadas piernaseran tan hermosas, que lograba hacer bellos dibujos en
el aire. Ahora, su físico que tanta inseguridad le había producido, era su
garantía para seguir haciendo algo que la llenaba de ilusión. Pasaban los años
y ella seguía siendo pequeña para su edad y su contextura de una gran
fragilidad. En seis años había pasado ya por diferentes maestros hasta llegar
al curso más avanzado al que podía acceder en aquella escuela, pero ella miraba
lejos, quería seguir hasta llegar a ser una gran bailarina. Qué importante se
sintió cuando logró su primer Arabesque y Madame le dijo: ¡parfait! Llegó a
casa corriendo como una loca para contarlo y que todos la admiraran.
Tenía catorce años
y todavía seguía siendo una niña. Su madre decía que era por tanto ejercicio
físico y ese empeño de no querer comer nada de grasa y su rechazo a los dulces,
pero ella no tenía prisa por empezar a “convertirse en mujer” como decía su
madre. De hecho, cuando por fin apareció la primera señal, la culpó porque
pensaba que eso la limitaría en sus movimientos. No fue así, pero si comenzó a
ver cambios en su cuerpo que empezaron a preocuparle. No obstante, seguía con
sus duros entrenamientos, no le importaban los dolores en las piernas y lo destrozados y deformados que estaban sus
pies. Como premio había sido elegida para la gala de la escuela. Llevaría un
tutu blanco y haría un solo. Ahora recordaba que ese había sido el día más
feliz de su vida: Bailaba como un cisne, se movía en el escenario como un ser
etéreo, logró su mejor Assemblé , recorrió el escenario flotando en un Chassé y
todos aplaudieron cuando hizo aquel irrepetible Cabriole. Todos la admiraban.
Aquella Clara
frágil y pequeña a los dieciséis años se estaba convirtiendo en una mujer
diferente físicamente. De su busto surgieron turgentes senos y las caderas se
transformaron en líneas curva. Sus piernas delineadas por el ejercicio, ahora
eran mucho más largas y torneadas, pero sobre todo, su estatura alcanzó una
medida muy superior a la adecuada para la práctica del ballet clásico. Se había
convertido en una mujer estilizada y muy atractiva. Todo lo contrario a lo que
le había creado tantos complejos, pero estaba perdiendo lo que le había dado
tantas alegrías y sobre todo, seguridad. Ya no podía soñar con hacer del ballet
su profesión, ninguna escuela la admitiría con esas condiciones físicas. Sintió
una gran frustración que la hizo sumirse de nuevo en la inseguridad y los
complejos. Su vida era una constante contradicción.
Al anochecer,
cerraba las cortinas y como un ritual repetía los mismos movimientos. A poca
distancia, alguien la observaba con mucha curiosidad desde una ventana. También
era como un ritual para él. Todos los días, más o menos a la misma hora. El
movimiento de las sombras que veía al trasluz de aquella cortina le llamaba la
atención. La había visto varias veces por la playa y cuando llegaba a casa,
suponía que de su trabajo, o cuando se sentaba a leer en su terraza. Aparentaba
ser una chica bastante normal, por eso le resultaban muy extraños esos movimientos
que no lograba adivinar y que parecían toda una ceremonia. Era muy atractiva,
pero también muy seria y esquiva. Cuando Emilio decidió vivir cerca del mar no
imaginaba que sería su desconocida y misteriosa vecina la que le haría desear
llegar a casa.
La vio sentada en
la arena, tomando el sol y decidió que se acercaría a ella con cualquier
pretexto. Cuando ya estaba a pocos pasos de ella, dejó caer las gafas de sol
con un tropiezo que parecía accidental. Se agachó a recogerlas y la saludo muy
cortésmente. Ella le devolvió el saludo y sonrió. Esto lo animó y seguidamente
le comentó “Creo que no
volverán a ser las mismas gafas después de esto”. Ella
volvió a sonreír. En pocos segundos, Emilio detalló el cuerpo de Clara. Era
hermoso, bien delineado y musculado. Detuvo su mirada en los pies que los tenía
cubiertos con la arena. “Si
quieres un poco de compañía, mis gafas y yo estaremos encantados” Se presentaron y entablaron una amena conversación sobre asuntos
triviales, sin preguntas, ni respuestas. Clara conservaba la timidez de la niña
a pesar de haberse independizado de su familia hacía ya algún tiempo.
El sol iba cayendo
ya y el viento comenzó arreciar. Sin que Clara se percatara, sus pies empezaron a desnudarse. La mirada de Emilio no pudo evitar detenerse por un
momento en ellos. No hizo ningún
comentario, no necesitaba preguntar nada, pero sabía que a partir de ese momento
no podría dejar de mirar hacia aquella ventana.
Volvió a cerrar las
cortinas, y ya con sus mallas y leotardos se calzó sus zapatillas de punta
preferidas. Saludó mirando hacia la ventana y comenzó con un Arabesque. Era lo
mejor que podía ofrecer a ese público que la esperaba todas las tardes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario