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viernes, 31 de octubre de 2014

El lienzo deshabitado


  “Su mirada, dos agujeros negros que permanecen fijos,  
como la de un demonio esperando"


El día estaba muriendo mientras la luz de la luna empezaba a explorar las inclasificables curiosidades desperdigadas en el suelo al entrar por la ventana. Avanzaba lenta y uniforme hasta que iluminó el cuerpo que había provocado el ruido que se escuchó con anterioridad.
El mayordomo tras oír el estruendo proveniente de la alcoba de su amo acudió enseguida.
Al abrir de par en par las puertas del dormitorio, lo único que pudo descifrar entre las sombras fue el respaldo del mullido sillón; ése que meses atrás era testigo de la incontenible pasión del amante de lo antiguo, pero ahora, solo un lugar de veneración dedicado al enigmático fresco.
 Caminando a través del salón, descubrió la deplorable figura. El anticuario yacía en el suelo caído sobre la alfombra escarlata, derrumbado entre relojes victorianos, pergaminos arameos y libros escritos en francés antiguo. El antes jovial e infatigable coleccionista estaba en un estado paroxístico entre la miseria, la locura y el cansancio.

La infernal Tumba que mi odio construyó




El castillo es en verdad gigantesco y la escalera parece interminable conforme se desciende por ella. La humedad cubre la piedra de las paredes y los peldaños se encuentran bastante desgastados. La oscuridad es asfixiante pero estoy acostumbrado a ella y conozco el camino de memoria. No obstante, sé que debo encender las antorchas para dar luz y vida al castillo, a mis amos siempre les ha gustado así, de modo que me dedico a tal empeño durante mi descenso. No es una tarea difícil a pesar de que las antorchas están casi consumidas, y además ya hace tiempo que no necesito ni tocarlas. Me gusta ver las sombras que la luz proyecta sobre las paredes, se mueven rápidamente con rumbos muy aleatorios y me imagino que son los espíritus de antiguos soldados y caballeros que murieron en estas mismas escaleras hace largo tiempo, pues este lugar ha conocido muchas batallas y sangrientos asedios.
Tras un largo rato llego por fin al final de la escalera y, atravesando un par de habitaciones vacías, entro en la gran galería donde se encuentra la mayor colección de cuadros y retratos de familia. Ahora todo está viejo, roto y cubierto por las telarañas. No les gustará verlo así desde luego, por lo tanto me entretengo en dar lumbre a las grandes lámparas. Bañada ahora por la luz, la galería sí que puede mostrar todo su gran esplendor y olvidar su triste aspecto. Suntuosos tapices y magníficas armaduras la adornan de arriba a abajo. Los cuadros son verdaderas obras de arte, con marcos trabajados en plata recubierta de diamantes y esmeraldas. En ellos se puede contemplar a los dueños del castillo y gobernantes de una gran extensión de terreno que se extiende hasta el mar. Su riqueza es inmensa; se dice que todo el oro que poseen apenas bastaría para llenar el castillo entero. Lo heredaron de sus padres y estos a su vez de los suyos. Yo sudo cada día para ganarme una comida sencilla y mantener una casucha ridícula a la sombra del castillo. No es justo, los odio profundamente.

 
 Oigo pasos y voces a lo lejos. Ya están llegando los invitados de mis señores, así que debo apresurarme para llegar a la cocina. Atravieso la galería y me muevo con rapidez a través una serie de tortuosos pasillos por los que evitaré encontrarme con nadie. Al pasar por un pequeño balcón aprovecho para dar un vistazo al gran vestíbulo. Ya están prácticamente todos. Van vestidos con elegantes ropajes y las mujeres lucen espléndidas alhajas. Sus risas y chistes son como veneno para mis oídos, y los gritos de sus mocosos me sacan de mis casillas. Les doy la espalda y abandono el balcón.

domingo, 26 de octubre de 2014

Dos corazones






Fugitiva de tu recuerdo me he perdido en el camino.
La huida me está llevando al límite de tu frontera,
pero sigo presintiendo que eres tú mi destino.
Mi mirada se ha cubierto de ambición y nostalgia,
repasando cada una de tus letras,
recitándolas de memoria,
buscando en cuál de ellas se esconde nuestro abismo.

Asomada a tu ausencia he gritado manteniéndome callada,
esperando tu mirada,
deshilando una esperanza que parecía sellada.
Te hablo de mí, desarropando mi alma
y te la entrego, sin ti no la quiero para nada.
Ya no me encuentro en tus versos.
El calor de tus palabras ahora es un duro invierno.

Se amontonan las auroras en mi mirada cansada,
decepcionadas vigilias, estériles esperas, que terminaban en nada.
Demasiado tiempo voy buscando el sol tras tus tinieblas,
atenta a tus reflejos, a tu pálida luz, contemplando tu existencia.
No se hacía donde voy, no se hacía donde me llevas.
Ni siquiera hay escombros,
no he conseguido romper tu titánica barrera,
ni olvido, ni abandono,
tan solo incertidumbre de tantas noches en vela.

Me aferro a ti aunque me produzca llanto.
A ilusiones infértiles donde nacerán todavía más silencios.
Quiero amar tus manos,  la letra en tu poesía,
tus suspiradas palabras mientras buscas esa rima.
Que sientas mi presencia en el aire que respiras.
Cobíjame en tus brazos, ábreme tu alma, terminemos la batalla.
Dos corazones juntos, ya no son una vida solitaria.






Cuentas pendientes



Autor del video-poema Alejandro Mendicote (@Amendicote)






domingo, 19 de octubre de 2014

A la ribera


Luz, color y viñas nuevas.
Olores de paz nos envuelven.
Libres nos miman, me elevan.
Sobre la loma… atardece.

Ven conmigo, aquí a mi vera.
Que a la Ribera florecen,
Mil besos de primavera,
Que de verano parecen.
Caminos, perfilan tierras.

Senderos, historias y gentes.
Que a tus ojos toman forma,
Y de tus manos emergen.

 Que el vino escancie mis penas.
Que tu alegría me lleve,
Por callejuelas dormidas,
Por pueblecitos que duermen.

Que los sueños cobren vida.
Para despertarnos siempre,
En aldeas olvidadas,
Pero encontradas al verte.

 Y me pierdo en tu mirada,
En tu cintura, en tu vientre.
Me pierdo para encontrarla,
Me encuentro para quererte.








Cuando ya a nadie le sirves

      

En el momento en que una persona cumple una determinada edad deja de serle útil a los de su alrededor. Hasta que llega el día en que deciden que ya no es necesario aguantarle por más tiempo, ya que según su criterio solamente es una carga o una molestia como se le prefiera llamar, para ellos.
Ya no sé cuánto tiempo llevo aquí, en este lugar al que muchos ya se refieren como “hogar”. Lo que sí sé a ciencia cierta es que este geriátrico hace las veces de punto de encuentro entre amigos, viejos conocidos y familiares; y otras tantas como la casa de quien en la suya propia está falto de cariño o ya no puede valerse por sí mismo.
Para la desgracia de mis compañeros de fatiga y para la mía propia, la gran mayoría, por fortuna, no tiene problemas de salud. Pero nos rodean otro tipo de dilemas: los de carácter afectivo.


En mi caso ya no acierto a recordar cuantos días, meses o años llevo aquí. Mis dos hijos David y Silvia un buen día decidieron que su padre ya no podía vivir solo y claro está, ellos dos tampoco se podían hacer cargo de un anciano. Así que se decantaron por la opción más fácil: un geriátrico algo alejado de la ciudad donde residen.
Al inicio de esta pequeña historia, he de confesar que me sentí el hombre más desdichado del planeta. Ver como tus dos hijos por los que tanto has luchado durante toda la vida te abandonan de esta forma, hace que pienses y te sientas lo peor.
Llegué a creer que ya nada me iría bien. Que mi vida ya no tenía sentido. ¿Qué iba a hacer ahora si ya no tenía ni familia por la qué luchar? Estas preguntas y muchas más rondaban cada día por mi cabeza al igual que un perro hambriento junto a la comida sobrante de un restaurante.
En once meses mis hijos solo se acercaron hasta la residencia en dos ocasiones. Y como quién dice: visita de cortesía y de médico, las dos a la vez. En menos de dos horas llegaron, estuvieron junto a aquél a quien no consideraban su padre y se fueron de retorno a sus hogares apremiando con la excusa de carecer de tiempo debido a su estresante trabajo. 

Y en vez de hacerme sentir bien, yo su padre terminaba por recibir un gran disgusto. Poco a poco iba acostumbrándome a esta nueva vida aunque me fuese difícil, además de a pensar que me encontraba solo en el mundo para convencerme a mí mismo de que en la residencia estaría mejor que en ningún otro sitio, aunque yo supiese a la perfección que eso no era del todo cierto.    
Hasta que me di cuenta de que quienes trabajan aquí sí me cuidaban y me trataban con afecto, no como mis dos hijos, quienes me habían internado por no hacerse cargo de su padre anciano.

 Y al conocer a Ángeles, una jubilada que en esta ocasión, por estar sus hijos lejos de ella no tenía con quien vivir en la ciudad. Una situación tan similar y a la vez tan distante de la que yo ahora estoy contando. Al menos ella aunque tuviese quien la quisiera, podía comprenderme. Ella haría que no me sintiese tan solo, al menos mi existencia se había llenado de una radiante y animosa luz que me ayudaba a vislumbrar el final del triste y oscuro camino de la amargura, para continuar con lo que me quedaba de vida.
A partir del momento en qué la conocí, nada volvió a ser igual para mí en este lugar. Sin embargo, como sucede en todas las situaciones, algo o alguien no permite que continúes con tu felicidad. En este caso mis dos hijos. ¿Por qué habían vuelto? ¿Acaso tenían miedo de aquello qué ellos mismos habían rechazado? Aunque a decir verdad eso ya no debía importarles, puesto que casi me habían dado a entender, que me habían rechazado como padre después de tantos años. Y en el fondo por muy triste que sonara, esta era mi última carta, expresarles con claridad que ya no tenían nada que objetar debido a sus desmesuradas reacciones, ya que no pensaba separarme de Ángeles quisiesen o no.



David y Silvia debían comprender que no les llevaría a buen puerto su tan egoísta actuación, si no que con ella terminarían por destrozar lo poco que ellos mismos me habían dejado. Si me alejaban de Ángeles, ya no tendría nada a qué agarrarme para continuar con mi vida, debido a la soledad que me acompañaba al encontrarme sin familia.
Pasados unos días recibí una visita. Habían vuelto asegurando que tenían algo muy importante que comunicarme, una noticia que lo cambiaría todo. No creo haber sentido tanto miedo en mi vida como en aquel momento. ¿Qué sería de nosotros si aún se mantenían reticentes a aceptar la relación? Aunque ya estuviésemos predispuestos a escuchar la negativa en sus bocas, imaginarme separado de ella me resultaba inconcebible. Sin embargo, nada resultó ser así. Al fin se habían convencido que su opinión no era más que puro egoísmo.
Tras haberme visto en aquel lugar, comprendieron que no eran quienes a decidir por mí, ya que si ellos me habían apartado de mi familia dejándome en este lugar, lo que debían hacer era permitirme ser feliz junto a Ángeles en lugar de separarnos
Y a partir de entonces, comenzamos una nueva vida.          
Autor: Alejandría (@VersoAlejandria)




Más de Alejandría en webalejandria.weebly.com, www.relatosenalejandria.wordpress.com y su página de facebook.


martes, 14 de octubre de 2014

La espada de madera #microrelato




         ¡Oh, Libertad gran tesoro!... Porque no hay buena prisión aunque fuese en grillos de oro.
 Félix Lope de Vega y Carpio




domingo, 12 de octubre de 2014

Tú la luna. Ella en sol. Tú la muerte. Ella la vida.




Hoy, junto el último amor perdido,
te veo parada ante mis luceros
negros como su historia oscura.

Hoy, bajo el desazón del huido
en busca del mejor mundo, en cerros
altos oteo el fin de la locura.

Junto el último desazón
encuentro la última herida
ya cerrada, te veo, no muero.

Junto el último corazón
desencadenador de muerte y vida,
encuentro sosiego en su cielo.

Bajo ese cielo estrellado, perdido,
camino sin rumbo ni destino.

Bajo esa luna de miel,
deseo tocar su piel.

La luz de la luna
en sus ojos reflectó.
En sus ojos de miel
se fue a buscar la luna
el reflejo de su piel.
En sus ojos lo halló,
al igual que yo.

Tu presente, ella pasado.
Tu pasado, ella presente.
Tu olvido, ella futuro.




"Que ironía del amor, morir de amor, amando, queriendo y no poder alcanzarlo para amar, para querer..."
Miguel Visurraga Sosa




Más de Guillermo Gozalo en su Blog Seudónimo Oculto



Volverse loco...


Hubo una vez un hombre que buscaba un tesoro, esperaba una señal del destino, viajaba a lugares distintos buscando abrir puertas... pero nunca encontraba lo que buscaba.
Decía que cuando llegara ese momento su mente y su corazón pelearían por él y que el que ganase se quedaría con el dueño de su todo, un todo que estaba anhelando encontrar un amor, un corazón que deseaba descansar, un alma que necesitaba encontrar su verdadero yo... era un errante y como tal necesitaba firmemente echar ancla y hacerse estancar.

Fue un día en el que el hombre había vuelto de uno de sus viajes alrededor del Viejo Continente, mientras descargaba su equipaje sentía que estaba siendo observado, sentía un suspiro que le zumbaba la oreja, sentía que una voz chillona le decía:
 - Perdone usted señor, ¿sería tan amable de indicarme cómo llegar al mercado.

domingo, 5 de octubre de 2014

La ciudad de mis sueños



Siempre que le digo a la gente donde trabajo, o bajo qué condiciones lo hago, me cuestionan, y me cuestionan… Sabes cuantas veces mis amigos me han preguntado que hago trabajando en una librería? Diría que literalmente cientos, ninguno de ellos, ha aceptado realmente que vivo de los libros, de lo que ellos me brindan y de lo que me regalan.
Cada vez se hace más evidente, el porque nunca he sido muy cercana con la gente que me rodea, y quizás… o sin el quizás por eso es que me refugio en los libros, y hago por amigos a sus personajes, me sumerjo en sus historias, y hago de su trama el guion de mis horas. Por eso acepte dedicar mis horas a la venta de libros en este lugar olvidado del mundo, en esta pequeña librería, donde tan pocos y tan particulares clientes llegan.


Mientras hablaba el otro día con un Profesor que siempre nos visita, le decía animadamente que he soñado con recorrer la Colombia que me enseño amar Gabriel García Márquez en sus libros, su Cartagena… su Barranquilla… y saber si Macondo existe en algún mapa o no. O porque no la Bogotá que recientemente describía Mario Mendoza, entre sus umbrales.
Le contaba que espero recorrer la Barcelona que entre nieblas me presento Ruiz Zafón. Le contaba cómo me he sumergido en la Florencia de Dan Brown, recorrido museos y catedrales, anhelado huir por sus calles a toda velocidad o caminar sus callejuelas de la mano de alguien amado. El se reía, - Tanto soñar alimenta las fantasías, pero encrudece las realidades, ojo con eso jovencita soñadora-, agrego mientras se marchaba. Lo de  jovencita, está por verse, lo de soñadora, hasta los poros... solo pensé.
Te confieso que no puedo decidirme sobre el Madrid de Benito Pérez Galdós, la ciudad de la posguerra de Camilo José Cela cuando escribió La Colmena, o el que viví en el Tiempo entre Costuras. Tampoco decidí si acepto la invitación de los jóvenes que me invitan a recorrer Roma en moto, en 3 Metros sobre el Cielo.

Soñando ciudadanía



Nace la poesía en mí,
y a por corazones va,
En mi nombre u otro,
leyendo aquí ya está.

Llámame poesía,
llámate poesía
Llama y escribe,
canta y pinta.

Pásame al otro lado
que quiero soñar.
Parte de mí son sueños
y los necesito cuidar.

Crecerán y marcharán,
como horizonte de mar.
Arte o poesía,
entonces,
volved a crear.
Si fuese necesario
de nombre vecindario.

Nací hombre,
hice ciudadano,
como tales moriré,
no antes sin haber soñado,
la buena realidad que espera
a nuestra dignidad social.

Cuando la voluntad quiera,
la inteligencia pueda,
y el arte lo permita...

¿Podemos ya?,
amada poesía.









jueves, 2 de octubre de 2014

Corazas



De todas las máscaras que conozco la que más dolor causa es la máscara de la coraza.
Esa coraza que cada vez más te cuesta mantener cuando nos vemos.
Esa coraza que sacas tras decirme dos palabras y oír cómo te falta el aliento para seguir,
y te vas... para regresar duro, seco y frío,
yo agacho la cabeza doliéndome el corazón tras frenarlo en seco,
ya cuando iba volando a devolverte el aire que te faltaba.

Mi coraza la saco para conseguir que te acerques,
mas no consigo hablarte sin que me falte el aire y se me fugan las palabras de la prisión de la mente.
Nos pasamos la jugada cuando el otro cae,
si tú te ahogas yo tiro,
si yo me ahogo tú tiras.
Y en ese tira y afloja sale la máscara del frío, del disimulo,
mirando una taza de desayuno que no se acaba,
abriendo armarios para no coger nada,
estar con el corazón a cien,
y al mismo tiempo congelarlo.

La máscara que visto cuando te veo contemplando mi cuerpo de arriba abajo
desde tu cómoda distancia,
y yo me siento desnudada por tu mirada,
y me pregunto qué has mirado, qué has pensado,
¿hasta donde te has perdido bajo mi vestido?,
y oculto el rubor y el calor que se fuga despiadadamente de mi cuerpo,
frente al mundo.

La coraza tras el beso en la mejilla,
donde te has llevado los olores de mi cabello,
y yo el roce de tus labios y el calor de tu piel.

La coraza tras la sonrisa de ese lenguaje secreto que sólo tú y yo conocemos,
el refugio del confidente.

La coraza de un adiós en el que se van cayendo los pedacitos de nuestros corazones hambrientos.

La coraza que se rompe tras recordar que,
por breves instantes fuimos felices y libres. 



Más de Sirena Marciana en su blog Fantasy Tales


Desde el jardín de Vesta


La sensación de volver a estar hurgando en la tierra con sus herramientas, a todas vista bastante rudimentarias para la búsqueda de tesoros, era lo que realmente le daba sentido a sus días. Paula se encontraba de nuevo excavando en la ciudad que para ella guardaba aún más secretos que los que ya se conocían. Se encontraba en Roma, donde cada palmo de tierra escondía un trozo de historia. Buscaba con tanto celo, que cualquier contacto con un objeto enterrado le causaba una gran emoción, aunque al final resultara ser una simple piedra.
La mañana avanzaba y sintió que su pequeño pico había tocado con algo. Lentamente y con mucho cuidado fue separando la tierra que lo cubría hasta que pudo divisar un trozo de mármol que logro extraer, no sin algo de esfuerzo. Volvía a sentir esa emoción por la que estaba allí. Lo limpió con su cepillo y pudo entonces leer lo que quedaba de una inscripción: “Lucilla Vestae” .Por la zona de la Necrópolis de Ostia Antica donde se encontraba excavando, dedujo enseguida que pertenecía a la tumba de una mujer de alguna familia noble o pudiente. Lo que la dejó llena de curiosidad fue la referencia a Vesta. Siguió con su trabajo, pero de vez en cuando miraba hacía la tablilla de mármol. Una vez registrado su hallazgo y bastante satisfecha, se marchó al pequeño apartamento en el Trastevere, donde vivía mientras estaba en la ciudad.
 Su curiosidad era la que la había llevado a su profesión. Investigar, indagar, buscar hasta donde le llevara esa curiosidad, era su forma de vida. Aquel trozo de tablilla había despertado en ella la necesidad de querer saber más y por eso comenzó a buscar información en los diferentes archivos conocidos que le pudieran llevar hasta una respuesta. Se sabía mucho sobre el significado e importancia de las vestales en la historia de la Antigua Roma, pero muy poco de la historia individual de las sacerdotisas. Estaba claro que se trataba de una vestal, pero ¿enterrada en Ostia, tan lejos de Roma?  Tal vez fuese hija de algún adinerado comerciante de ese puerto o que hubiese decidido retirarse a aquel lugar después de haber cumplido su sacerdocio. Muchos historiadores de la época narraban que no había sido fácil para ellas iniciar una vida después de dedicar 30 años a cuidar del fuego sagrado de Vesta.