De
todas las máscaras que conozco la que más dolor causa es la máscara de la
coraza.
Esa
coraza que cada vez más te cuesta mantener cuando nos vemos.
Esa
coraza que sacas tras decirme dos palabras y oír cómo te falta el aliento para
seguir,
y
te vas... para regresar duro, seco y frío,
yo
agacho la cabeza doliéndome el corazón tras frenarlo en seco,
ya
cuando iba volando a devolverte el aire que te faltaba.
Mi
coraza la saco para conseguir que te acerques,
mas
no consigo hablarte sin que me falte el aire y se me fugan las palabras de la
prisión de la mente.
Nos
pasamos la jugada cuando el otro cae,
si
tú te ahogas yo tiro,
si
yo me ahogo tú tiras.
Y
en ese tira y afloja sale la máscara del frío, del disimulo,
mirando
una taza de desayuno que no se acaba,
abriendo
armarios para no coger nada,
estar
con el corazón a cien,
y
al mismo tiempo congelarlo.
La
máscara que visto cuando te veo contemplando mi cuerpo de arriba abajo
desde
tu cómoda distancia,
y
yo me siento desnudada por tu mirada,
y
me pregunto qué has mirado, qué has pensado,
¿hasta
donde te has perdido bajo mi vestido?,
y
oculto el rubor y el calor que se fuga despiadadamente de mi cuerpo,
frente
al mundo.
La
coraza tras el beso en la mejilla,
donde
te has llevado los olores de mi cabello,
y
yo el roce de tus labios y el calor de tu piel.
La
coraza tras la sonrisa de ese lenguaje secreto que sólo tú y yo conocemos,
el
refugio del confidente.
La
coraza de un adiós en el que se van cayendo los pedacitos de nuestros corazones
hambrientos.
La
coraza que se rompe tras recordar que,
por breves instantes fuimos felices y libres.
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