En el momento en que una persona cumple una determinada edad
deja de serle útil a los de su alrededor. Hasta que llega el día en que deciden
que ya no es necesario aguantarle por más tiempo, ya que según su criterio
solamente es una carga o una molestia como se le prefiera llamar, para ellos.
Ya no sé cuánto tiempo llevo aquí, en este lugar al que muchos
ya se refieren como “hogar”. Lo que sí sé a ciencia cierta es que este geriátrico
hace las veces de punto de encuentro entre amigos, viejos conocidos y
familiares; y otras tantas como la casa de quien en la suya propia está falto
de cariño o ya no puede valerse por sí mismo.
Para la desgracia de mis compañeros de fatiga y para la mía
propia, la gran mayoría, por fortuna, no tiene problemas de salud. Pero nos
rodean otro tipo de dilemas: los de carácter afectivo.
En mi caso ya no acierto a recordar cuantos días, meses o años
llevo aquí. Mis dos hijos David y Silvia un buen día decidieron que su padre ya
no podía vivir solo y claro está, ellos dos tampoco se podían hacer cargo de un
anciano. Así que se decantaron por la opción más fácil: un geriátrico algo
alejado de la ciudad donde residen.
Al inicio de esta pequeña historia, he de confesar que me
sentí el hombre más desdichado del planeta. Ver como tus dos hijos por los que
tanto has luchado durante toda la vida te abandonan de esta forma, hace que
pienses y te sientas lo peor.
Llegué a creer que ya nada me iría bien. Que mi vida ya no
tenía sentido. ¿Qué iba a hacer ahora si ya no tenía ni familia por la qué
luchar? Estas preguntas y muchas más rondaban cada día por mi cabeza al igual
que un perro hambriento junto a la comida sobrante de un restaurante.
En once meses mis hijos solo se acercaron hasta la residencia
en dos ocasiones. Y como quién dice: visita de cortesía y de médico, las dos a
la vez. En menos de dos horas llegaron, estuvieron junto a aquél a quien no
consideraban su padre y se fueron de retorno a sus hogares apremiando con la
excusa de carecer de tiempo debido a su estresante trabajo.
Y en vez de hacerme sentir bien, yo su padre terminaba por
recibir un gran disgusto. Poco a poco iba acostumbrándome a esta nueva vida
aunque me fuese difícil, además de a pensar que me encontraba solo en el mundo
para convencerme a mí mismo de que en la residencia estaría mejor que en ningún
otro sitio, aunque yo supiese a la perfección que eso no era del todo cierto.
Hasta que me di cuenta de que quienes trabajan aquí sí me
cuidaban y me trataban con afecto, no como mis dos hijos, quienes me habían
internado por no hacerse cargo de su padre anciano.
Y al conocer a Ángeles, una jubilada que en esta ocasión, por
estar sus hijos lejos de ella no tenía con quien vivir en la ciudad. Una
situación tan similar y a la vez tan distante de la que yo ahora estoy
contando. Al menos ella aunque tuviese quien la quisiera, podía comprenderme.
Ella haría que no me sintiese tan solo, al menos mi existencia se había llenado
de una radiante y animosa luz que me ayudaba a vislumbrar el final del triste y
oscuro camino de la amargura, para continuar con lo que me quedaba de vida.
A partir del momento en qué la conocí, nada volvió a ser igual
para mí en este lugar. Sin embargo, como sucede en todas las situaciones, algo
o alguien no permite que continúes con tu felicidad. En este caso mis dos
hijos. ¿Por qué habían vuelto? ¿Acaso tenían miedo de aquello qué ellos mismos
habían rechazado? Aunque a decir verdad eso ya no debía importarles, puesto que
casi me habían dado a entender, que me habían rechazado como padre después de
tantos años. Y en el fondo por muy triste que sonara, esta era mi última carta,
expresarles con claridad que ya no tenían nada que objetar debido a sus
desmesuradas reacciones, ya que no pensaba separarme de Ángeles quisiesen o no.
David y Silvia debían comprender que no les llevaría a buen
puerto su tan egoísta actuación, si no que con ella terminarían por destrozar
lo poco que ellos mismos me habían dejado. Si me alejaban de Ángeles, ya no
tendría nada a qué agarrarme para continuar con mi vida, debido a la soledad
que me acompañaba al encontrarme sin familia.
Pasados unos días recibí una visita. Habían vuelto asegurando
que tenían algo muy importante que comunicarme, una noticia que lo cambiaría
todo. No creo haber sentido tanto miedo en mi vida como en aquel momento. ¿Qué
sería de nosotros si aún se mantenían reticentes a aceptar la relación? Aunque
ya estuviésemos predispuestos a escuchar la negativa en sus bocas, imaginarme
separado de ella me resultaba inconcebible. Sin embargo, nada resultó ser así.
Al fin se habían convencido que su opinión no era más que puro egoísmo.
Tras haberme visto en aquel lugar, comprendieron que no eran
quienes a decidir por mí, ya que si ellos me habían apartado de mi familia
dejándome en este lugar, lo que debían hacer era permitirme ser feliz junto a
Ángeles en lugar de separarnos
Y a partir de entonces, comenzamos una nueva vida.
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