Cada jueves a final de mes María, Silvia y Marta cenaban en el mismo
restaurante italiano desde hacía más de 10 años, era un ritual que habían acordado cuando las
tres acabaron su carrera de derecho, que pasara lo que pasara cada jueves a
final de mes cenarían juntas para nunca perder el contacto. María, como casi
siempre, llegaba tarde, hoy era culpa de tener que haber sacado al perro antes
de ir, otros días era que le cerraba el super o la había entretenido un cliente
en la asesoría laboral donde trabajaba. Cuando
llegó, Silvia y Marta ya casi había acabo con la botella de aquel lambrusco tan
malo pero que tanto les gustaba a las tres. Silvia gracias a su facilidad con
los idiomas había conseguido llegar a ser subdirectora del departamento de
ventas internacionales de la delegación en su ciudad de una importante
multinacional, Marta trabaja como abogada civilista en uno de los bufetes más
importantes de la ciudad, mientras que María aun trabajaba en la misma empresa
donde había realizado sus prácticas en
la carrera, seguía con su trabajo de oficina a jornada partida que no le
dejaba tiempo para casi nada.
Al entrar en el restaurante María sonrío a Silvia y Marta a modo de
disculpa por llegar tarde y se sentó junto a ellas. Cuando estuvieron las tres en la mesa, el camarero, que ya las conocía, les dio la carta. Silvia y Marta
decidieron probar las nuevas propuestas culinarias, mientras que María volvería a pedir una pizza de pepperoni. Mientras cenaban, entre risas y copas de
vino, se supieron al día en sus vidas, Silvia contaba su enésima aventura
amorosa surgida en uno de sus múltiples
viajes de trabajo, en busca de ese don perfecto que en el fondo ella sabía que no
existía, Marta volvía a relatar otra de
las idas y venidas, de las muchas peleas y reconciliaciones en su tormentosa relación amorosa; ella que
se mostraba tan fría e implacable en los tribunales, era sumisa y
condescendiente en su relación. Lo perdonaba todo, desplantes, faltas de respeto,
e incluso, alguna que otra infidelidad, y todo ello por su falsa creencia de que
él cambiaría algún día. María, muchas veces, ante
las situaciones relatadas por sus amigas, dignas de cualquier folletín o
telenovela, no sabía que decir, no sabía que contar. Su vida en comparación
con la de sus amigas parecía aburrida y anodina, con su trabajo de siempre, su
pareja de siempre, Javier, con el cual estaba desde que ella tenía 18 años, una
vida tranquila y sin sobresaltos.
Mientras Silvia y Marta seguían parloteando sin parar, a la mente de María
le vino aquella vez en que Javier corrió raudo y veloz a su encuentro cuando le
llamó para contarle que el coche le había dejado tirada en la autopista, cuando
en el invierno pasado estuvo una semana en cama por culpa de la gripe y él se desvivía por cuidarla, cuando hacían ese reality show en la tele, que tanto le gustaba a ella y que tanto aborrecía él, y que siempre veían juntos... Y fue entonces cuando una gran
sonrisa se dibujó en la cara de María al darse cuenta que ella tenía lo que sus
amigas tanto andaban buscado, aquello que tanto ansiaban...
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