Conocí a Camila
hace un par de meses en un viaje que hice a Sicilia con mi familia. La isla es
preciosa y muy grande, por lo que tuvimos que hacer muchos kilómetros para
conocer, al menos, lo que más nos interesaba.
Aún confiando en nuestro GPS salíamos a diario casi a la aventura ya que
muchas de las autopistas o vías principales estaban en obras, por lo que,
siempre terminábamos buscando alternativas para llegar a nuestro destino.
Esa mañana salimos
hacia Caltanissetta cuando encontramos el primer desvío del día. El GPS no nos indicaba alternativa por lo que
decidimos utilizar los métodos de antaño: preguntar. Nos encontrábamos casi a la entrada de un pequeño pueblo cuando
vimos a un hombre que estaba arrancando hierbas en un camino que conducía hacía
una casa. Paramos para preguntar con
nuestros pequeños conocimientos de italiano y un español lento, acompañado por
ese manoteó que nos hace creer que es más explícito que las palabras. El hombre, al darse cuenta que éramos
españoles sonrió y nos indicó que aparcáramos en su camino para no molestar a
los otros vehículos. Al acercarse a
nuestro coche vio a mis pequeñas sobrinas y enseguida nos invitó a bajar y le
dijo a las niñas que cogieran lo que quisieran de unas cajas que tenía a un
lado llenas de melocotones y cerezas.
Bajamos todos del coche y en ese momento oímos las risas y una algarabía
que venía de la casa. Eran dos niños que
corrían y otra pequeña detrás de ellos, que también corría, pero en una silla
de ruedas. Los niños se acercaron a
nosotros y ella, a trompicones, también lo hizo. Tenía unos enormes ojos marrones, muy
expresivos, pero era su sonrisa lo que realmente dibujaba su bonita cara.
Al principio, se
acercó tímidamente a mis sobrinas, pero luego, ella misma cogía con sus manos
algunos melocotones y se los ofrecía con una sonrisa. No dejó de sonreír en ningún momento. Su madre a lo lejos los llamó, regañándoles
para que no molestaran, pero los niños no se apartaron de nosotros. Su padre nos contó entonces que, algunos años
atrás, durante unas lluvias torrenciales, un muro de las huertas se había
derrumbado y Camila había quedado debajo de los cascotes, que casi la pierden y
como consecuencia del accidente, su columna había quedado gravemente
lesionada. Quedamos todos muy
impresionados con la historia, pero, también nos fuimos de allí con el recuerdo
de una niña que, a pesar, de su condición no dejaba de sonreír y jugar como
cualquier otro niño.
Camila tiene una
sonrisa llena de vida. Irradia una
alegría que alcanza a todos los que están junto a ella. Está rodeada por quienes la aman y la hacen
participar de la vida como una más. Lo
único que la hará siempre diferente será su hermosa sonrisa....
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