Estos últimos días vemos los escaparates de muchas tiendas destilar amor al estar
adornados con infumables motivos amorosos en forma de corazón y mil y una
guirnaldas en color rojo y rosa. Todo ello orquestado para demostrar a nuestra
pareja, previo pago claro está, lo mucho
que la queremos, dando a entender que el amor que sentimos por alguien es
medido por el precio de su regalo; cuanto más caro es el regalo más amados nos
sentimos…
El amor que se nos intentan vender
en estas fechas es un amor pasteloso e infantil
como el que se nos muestra en muchas de las películas y series de tinte
romántico. Casi se nos obliga a enamorarnos de una persona pluscumperfecta, mal
llamada nuestra media naranja, que casi siempre suele ser el reflejo de aquello
que queremos ser. Es una persona tan ideal que roza lo irreal, vendiéndonos el
mensaje que si no la encuentras nunca serás feliz, que todas las relaciones que
inicies que no sean con esa persona están abocadas al fracaso ya que sólo ella
te hará feliz. Y si tienes la suerte de
encontrarla debes hacer lo imposible para mantenerla a tu lado, aunque algunas
de tus acciones supongan una humillación hacia tu persona. Por amor todo debe
ser perdonado, ya que el amor todo lo
redime, y nada importa, aunque la
persona idealizada sea un lastre para nosotros… pero da igual lo que uno se
arrastre por esa persona, incluso con la certeza que no nos ama ya que tal y
como nos enseñan las películas y los folletines románticos… quien la sigue la
consigue. Sólo debemos hacer memoria de
las absurdas situaciones planteadas por las películas y series románticas,
quien no recuerda las humillaciones a las cuales se somete voluntariamente Bridget
Jones para conseguir la atención de su jefe, o lo moderna que se nos presenta a Carrie Bradshaw, la protagonista
de la serie Sexo en Nueva York, cuando su máxima en la vida gira entorno a unos
zapatos caros de tacón y casarse con el
hombre al que ella considera como perfecto, sólo por su miedo atroz a quedarse
sola.
Y qué decir de los folletines románticos que están tan en boga entre el
público femenino, como la joven protagonista de la 50 sombras de Grey que es capaz de someterse a la voluntad sexual de un
hombre, tan sólo por conseguir su supuesto
príncipe azul que sólo la ama si se somete a su voluntad, vendiéndonos que si haces eso, a la larga, el será tuyo, que tu amor lo
redimirá de todo mal, pero mientras, haz
lo que él te ordena, sino te dejará. Si
uno se para a pensar en el mensaje
que nos venden este tipo de libros llega a la conclusión que no es muy
diferente al que plantea el libro “Cásate
y se sumisa” que tantas críticas ha desatado desde su publicación. Pero ¿Quién ese Valentín a quien honramos en esta fecha? Hay dos versiones sobre su leyenda. En la
primera se trata de un sacerdote romano que acompañaba a los cristianos apresados
durante las persecuciones contra los practicantes de esta fe y que habían sido condenados a martirio y
muerte.
La otra versión nos presenta a San Valentín como un sacerdote que contraviniendo la prohibición de
las autoridades romanas que los jóvenes soldados contrajeran matrimonio al considerar
que estos serían mejores combatientes sin tener ningún tipo de atadura
familiar, casaba en secreto a las jóvenes parejas por el rito
cristiano. Cuando fue descubierto, fue sometido a martirio y finalmente
ejecutado.
A pesar que a finales del S.V la Iglesia Católica recogió las leyendas
sobre San Valentín conmemorando su festividad del 14 de febrero, fecha en la
que data su muerte, desde un principio se puso en duda la veracidad de su
existencia. La idea de asociar el amor
romántico con la figura de este heroico y legendario santo fue forjándose durante
la Edad Media siendo la primera referencia a San Valentín como patrón de amor
en el siglo XIV, en el poema del
escritor británico Geoffrey Chaucer “El
parlamento de las aves”. Con el paso de los siglos su historia fue adornándose
con más y más elementos fabulosos que han llegado hasta nuestros días. La poca fiabilidad de su existencia hizo que
en 1969 la Iglesia Católica lo excluyera de su calendario, en un intento de
eliminar del santoral a aquellos santos de origen legendario y fabuloso. La tradición del Día de los enamorados se inició en el S. XIX en los países
de origen anglosajón donde las parejas comenzaron a intercambiarse postales con
mensajes amorosos el día 14 de febrero,
el día de la onomástica de San Valentín. La culpable de la existencia y
popularización de estas infumables tarjetas es Esther Howland una
artista y empresaria de EE.UU que a mediados del S. XIX comenzó a vender en
masa estas tarjetas. Poco después, a la costumbre de regalar este tipo de
postales se la añadiría la de regalar a la pareja otros regalos como rosas,
joyas o bombones.
Esta tradición anglosajona se fue extendiendo por el resto de países durante
el S. XX, jugando un papel muy
importante la publicidad y el comercio que globalizaron la figura de San
Valentín y todo el simbolismo que lo rodea como patrón de los enamorados y de
todos aquellos que pretendían estarlo institucionalizando el día 14 de febrero como
el día del amor comercial por antonomasia incentivando a todo aquel que está
enamorado en demostrar su amor al otro mediante la compra de un regalo. En España esta fiesta comenzó a celebrarse a
mediados del S. XX, con el único objetivo de incentivar la comprar de regalos,
las malas lenguas dicen que esta festividad fue introducida por la cadena de
grandes almacenes Galerías Preciados.
Viendo que todo lo que gira en torno al día de los enamorados únicamente
tiene un carácter consumista y comercial, mejor no demostrar nuestro amor al
ser querido con un regalo absurdo y de dudoso gusto en este día, mejor demostrárselo día a día con gestos,
palabras y acciones que demuestren lo que de verdad sentimos ya que no todo se
compra con dinero, un pequeño gesto en un día cualquiera demuestra más que un
gran regalo que por obligación consumista se ha comprado.
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