Porque
se perdió en el momento de perderse.
En esa
tibieza de su locura, en su indómita sonrisa que hace desvanecer la penumbra.
Quizás
fueron sus manos de seda, impregnadas de sabiduría, esas que fueron recorriendo
cada centímetro de su cuerpo.
Rectificando
cada desaliento, creando viveza.
En cada
poro de su piel, borrando cada signo de hastío, o el néctar de su dulce boca,
que le hacía caminar sobre el mar.
Mezclar
sabores con los olores de sus deseos.
Cubrir
la miel de sus ojos, despedazar te quieros acurrucada en sus brazos.
Susurrar cada vocal o gritársela al viento, creando baladas de
silencios llenos de amor.
Humedecer
cada poro de sus labios.
Dejarse
llevar por la suavidad de sus fragmentos, de cada uno de sus divinos rasgos.
Sus
grietas, cada detalle de su hermosos cuerpo, sumergido en pasión,
Volar
en la largura de su alma y en la estrechez de su núcleo.
Caminar
descalza a la orilla de su preciosa boca, lamer cada gesto y
recuperarlo
cómo quien posee un tesoro.
Vivir
en su esquina de lo probable, patinar en las curvas de sus cicatrices.
Porque
se perdió en momento exacto de perderse.
Porque
encontró la balada perdida, pudiendo cantar en voz baja.
Giro
mil grados hasta ver lo real, lo bello.
Porque
ya nada era igual. Cada minuto gratificaba a la vida su casualidad.
Su más
bella poesía creada en forma humana, radiante,
Iluminada
por los más bellos versos que jamás sus ojos creyeron leer.
Con la
fuerza de mil poemas en sus manos y la dicha de vivir en sus estrofas.
Se
perdió y no quiso regresar jamás.
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