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domingo, 1 de febrero de 2015

La casa con porche


¿Sabes? Hace algún tiempo pensé:  “Si pudiera inventar una fragancia para el hogar, sería esta”. 
La mañana era de locos. Parecía que todos los coches estaban ese día  circulando o buscando aparcamiento al mismo tiempo. Después de dar innumerables vueltas alrededor del lugar a donde me dirigía, decidí recorrer las callecitas adyacentes para ver si había suerte. En la segunda calle,  a lo lejos divisé un espacio vacío y mientras me dirigía a él empecé a calcular si entraría o no el coche. No me preguntes cómo, pero logré aparcar. A veces, sólo basta apartarse un poco del bullicio y las aglomeraciones para encontrar lugares de la ciudad que crees conocer muy bien y que no obstante, nos descubre bonitos rincones. Comencé a caminar en dirección a mi cita de esa hora y de pronto, al pasar frente a una de las casas, sentí un olor que me detuvo y me transportó en el tiempo. Olor a bizcocho recién hecho y a café. Olor a las mañanas de mi infancia. 
Tal vez te parezca más lógico detenerse ante una perfumeríapra deleitarse con las fragancias que desprende, yo me detuve para sentir el olor de los recuerdos. Fue entonces cuando lo pensé. La  casa era muy sencilla, pequeña y blanca. En cualquier otra circunstancia y por las prisas, nunca me hubiese llamado la atención. Con frecuencia, la vida acelerada que vivimos hace que nos perdamos los más sutiles detalles. Tenía un pequeño porche con dos mecedoras  y algunos tiestos con geranios y siemprevivas. Frente a él,  un pequeño trozo de tierra con dos rosales y una frondosa  buganvilla. Me pareció una casa de cuentos, pero no como escenario de ellos, sino una casa donde se cuentan cuentos, cómo los que me contabas cuando era una niña. En pocos segundos, reviví aquellos anocheceres de verano en tu porche y vi a mis hermanas y a mis primos y todos reíamos, aunque yo, la más pequeña , muchas veces no sabía muy bien de que nos estábamos riendo.  No se cuanto tiempo estuve parada frente a aquella casa, pero fue cómo si en ese momento realmente comenzara el día para mí.  

Siempre recuerdo lo que tantas veces nos repetías: “La casualidad se encarga de llevarnos por la senda para encontrar nuestro destino”. Por ti aprendí a creer en el destino y estoy segura que la senda la señaló aquel día de caos. Desde ese día no volví a aparcar en los alrededores del edificio de oficinas. Me iba directamente a la calle de la casa del porche y cada vez que pasaba frente a ella, volvía a tener las mismas sensaciones y volvía a detenerme un momento para aspirar aquel olor a hogar y deleitarme con la imagen. Una mañana vi a alguien en el porche. Una anciana regaba los tiestos. Tenía el aspecto de esas abuelas entrañables de cabello blanco  y mirada tierna que sólo da el tiempo. Junto a ella estaba un perro que parecía tan anciano como ella. Me miró y me dio los buenos días. Yo le contesté y continué mi camino un poco avergonzada. Sabía que me había visto mientras miraba fijamente hacia su casa. 


Como todas las semanas, volví a pasar por allí. Era una mañana muy fría. Me acomodé bien el fular alrededor del cuello, pero sabía que lo que le daría calidez a mis sentidos sería sentir de nuevo aquel aroma. La anciana estaba en el porche, parecía que me esperaba. “Hoy hace mucho frío ¿verdad mi niña?”. me dijo. “Si, mucho frío. Buenos días”, le contesté. Cuando salí del edificio estaba cayendo una llovizna muy fina y helada. Estaba calada de frío. Ya llegando a la altura de la casa oí a la anciana: “Por qué no entras y tomas algo para que te calientes un poco”. No lo dudé y allí me vi, entrando por el porche de aquella casa que tanto me atraía. La anciana me trajo una pequeña manta y me la colocó sobre los hombros y a continuación apareció con una bandeja donde traía un trozo de bizcocho dorado y esponjoso y un gran tazón con café con leche. No se si fue su forma protectora de tratarme, o si fueron sus manos arrugadas y que sentí  muy tibias cuando me rozaron, o quizás su delantal desgastado, pero tan limpio que parecía que nunca había conocido la cocina; me sentí en casa. “Come mi niña, el bizcocho todavía está tibio. Es de naranja”. 
Mercedes vive acompañada por su perra Luna.  Sus hijos y nietos insisten en que vaya a vivir con ellos, pero ella quiere seguir en la misma casa donde vivió un largo matrimonio con Gonzalo y crió a sus hijos. Cada mañana hace un bizcocho, como le gustaba a su marido. Gonzalo ya no está, pero todos los días sus nietos van a merendar el bizcocho de la abuela. “A mi Gonzalo no le gustaban esos bizcochos que se compran en la panadería. El primer bizcocho que hice para él fue cuando todavía éramos novios”, me contó un día. “El secreto está en levantar mucho las claras de huevo antes de mezclarlas y sobre todo, la ralladura de naranja”. Me sentía tan a gusto en su acogedora casa, decorada con visillos tejidos por ella misma a crochet, la foto sepia de ella y Gonzalo el día de su boda y el aroma cálido y de cariño que desprendían aquellas paredes. “¿Te gusta la canela?” “La semana que viene te voy a preparar un bizcocho de canela para ti solita. Te va a gustar. El secreto está en hervir los palos de canela con la leche antes de mezclarla”. 

Los viernes han pasado a ser uno de mis días favoritos. Me espera Mercedes y un rato de sosiego que le robo a la rutina y a las prisas para compartirlo con ella. Allí vuelvo a oír cuentos, los de su juventud que, como tú, los adorna con un poco de fantasía y a mí, me encanta oírlos y  despiertan mis más dulces recuerdos. Escucho los secretos de sus recetas que me los cuenta en voz muy baja, cómo si alguien más los pudiera oír, pero que me hacen sonreír por el entusiasmo con el que me los revela. Allí soy feliz, sólo con la sencilla calidez  de mi anciana amiga.
 Si. Si pudiera inventar una fragancia para el hogar, sería esa. El olor a bizcocho y café de la casa de Mercedes y también tu olor. El que sentía cuando me acurrucabas con ternura y yo escondía mi cara en tu cuello. Olor a hogar. 
Prueba el bizcocho, abuela. Es de nueces. El secreto está en derretir la mantequilla antes de mezclarla.
Autor: Nerea Acosta (@lenenaza) 

"No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz,  sin haber aumentado tus sueños... Valora la belleza de las cosas simples"
         Walt Whitman 


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