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domingo, 12 de junio de 2016

Un miércoles cualquiera...



Apenas comenzaba la mañana de un miércoles cualquiera, y María se disponía de nuevo a repasar como cada día el trabajo pendiente. 
Como siempre, tan minuciosa, se dispuso antes a elegir cuidadosamente la música de fondo, esa que siempre acompañaba a su sonrisa al entrar a su despacho.
Y mágicamente, “Russian Red” comenzó a surcar el aire dibujando notas que sorteaban archivadores, carpetas y… preocupaciones.
Lentamente, como rumiando los segundos, pasó la primera página de la libreta para releer con cuidado sus notas del día anterior. Como cada jornada.
Todo estaba allí. Desordenadamente ordenado.
Y trufados entre dibujos, trazos y garabatos que solo ella entendía, se rebullían los folios y las notas que radiografiaban todo el trabajo de muchas mañanas. Quehaceres en los que ella siempre se dejaba el alma.
Un perfecto guión de cine, como plasmado en el espacio-tiempo por unas manos que parecían dibujar en el aire; antes de anotar sobre las cuadrículas, ideas, destinos… toda una vida que transcurría entre aquellas cuatro paredes. Su vida y la de los que la rodeaban.
La luz penetraba suavemente por el ventanal, a su espalda, como arropándola; y ese calor la reconfortaba, le daba la energía que necesitaba junto a aquel café sin azúcar que humeaba ya sobre la mesa.
Por fin se acercaba el fin de semana, pensó, mientras saboreaba el primer trago y el calor se hacía cómplice en su garganta; y Jose, la esperaría con aquellos abrazos dormidos que ella necesitaba, que los dos necesitaban después de tantos días difíciles…
Y por unos segundos casi pudo sentirlos.
De pronto, el sonido del teléfono la secuestró de sus brazos, para bajarla a la tierra, y uno a uno fueron apareciendo frente a sus ojos aquellas cifras malditas que ella tanto temía…
9 5 …
Y el corazón pareció detenerse ante una avalancha de emociones que le cortaban el aliento, para como una autómata, levantar aquel auricular como había soñado tantas veces, sabiendo de antemano la respuesta.
Sí, porque al otro lado, en otro mundo, ajena a su dolor estaría ella… lo sabía.
Y las palabras se fueron desgranando, implacables, después de semanas de espera por parte de aquella voz de mujer, su jefa;  para asépticamente, anunciar un despido sin anestesia para los sentimientos, entre alabanzas que herían y lazos que anudaban más que adornaban. Un adiós injusto, que no por esperado, dolía menos.
Verbos vacíos, hechos tangibles.
 
Y un dolor profundo, como un bisturí fue abriendo camino dentro de ella, arrastrando a su paso lágrimas… agua y sal de la impotencia y la desesperanza.
Y luego el silencio.
Ese silencio que a veces casi grita, ahogando el dolor con la mordaza más cercana y sincera. Esa quietud tan dura, qué solo su abrazo hubiera enjugado en aquel instante, pensó… solo Él y su abrazo.
Para en un minuto, ver pasar toda una existencia, transitando inexorable por su mente en la soledad de aquellas paredes que ahora la ahogaban. Cómplices durante años de tantos problemas y tantas soluciones compartidas a golpes de esfuerzo y confianza. De retos cumplidos. De sueños. De jirones de desvelos.
Porque María se marchaba, pero con ella moría la esperanza de que otro mundo era posible, también en aquella estancia.
De que los mejores y las mejores permanecen.
De que la valía siempre se premia, de que el compromiso es la piedra angular, la respuesta…
[…] 
Ella se puso en pie, y levantó la mirada para perderse junto a la ventana.
Y aquella mujer fuerte y hermosa, tan llena de vida, buscó su móvil en mitad de aquella tormenta.
Para después de unos segundos de zozobra, coger como siempre, con firmeza y ternura, el timón de su barco y conducirlo contracorriente pero a su propio puerto.
Como solo ella sabía.
Y con dulzura, marcó aquellos números de siempre, buscando su único refugio.
Y al otro lado, solo hubo una respuesta…
La única respuesta, que lo cura todo… el amor verdadero.

Autor:  PROSILAND (@PROSILAND)


"Sólo nosotros sabemos estar distanciadamente juntos" 

Julio Cortázar








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