Con sus diminutos ojos contempló el billete, que uno
de sus familiares depositaba sobre una de sus pequeñas manos. El niño levantó
la mirada hacia el familiar esperando algo más: ¿es qué no había un beso? ¿Qué
más le daba a él el dinero sino había afecto?
Aunque alguien, unos años mayor que él, le hubiera
dicho en una importante ocasión: "tranquilo, algún día mirarás más por
el dinero que te dan, que por como te tratan. Cuando tengas mi edad, no te
importará el cariño, sólo tendrás pensamientos para el dinero". Pero él
era un niño pequeño y prefería cualquier otro tipo de regalo, por diminuto y
barato que fuera, antes que el simple y despegado hecho de depositar un billete
en una caja de caudales.
-¿Y?
Su familiar enarcó una ceja y con una mano en el bolsillo,
preguntó al niño con desdén: -¿acaso te parece poco? Los niños de hoy en día
sois todos unos desagradecidos. ¡Deberías haber vivido tú en los tiempos de mi
abuelo! ¡Mire usted! ¿Preguntar "y"? Acto seguido, el hombre guardó
el billete en la cartera y se alejó maldiciendo al niño, que lo había dejado en
ridículo ante toda la familia.
El pequeño mantuvo la manita en la misma posición
durante un buen rato. ¿Qué había hecho mal? ¿Había dicho algo ofensivo? ¿Lo
reñirían ahora sus padres?
-¡Vamos, jovencito! Esconde esa mano que va a pasar
por aquí "El Coco" y te la va a robar.
Aún sin comprender la extraña escena vivida, el niño
introdujo ambas extremidades en los bolsillos de sus bermudas y, se sentó a la
mesa de sus padres; porque no quería parecer descortés ante el resto de
parientes que, como cada mayo, se juntaban para celebrar el aniversario del
bisabuelo Manuel, muerto ya hacía años pero recordado todavía por todos.
Como la mayor parte de las cosas en esta vida, el
bisabuelo manuel era recordado y vitoreado año tras año, debido a la gran
fortuna que había dejado en este mundo. Fortuna que sus descendientes seguían
disfrutando en ese momento y, de la que el familiar incrédulo se vanagloriaba
en todo momento. ¿Pero por qué era tan importante el dinero?
-¿Juegas? Le preguntó el niño a una prima suya, que no
se había movido de su asiento en toda la tarde. Ante sus palabras ella le
contestó lo siguiente: -no, porque podría ensuciarme el vestido y ha costado
mucho dinero. Me lo ha dicho mi madre. Es un diseño exclusivo para mí.
-¿Y vosotros? ¿No jugáis al fútbol?
-Nosotros dos tampoco. El tío va a llevarnos a dar un
paseo en su descapotable. Es que lo han traído desde Alemania y le ha costado
mucho dinero.
El pequeño volvió a sentarse en su silla y prefirió
callar. ¿Por qué era tan importante el dinero en su familia? En su familia y en
lo que no era su familia; porque casi todo el mundo que conocía, incluso
algunas personas con las que se había encontrado en distintos comercios, vivían
única y exclusivamente para acumular bienes. Sin embargo la vida no es del todo
vida, si solamente hay bienes de por medio. El cariño también es muy necesario,
a pesar de lo que se diga. Aunque esto último nadie parecía entenderlo. Nadie
excepto Candela.
-¿Pero qué ven mis ojos? ¿Dónde está el chiquitín de
la casa?
-¡Candela! Exclamó el niño mientras corría con los
brazos abiertos hacia ella. ¡Al fin hallaba a alguien que le hacía caso! Ya que
sus padres, en algunas ocasiones, tampoco se preocupaban demasiado por él; sobre
todo cuando se encontraban de vacaciones y sabían que el niño estaba bien
cuidado. Entonces su madre siempre solía decirle: "las conversaciones de
adultos son conversaciones de adultos, por lo que tú, aunque quieras, no puedes
intervenir. Así que: ¡hala! ¡A correr!" Y su padre casi siempre estaba
leyendo las noticias o las llamadas novelas policiacas, así que...
-¿Ya estás aquí de nuevo, pequeño? ¿Cómo todos los
años?
Candela trabajaba en el balneario del pueblo, del que
el bisabuelo Manuel era natural y, realmente era la única persona que mantenía
una relación afectuosa con el pequeño. Sin tener tantas riquezas como ellos, ya
que los muebles de la casa no hubiesen quedado fuera del Museo del
Romanticismo, la mujer era mucho más feliz. Y lo más importante: al niño le
prestaba la atención que necesitaba. Jugaba con él sin ningún tipo de reparos
y, sobre todo, le hacía caso, que era la única necesidad que el chiquillo
tenía. ¿Para qué quería él costosísimos juguetes, sino tenía con quien
disfrutarlos?
Cuando el niño se encontraba con Candela el cielo se
abría para él, ya que con una pequeña caricia, un beso o echando a mano a una
historia cualquiera, podía la mujer conseguir el efecto que el niño buscaba.
Porque Candela veía el mundo con ojos de niña y, valoraba los objetos y
acciones por lo que representaban, no por lo que costaban.
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