El plató televisivo estaba listo hacía
más de una hora, los espectadores, traídos por dos autocares desde una ciudad
dormitorio de la capital, sin asientos libre desde el día anterior, rebosantes
de ciudadanos sin necesidad aparente ninguno de madrugar o acostarse pronto,
iban a presenciar en directo la realización del programa de mayor audiencia de
la televisión privada. El reality-show que más pagaba a su director y
presentador de todos los que competían a esa hora. Éste, anteriormente modelo
de segunda fila, ha hecho aparición en el anfiteatro de las gradas de asientos
del público fuera de antena entre grandes aplausos, para ir calentando su ego,
este preliminar autoagasajo se la dio un amigo psicólogo. Su idea del éxito es
poner siempre cara de buena persona durante el tiempo que es enfocado,
añadiendo algunos momentos donde parezca llorar, esos que tocan el tema más
delicado de la noches, o llama a la pena a todo el país cuando haciéndose el
compungido. Está siempre dispuesto para el chiste fácil, aunque últimamente
confía más en el ridículo de la caterva de invitados desquiciados que pasan por
su programa. Es el hijo que cualquier padre
que quisiera salir de pobre rápidamente, gustaría de tener en casa,
elegante sin llegar a insultar al pueblo, lengua rápida, homosexual y sobre su
difuso curriculum un contrato ya reconocido blindado que le permite construir
dos enormes mansiones al mismo tiempo en dos extremos del país. Además, al
final del programa de hoy, anunciará una donación, quitándole importancia y por
lo tanto dándosela, para una ONG famosa. Ha sido una idea genial de su
secretaria de producción, la rubia recién llegada, que se ha operado los pechos
para llenar la pantalla, y que mosquea al novio del famoso presentador por si
decide hacerse bisexual.

La sintonía del programa termina.
La mano del cámara baja, están en el aire.
Se escucha de repente una voz en
tono neutro y profundo, ensimismada, con algo que pareciese oscuro y no se
pudiera ver a simple vista.
- Cuando un hombre como yo, no
habla con nadie durante la semana, llamando a hablar al hecho de tener una
conversación sustanciosa sobre para que nos levantamos cada día. Cuando se ha
ido deshaciendo de los amigos, incluso aquellos cuya amistad escribía con
letras mayúsculas en un tiempo. Cuando voluntariamente vive en una habitación
durante casi todo el día sin ventanas, oscura, rodeado de ordenadores y rabias
bursátiles – la voz se le acelera -, comiendo sólo aunque existan compañeros, y
procurando no desenchufarse de esas malditas pantallas cuando recibes órdenes.
Cuándo ha dejado de creer en la mujer ideal con total seguridad – baja la voz
-, cuando aquello que llevado dentro no podrá llevarlo a cabo fuera – sube otra
vez su voz -, perdida toda meta en la vida y perdida también toda facultad de
poder amar – aparece una sonrisa en su rostro, y un breve devaneo sin control
de la mano derecha, quitándolo importancia -. ¿Por qué no va a desear entrar en
la última borrachera de la vida?
Apura el vaso que tenía la mesa
como simple decoración en un principio, degusta ante la cámara el líquido
abrasivo, atraviesa su garganta y llegar al estómago. El presentador del
programa no lo esperaba y deja pasar su primer comentario puesto en el guión.
El otro se levanta – nueva sorpresa para el equipo del programa – dirigiéndose
al público, sólo da unos pasos por el decorado.
- Saben, mi mujer me dejó - su
voz es más coloquial, pero está desgarrada y tiene un marcado acento irónico -,
se fue con un chalado, un inútil, se largó de la costosa casa que me hizo
comprar y que casi pongo a su nombre, se dio a la fuga la muy... –se lo piensa
pero al final cede entre las sonrisas de los asistentes – perra.... No sé lo
que digo hoy – su voz salta ahora como si acabase de encontrar una idea -...
¡Perra! ¡Sí! Yo le puse cuernos alguna vez, lo confieso, pero no soy culpable
de abandonarla en la estacada, eran chiquillas sin importancia hechas por un
miserable al que han ido destrozando su moralidad. Pero le deben sonar muy
falsas estás excusas a las mujeres, normal, serían tontas si admitieran que yo
no hacía lo mismo.
Vuelve a la mesa, llena el vaso
otra vez, lo apura de un sorbo para regocijo del productor. El presentador
aprovecha el espacio en silencio.
- Terrible para un hombre de su
posición sin duda quedarse sólo y destrozado, ha debido cambiarle la vida, y
muchos de nuestros amigos llamarán para darle algún consejo, pero, ¿y sus
sentimientos? ¿Qué sentimiento tiene hacia la vida ahora?
- Muy difícil expresar eso; en
realidad digo mal, es el mismo sentimiento antecedente de casi todas las
crisis. Si parece nuevo o evoluciona es porque antes no lo analicé buscando la
salida hacia adelante por temor a los resultados del análisis – hace un gesto
de no entender que acaba de decir -.
Quizá no sea culpa de nadie pero a la vez es culpa de todos, quienes me rodean
o me tratan crean un círculo entorno mío cerrado – su mirada empieza a ver algo
alrededor, el público por supuesto no ve nada y se ríe -. Y para mí consuelo tiene pocos milímetros de espesor
– se diría que lo ve ahora más intenso -. Un círculo que yo veo en los momentos
más importantes de cada semana, algo luminosos, en esencia transparente, una
redoma de cristal que me contiene – está extasiado con lo que ve -, pero de
color platino para que sea moldeable e indestructible a través del tiempo.
Apura otro trago, el realizador
pone música romántica de fondo. El entrevistador está feliz, le han elegido un
buen elemento televisivo, esta loco de atar y va a sacarlo de quicio en cuanto
le entren llamadas en directo. Mira el guión.
-¿Ha pedido usted ayuda
profesional para esas visiones? ¿Cree que se puede estar volviendo loco? ¿Algún
médico podría ayudarle? -. Pone cara de estar preocupado por la situación.
- Se refiere usted al
psicoanalista que me saca mil seiscientos euros cada mes del ala. La última vez
dijo que me buscase pasatiempos para olvidar. Que intente hacer deporte de
máximo riesgo, que me tire a la mujer de mi jefe, lo que viene a ser lo mismo,
o la de mi amigo. Que defraude a hacienda, desfalque en la empresa, o mejor
aún, dijo el tragaperras con título de médico, especialícese en el tráfico de
influencias, en la información bajo cuerda, en las facturas a la mediada del
cliente y su comisión respectiva; Desvíe fondos a algún concejal del
ayuntamiento para rebajar tensiones. Ayude al partido en el gobierno con algún
plan millonario de financiación, se sentirá importante, y se hará más rico, y
yo le chantajearé por saberlo, me dice el subnormal de Freud (risas del
público) ¡Una mierda le dije! ¡Si es lo que todos hacen! Me dijo. No tiene
ningún estímulo. Llevo diez años facturando montañas de mentiras. Los ingenieros
cobran su carnaza, las constructoras dan cenas a los comisionistas como si
fuesen un club de jubilados, mi contable recibe sobre sueldo por mentir, mi
jefe lo mismo, mi secretario, mis directos subordinados, hasta la prostituta
que viene el viernes a ver al vicepresidente debe tener su falso sueldo
apuntado en algún lado.

- El programa recordamos no se
hace cargo de opiniones o denuncias que hacen aquí sus invitados, aunque me
parece que en este caso no hay que caer en el pesimismo –le dice el director
del programa en tono amigable -. Esa corrupción de la que habla va
desapareciendo de nuestro país, gracias a los jueces.
- No me haga llorar.
- Son conclusiones precipitadas,
el pensar... -. No le deja acabar.
- Otro tipo de conclusiones
pueden hacerme pensar sobre el punto máximo que resiste una persona. Grave es
alistarse a la religión del odio, convertir sus virtudes en defectos,
desgastarse en su ambiente, pero el mundo moderno trata estos asuntos como
tragicómicos -. Bebe otro trago no muy largo y se acomoda en la silla.
- ¿Qué se puede hacer para que a
uno le tomen en cuenta? Es una pregunta que muchos de mis invitados se han
hecho en este programa.
- Convertirte en un asesino
ahorra mucho al departamento de Marketing. Anastasio Serra Matamoros, cuarenta
años, asesinó a cincuenta y siete personas mientras veían Blancanieves. Utilizó
gas Mostaza, un cuchillo de cocina y un asierra eléctrica para aterrorizar. En
la calle mientras huía, asesinó a una anciana coja y su perro Chau-Chau – se
paró dudando de la identidad de las víctimas -. Varios testigos de Jehová
cayeron estrangulados a sus pies entre los aplausos de viandantes y policías –
acaricia la botella, se ríe de sí mismo,
mira a su alrededor, ve las risas, se levanta, la cámara sigue sus
movimientos, el director indica a sus técnicos que le sigan -. Si algún día pudiese liberarme de la
tensión que me oprime desde mi adolescencia, crearía el ambiente propicio para
la opera prima que llevamos todos en el interior. Yo sé lo que pudo ser, la
vida me tendió una celada bien pensada. Sólo se me admitió por unos momentos en
el paraíso, degustando algunas exquisitas y extrañas sensaciones. Después, la
vuelta al aburrimiento general, los días...
Por el micrófono interno inserto
en la oreja derecha, el presentador sabe que ninguna llamada del exterior
quiere llevar la contraria al invitado. Eso resiente bastante el guión, ya que
contaba con un poco de polémica para ir calentando el ambiente. Debe ser él
quien abandone su tono imparcial. Es uno
de los cimientos del programa: debates cuerpo a cuerpo sin profundidad.
- Se deja usted llevar por el
pesimismo, es demasiado negativo. Mucha gente que le está viendo pensará que se
queja a la ligera. No pasa frío, ni hambre como muchos desheredados. Ni tiene
malformaciones físicas, ni cuida a un enfermo terminal como fue el trágico caso
de ayer -. Le gustaba recordarlo, la audiencia subió durante un pico al 35%.
- Lo sé. Me dejo llevar por el
pesimismo, no veo las cosas buenas, lo verde del bosque y los fajos de billetes
con los que me limpio el culo. Todos nos sobreponemos en las malas rachas,
porque la vida nos hizo hombres de provecho, dicen. Yo tengo dos casas, dos
coches, dos malditos acuarios, dos personalidades, dos exmujeres, vacaciones propias con mi hijo señaladas por
un juez, un nombre respetable y otro cubierto de basura.
- Empieza de nuevo, así no vamos a ninguna parte. En este programa se
arreglan las situaciones o se intenta al menos. Usted debe hacer algo para
colaborar.
- Podría hacer ejercicios de
barras con los cuernos de su padre.
Tremendas risotadas del público,
ya que la noticia está en la prensa rosa, el presentador no sabe si indignarse,
no esperaba una respuesta así, hiere su orgullo pero sabe que la audiencia
habrá estimado ese reflejo de chulería. Aun así no le gusta que alguien le
sobrepase en ingenio, y menos con bromas acerca de él.
- Vamos a dejar pasar esa falta
de educación, este es un programa serio o por lo menos lo intentamos. Lo importante esta noche
es si usted quiere dar pasos hacia delante con su problema, o no sabe muy bien
lo que quiere. Tal vez no este usted tan mal o sea un masoca.
- La conciencia golpea la boca
del estómago durante la noche. Sí, soy culpable por los hechos que se han
marcado de día en ella. Eso es dolor, y sobre él mi orgullo, más fuerte que
cualquier corazón desecho.
- Poesía – anuncia el presentador
saliendo de una especie de sueño -, no está mal para animarnos, aunque sigue
siendo muy pesimista, por lo menos algo creativo intenta hacer.- Después haré lo que deseo desde
que vi su programa.
- ¿Y qué es? -. Dice con
curiosidad el presentador.
- Primero están los árboles
tapando mis preocupaciones. Tampoco le di las gracias al sol por sus rayos a
través de las ramas.
- ¡Escúchenle querido público, el
poeta de la gran ciudad! ¡Aplaudan por favor! -. Se escuchan aplausos
descoloridos del público interpelado. El director piensa seriamente en hacer un
contrato a su invitado, pudiera ser una mina tener un trastornado especializado
en esquizofrenias de yuppy -. Siga por favor deleitándonos.
- Puede que nunca encuentre de
nuevo el amor, y la tristeza destroce mis labios al morderlos. Pero tendrán que
reconocer que no vine a ser piedrecita muda del sistema.
El realizador para la imagen en
el rostro del invitado que sigue hablando.
- Puede que huyese muchas veces,
mientras me hartaba. Pero quiero vivir en el reino de la verdad.
Micrófono interno:
- Oye, tenemos once anuncios
esperando con un desfase de un minuto largo, corta a ese tipo y da paso a la
publicidad.
- ¿Qué nos queda? -. Se pregunta
el invitado.
- Bueno, veo que a usted le queda
mucho talento pero a nosotros nos queda ahora dar paso a los generosos
anunciantes.
- Otra vez el orgullo –se
responde el invitado -. Le he dicho que he venido a hacer una cosa esta noche.
- ¿Qué será queridos espectadores
lo que ha venido a descubrirnos esta noche nuestro invitado? -. Se levanta
haciendo un montón de muecas y aspavientos, mira a dos cámaras
consecutivamente, vuelve a sentarse esperando a oír al invitado.
- Los pequeños detalles últimos
en que se basa la felicidad.
- Aun no nos ha dicho que ha
venido a hacer -. Piensa en algún tipo de truco mientras se frota el sudor de
las manos, ha llegado el momento de jubilar el polo que lleva, ya no lo nota
nuevo, ni el se ve resplandeciente, falta brillo de la tela en el espejo, un
toque de luz reflejado en los ojos, el mismo que piensa que tiene ante las
cámaras. Su invitado parece un hombre inteligente pasado de rosca, aunque
quienes saben ganar dinero conservan el genio, se dice, podría ahora rebelar un
secreto sexual, algo desternillante para alcanzar la mayor polémica en los
periódicos del día siguiente.
- El placer – comienza el
invitado -, es una droga que únicamente encuentra refugio en los sentidos
combinando los deseos más acariciados. Nadie puede llevárselo a esa noche en
soledad con tus recónditos pensamientos, es consumido por el cuerpo, excepto...
Micrófono interno:
- Vamos dile que corte el rollo,
nos quedan cuatro invitados.
- Aproveche para decírnoslo antes
de la publicidad. ¡Atentos todos! Este hombre ha venido a hacer o decirnos algo
sumamente íntimo -. Hace movimientos de manos y gestuales indicando al invitado
que hable.
- Deseo darme un último placer.
- No vayamos a perdernos, a ver
que va hacer usted - grandes carcajadas de todo el mundo en el plató -.
¡Dígalo, dígalo antes de nuestros dadivosos anunciantes!
- He venido a matarle ante su
audiencia.

Un silencio contenido en un
segundo que se alargo en la mente de algunos televidentes varias vidas. La
contundencia de la afirmación no ha dado tiempo si quiera a contraer las
pupilas por el horror. No estaba en guión del presentador evidentemente. La
aparición bajo la chaqueta del caro traje del invitado de un largo machete de
caza, hundido hasta el fondo en el pecho de su interlocutor, ha terminado con
6 millones de euros de blindaje de
contrato, que no disfrutará gastando en las lujosas fiestas. La estrella del
programa cae sobre la mesa, rodando la botella de whisky al suelo, se aferra al
mango del machete con los ojos en blanco entre jadeos profundos cubriendo la
mesa con sangre que le sale por la boca, e insultando al invitado con voz
rasgada por el coágulo, el cámara que estaba filmando tiene paralizada las
manos del susto, no puede cambiar el enfoque, ni siquiera cuando la estrella de
la televisión se cae de la mesa y el cuchillo le atraviesa la espalda desgarrando
por detrás la americana que iba a ser cambiada. El invitado, tranquilamente, se
vuelve y saca dos revólveres colt de cañón corto de no se sabe donde, se gira
hacia el público; gritos, chillidos, carreras. Un técnico muerto de miedo lanza
la cámara contra un anciano que muere al impactar el borde de la lente en su
cráneo. La secretaria de producción se tira al suelo, está segura de
conseguirlo, ella es la mejor colocada para hablar con el ególatra
representante del difunto presentador, se esconde, no sea que el tarado ese
lleve una granada en el traje. Pero un mal paso de una maruja con tacones de
aguja le ha seccionado la columna vertebral, probablemente ha quedado invalida,
lanza alaridos roncos llorando de dolor, se arrastra arañando el suelo hasta
los escalones boqueando insultos y deseos apocalípticos hasta que le cae un
muerto encima y la paraliza. Por fin, los guardias de seguridad de la cadena
televisiva enfrascados a esas horas en el intento de ligarse a las azafatas, se
presentan por una de las puertas
internas del estudio. Disparan nerviosos sobre un hombre que les apunta con sus
dos revólveres, uno le da a un pobre hombre que se ha cruzado en la
trayectoria.
- ¡joder he matado a un viejo!
¡he matado a un viejo...que mierda!
El otro no sabe si quiera si ha
disparado, pero al volver a intentarlo recibe un impacto en el estómago y cae
al suelo. Tiene cuarenta minutos de vida antes de que llegue una ambulancia.
Toda la escena está saliendo
perfectamente enfocada en directo, una cámara paralizado sigue emitiendo para
regocijo del productor de la cadena, que en su casa ve en directo la caída de
los cuerpos. Piensa en los beneficios que le reportará la imagen vendida a todo
el mundo morboso; en el contrato blindado desblindado; en el discurso a hacer
al día siguiente a favor de la ética y abogando por la contención de la
telebasura. Piensa en un loco que además es un miserable niño de papá que mata
sin ton ni son. Pero siente un vago vértigo al intentar imaginarse como alguien
rico y de buena posición, llega a cometer lo visto en la pantalla del
televisor. Un loco, es suficiente explicación. Es lo que dirá en el comunicado.
El jefe de seguridad, un viejo
policía retirado cojo, consigue llegar arrastrando su pierna por los pasillos
por donde escapa el aterrorizado público, quita el seguro de la pistola y
accede jadeando al plató por la misma puerta que han abierto los dos agentes de
seguridad, al cruzarla sólo oye repetidamente:
- ¡He matado a un viejo, lo he
matado delante de todos!
Le pega un culatazo con su
pistola para que se calle de una vez y no sea blanco del tirador, ya hay varios
cuerpos sin vida en el anfiteatro del público y mucha sangre en el suelo. Los
gritos son tan ensordecedores que no servirá gritar al asesino para que se
entregue, no le puede oír, levanta la pistola, es una Heckler & Koch
alemana que le regalaron los compañeros el día que le jubilaron por incapacidad.
Le cae bien ese hombre, le hubiera gustado encontrársele en un bar de noche
para charlar largamente, lo sigue pensando hasta que sus miradas se cruzan , y
lo piensa otra vez cuando el primer disparo alcanza en el torax del invitado.
No le hace caer la herida y además sigue tiendo dos revólveres para seguir
matando, apoya la otra mano sobre la que dispara y acciona el gatillo; el
segundo disparo destroza el lóbulo derecho del elegante hombre que ha provocado
una matanza en directo. Sabe que está muerto.

El primer invitado ya está
sentado en el decorado, se trata esta semana de un supuesto bar de copas con
línea modernas en sus muebles. El presentador quiere esta vez que sea el propio
invitado el narrador de su historia, según él, pretende hacer un homenaje a las
personas anónimas que padecen problemas afectivos en una gran ciudad (frase
digna del sueldo de los guionistas). El invitado es un hombre maduro pero a la
vez parece joven para su edad. Va vestido a la moda de los ejecutivos en la
manzana del complejo Azca de Madrid. Traje azul marino brillante, hecho a
medida del cuerpo, camisa morada clara, corbata azul intenso sin ningún
alfiler, zapatos marrones de piel tratada muy flexibles, los ha estado
lustrando el invitando el mismo con cera de aloe vera. Simula el decorado que
se encuentra el bar a punto de ser cerrado. Hay una mesa pequeña en el centro
de la estancia, algunas sillas la acompañan , la gabardina negra está sobre
una, también una botella de whisky, un vaso medio lleno dispuesto por un trabajador
del estudio, apoyado a la mesa un paraguas. Está el invitado bien peinado y
aseado, su mirada está perdida, el cuello, aflojada la corbata, sigue aun
rígido. Se le ve concentrado, observando muy lejos lo que hay en el plató, está
sumido en su propio mundo. No mira al dirigirse a quien habla.
- Muy buenas noches, un día más
con ustedes, los verdaderos dueños de este programa. Hoy – se vuelve al
invitado -, he querido traer a un amigo que aparentemente nadie diría que lo
pasa mal o tendría motivos para quejarse. Es un hombre de posición alta, muy
alta, y ha querido contarnos esta noche su tragedia, también tienen su tragedia
los poderosos. Cuéntenos por favor.
Autor: Conrad Quevedo (@theyoungQuevedo)
Fotografías: Lucía Ramos (@Lux_Ramos)
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