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lunes, 30 de noviembre de 2015

Del otro lado del cuadro




El olor a pan recién hecho las despertó. Lentamente, casi de puntillas,  se asomaron a la cocina y el asombro fue mayúsculo cuando vieron la mesa preparada con mantel, leche caliente y un dorado  pan que todavía estaba humeante. Se miraron, no entendían que estaba sucediendo. Juntas se acercaron a la puerta de la pequeña casa y pudieron ver a la abuela María en el huerto, arrancando las malas hierbas. Sus manos tenían las señales de los años y del trabajo duro de la tierra de casi toda una vida. El tiempo implacable se había acomodado en ella mermando sus recuerdos y estos se fueron enfriando, congelándose en alguna parte de su memoria. Había sido una mujer llena de recuerdos, de esos que se atesoran y no se comparten, llegando a convertirse en secretos. Una mujer fuerte para el trabajo y cuya única debilidad había sido su hija Giulia y luego, su nieta Olivia.
Giulia la observaba, con ternura, casi con adoración. Su madre estaba allí, tal y como la recordaba, como si todo siguiese igual. Amaba a su anciana madre, porque a pesar de la dura vida que les había tocado vivir, nunca le había faltado una caricia, una palabra bonita o una sonrisa resplandeciente cuando la miraba. Siempre pensó que su madre guardaba un gran secreto y siempre presintió que eso tenía que ver con su propio origen, pero jamás la importunó  con preguntas. Solo sabía que, siendo muy joven, había trabajado con una familia de aristócratas de Florencia y recordaba cómo una vez, siendo ella una niña, su madre la llevó a una gran casa llena de cosas bonitas y lujosas. Allí la vio llorar por primera y única vez.  Cuando recordaba a su padre, no encontraba nunca la sonrisa de su madre, tampoco recordaba un gesto cariñoso de parte de ninguno de los dos.  Su padre murió siendo ella todavía una niña y tampoco recordaba tristeza en el gesto de su madre, tal vez lástima, pero no dolor. Hacía ya un par de años que su madre había empezado a apagarse, a olvidar hasta las cosas más sencillas, a hablar poco y cuando lo hacía, apenas balbuceaba palabras inteligibles. Sólo sonreía y su cara se iluminaba cuando Olivia aparecía  en la habitación.  Era una joven alegre y dulce, con rasgos muy hermosos que, muchos decían, recordaban a los de su abuela cuando era una jovenzuela.
Anciana durmiendo de  Nicolaes Maes (1656)
Olivia se acercó a la abuela para cubrirla con su chal.
-¿Estás bien nonna? 
La abuela la miró con sus profundos ojos azules.
- Si hijita, he dormido muy bien.
La joven no podía reprimir su asombro cuando la oyó hablar con tanta claridad. Entrelazó su brazo y la acompañó hasta su sillón, al lado del brasero. Mientras tanto, Giulia, un poco atolondrada por la situación, le preparaba un tazón con pan remojado en la leche que les había dejado sobre la mesa.  Después de desayunar, la joven se sentó a los pies de su abuela y recostó la cabeza en su regazo, con ternura, queriendo trasmitirle su calor. La abuela acariciaba con dulzura la cobriza melena de su nieta mientras le tejía unas trenzas. 
-Éramos tan jóvenes….

Olivia se iba a incorporar para decirle algo a su abuela, pero Giulia, que se había sentado en el umbral de la cocina a observarlas  le hizo un gesto para que permaneciera tal y como estaba.
… Éramos tan jóvenes que no sabíamos todavía que entre los dos había una gran distancia, la clase.  Él un aristócrata y yo una simple doncella. Llegué desde el Borgo un año antes, era casi una niña, pero la familia necesitaba ayuda porque la tierra no daba para alimentarnos a todos. Me llevaron al palacio de la familia más importante de Florencia, me vistieron y me coronaron con una cofia blanca que ataba en la nuca. Estaba asustada. Durante meses estuve en la cocina fregando los cacharros, no salía de allí sino para ir a dormir a mi catre. No conocía los salones, ni los aposentos de la familia, hasta que un día la patrona entró a la cocina, fue hasta mí, me cogió las manos y las examinó.
-“Si, tú me vales”.
Me llevó hasta un salón lleno de cuadros, adornos maravillosos y muchos libros. Nunca había visto algo tan hermoso como aquel salón. La patrona me puso en las manos varias telas de paño.
 -“Tus manos son pequeñas. Te encargarás de limpiar todos los días las miniaturas de los armarios”.
 Me enseñó cómo hacerlo y se mantuvo durante varios días pendiente de mi trabajo, con la misma cantaleta
-“Cuidado no rompas nada o vuelves al Borgo”
Giovanna acarició las trenzas que le había tejido a su nieta con mimo y con la mirada fija en el cabello rojizo de Olivia.
… Aquel día llevaba dos trenzas enganchadas con las horquillas que él me había regalado “Para tu cabello de fuego” - me dijo cuando me las puso en la mano. .. Me había pasado toda la noche terminando la nueva toquilla para ese día y hasta me unté los labios con carmín. Quería parecer más hermosa que lo que él me decía que era. Me fui temprano a la plaza para colocarme en un buen lugar donde pudiera verle y él me viera cuando saliera de la misa.  La iglesia estaba reservada sólo para los aristócratas,  y familias importantes. Ese domingo el olor de la ciudad era diferente, los cirios y las flores aliviaban el mareante hedor que con frecuencia desprendían las calles de Florencia. Era la Pascua de Resurrección y hasta la cúpula de la catedral me parecía más grande y brillaba, brillaba mucho.

Florencia, grabado del Liber chronicarum (1493)
 Los gritos venían de Santa María del Fiore y de pronto comenzó a salir la gente con las manos en la cabeza y con gestos de terror: “están muertos, los han asesinado” - decían.  Los que estábamos en la plaza no entendíamos y entonces, todos comenzaron a correr de un lado para otro por la confusión. Oí que alguien cerca de mí preguntaba: “¿A quién han asesinado?”  y otro contestó: “A los Medici”. El pánico se apoderó de todos los que lo oímos, pero a mí, además se me congeló el corazón. No podía correr, me quedé paralizada. La gente pasaba por mi lado y me empujaba, casi me arrastraba, pero yo no podía dejar de mirar con angustia hacia la puerta lateral. Una mano me cogió del brazo y al reaccionar lo vi, era él. Llevaba el traje salpicado de sangre y el miedo desfiguraba su cara. Sin decir ni una sola palabra me arrastró entre la muchedumbre y corrimos hasta el palacio. Pronto empezaron a llegar todos, con el rostro congelado por el terror y algunos con sangre en la ropa. Al principio nadie podía dar informaciones completas, solo que habían asesinado a Giuliano. Las noticias sobre Lorenzo, el hombre con mayor poder de Florencia, eran imprecisas. Algunos creían que también había sido asesinado y otros decían que estaba mal herido, pero que había logrado esconderse en la sacristía con la ayuda de sus leales…
Giulia y Olivia miraban ensimismadas a la abuela sin atreverse a decir nada, no querían que se rompiera aquel momento. Ella  suspiró antes de continuar.
… Yo lo observaba todo desde mi sitio, del otro lado del salón donde se había reunido la
familia y los amigos más íntimos. Todos llorábamos, la familia por el dolor y el miedo por lo que había sucedido y que todavía estaba sucediendo y nosotros, la servidumbre, creo que por las mismas causas. No podía dejar de mirarle, me tranquilizaba verle allí.  Estaba abatido, pero al mismo tiempo enfurecido. Habían asesinado monstruosamente a  Giuliano, habían conspirado contra su familia, habían querido matar a los dos hermanos Medici y no llegaban noticias de Lorenzo. Al ruido y el griterío le siguió un silencio que helaba la sangre. No se oía nada, la ciudad parecía también muerta, hasta que la muchedumbre comenzó a reunirse y dirigirse hacia la catedral para dar apoyo a Lorenzo que permanecía en la sacristía, herido y preocupado porque no sabía la suerte de su hermano. Ya por la tarde, Lorenzo salió de la iglesia junto con sus leales, pero sin llegar a ver el cuerpo masacrado de Giuliano. Llegó a palacio y allí se enteró de su muerte y de quienes habían participado en el atentado. Las campanas comenzaron a repicar por toda Florencia y el repiqueteó llegó más allá de las murallas. Se cerraron todas las puertas de la ciudad. Los criminales y conspiradores quedaron atrapados, algunos en el palacio Pazzi y otros en las casonas de sus aliados. El laberinto de callejones de la ciudad pronto se vio invadido por la muchedumbre armada con cualquier cosa que pudiera matar. Fue una tarde, con su noche llenas de horribles gritos, fueron unos días de sangre y terror, los ajusticiados colgaban de las ventanas del Palazzo Vecchio y el olor a carne quemada de los llevados a las hogueras era nauseabundo, pero Giuliano fue vengado y Lorenzo se consagró aún más como el amo de la región.
Aquel suceso marco para siempre la vida de los Medici, pero la vida tenía que continuar, Aquel día nos hizo crecer a todos. A mí, que entonces sólo tenía quince años y a Lorenzo que tenía mi misma edad…
Olivia dio un respingo.
-¿El Magnifico?
 La abuela María la miró con ternura.
Lorenzo de Medici de Giorgio Vasari (1511-1574)
-No pequeña, yo le llamaba Lorenzino. Era Lorenzo di Pierfrancesco de Medici, el primo del Magnífico.
… Lorenzino y su hermano eran primos del Magnifico, pero este los trataba igual que a sus hijos. Se habían quedado huérfanos y él los acogió, aceptó su tutela y los colocó en manos de los mejores maestros y filósofos de Florencia. Aunque vivían en un palacio al lado del Medici no era extraño verles siempre en el de la familia. Por lo que oía por los pasillos del palacio, era un joven brillante, al que le gustaba escribir poemas y gran admirador del arte, igual que sus primos Lorenzo y Giuliano y empezaba a destacar en el negocio de la familia, la banca. Con sólo catorce años había empezado a hacer su propia colección de pintura con cuadros encargados a los más renombrados maestros de la ciudad, aunque tenía predilección por el maestro Sandro Botticelli. Para mí, sólo era un joven muy apuesto, educado y galante. Lo veía algunas veces en aquel salón, mientras él buscaba o leía algún libro y yo limpiaba las miniaturas. Creo que nunca se había dado cuenta de que yo estaba en el mismo salón y fue una mañana cuando yo estiraba los brazos para alcanzar los adornos que estaban en el más alto de los peldaños del armario cuando se acercó a mí.
-“Si, está muy alto. Déjame que te lo alcance”.
Lo miré y le sonreí con mucha timidez y respeto. Él me miró fijamente y sorprendido, como si hubiese descubierto algo en aquel momento. A partir de aquel día lo encontraba en cualquier lugar del palacio o en cualquier momento, porque yo misma ya me movía por el palacio en otras tareas que me fueron encomendando.
Estaba comenzando el invierno y en los salones de la Via Largo se reunían artistas, escritores y grandes pensadores en veladas interminables con el Magnifico. Todos eran protegidos de la familia, todos trabajaban para los Medici. Lorenzino también estaba en muchas de aquellas reuniones recitando algunos de sus poemas. Comentaban sobre los cuadros, o sobre política o también sobre el cielo y las estrellas o sobre la vida y la muerte, mientras los sirvientes ofrecíamos manjares o poníamos leña en las estufas. Muchas fueron las veces que sentí su mirada desde el otro lado del salón cuando yo estaba en mi faena. Eso me gustaba, aunque me hacía temblar por el miedo de que alguien más lo notara.  En una de esas veladas oí como Lorenzino comentaba que quería  un gran cuadro para una de sus villas de campo, pero que todavía no sabía qué motivo quería para el mismo, aunque si a quien se lo encargaría. Hubo muchos comentarios sobre el tema, algunos proponiendo el motivo y los más osados preguntando por el pintor que lo haría. Yo de eso no entendía, pero me gustaba oírle hablar con la seguridad de lo que quería…
Giulia acercó más su taburete hasta colocarse detrás de su madre, casi sin hacer ruido y Olivia aprovechó aquel momento de silencio de la abuela para colocarle una manta sobre las piernas. La abuela María seguía mirando hacia sus recuerdos.
…  Después de aquel fatídico día en el que me rescató de la muchedumbre, aún sabiendo que su propia vida estuvo en peligro por ser un Medici, las cosas empezaron a ser diferentes. Lorenzino y su hermano comenzaron a tener enfrentamientos con su primo por la herencia que les había dejado su padre y que el Magnifico había invertido en la banca, por lo que no tenía en ese momento para devolverla. También empezó a ser diferente para nosotros pues yo pasé a servir en su palacio. Empecé a sentirme protegida por él y no sólo eso, me sentía amada. Los encuentros furtivos se repetían con frecuencia. Encuentros dulces en los que él me tomaba de las manos y las acariciaba mientras me recitaba alguno de sus versos, en los que sólo me miraba a los ojos y hacía rizos con mi cabello, que decía que parecía fuego. Después de muchos de esos encuentros, un día me rozó los labios con los suyos y yo… creí que me moría allí mismo. Con nuestra juventud, solo nos dábamos cuenta de nuestro abismo cuando nos mirábamos cada uno desde su lado.
Lorenzino encargó el gran cuadro que quería al maestro Sandro Botticelli. Me había explicado que en él quería que se plasmara la grandeza de Florencia y que se reflejara la autoridad y dominio de la familia Medici. La verdad es que yo le escuchaba muy atenta, pero sin saber muy bien de lo que me hablaba, pero lo hacía con tanto entusiasmo que disfrutaba de sus fantasías. Sabía que en los últimos tiempos se había mezclado en la política y que algunas personas en la ciudad comentaban que estaba metido en una corriente distinta a la de su primo el Magnifico, pero yo tampoco sabía nada de política. Apenas sabía garabatear mi nombre porque él me había enseñado a hacerlo. Lo único que me importaba era el amor que me entregaba y los momentos que pasábamos juntos.

El estudio de Botticelli: la primera visita de Simonetta Vespucci, presentada 
por Giulio y Lorenzo de Médici de Eleanor Fortescue-Brickdale (1922) 
Decidió que el cuadro sería para el palacio en vez de la villa. El maestro Sandro le dijo que, debido a las dimensiones del cuadro, tendría que ser pintado en el propio palacio por lo que era frecuente verle por allí. Parecía un hombre triste, ensimismado o tal vez pintando en su cabeza lo que luego plasmaría en el cuadro, pero también era un hombre amable, al menos conmigo. Lorenzino me contó que el maestro quedó muy triste cuando murió Simonetta Vespucci y que no se recuperaba de ese dolor. Yo no la conocí, pero los que si lo hicieron decían que había sido la mujer más bella de Florencia y que hasta los hermanos Medici, Lorenzo y Giuliano, la habían amado. El maestro la seguía pintando y seguía siendo el centro de sus cuadros.
Aunque me sentía feliz estando cerca de él, llegó el momento en el que me di cuenta de la realidad que me había negado a aceptar, yo no era más que una doncella y él, el señor de la casa. A pesar de su juventud y su posición social, se iba abriendo su propio camino. Era un Medici, pero brillaba por sí mismo por su inteligencia para los negocios y su exquisitez para el arte. Se codeaba con las principales familias y los nobles de Florencia. Todos los pintores de Oltrarno querían pintar para él. Las reuniones sociales empezaron a ser muy frecuentes en el palacio, importantes señores y elegantes señoras se paseaban por los salones admirando la colección de pinturas de Lorenzino y yo, les servía. Sólo cuando estábamos solos olvidaba lo que nos separaba y volvía a sentir su calor en mis manos y deseaba que no parara de decirme todas aquellas palabras bonitas que me susurraba al oído. El tiempo pasaba y a pesar de lo rápido que iba todo para él, para mí solo se movía cuando estábamos juntos…
-¿Me das un poco de agua, hijita?
 Olivia se levantó y pasó al lado de su madre dirigiéndose a la cocina. Giulia entonces se levantó y besó a su madre en la frente. María miró  a su hija con el mismo amor que la había mirado siempre y sin decir nada le agradeció el beso con una sonrisa.
… Era muy grande y aunque yo no entendía nada de pintura, me pareció precioso. Mucha gente fue a apreciar la obra que ocupaba un gran espacio en uno de los salones más próximos a los aposentos de los señores. Estaba lleno de vida y color, con personajes que pertenecían a la mitología griega, según me explicó Lorenzino y en él, y lo más importante, Florencia, dominando con grandeza. Todo el que presenciaba el cuadro hacía un comentario de admiración. Una de las cosas que más comentaban era la aparición de nuevo de Simonetta en la pintura del maestro Botticelli. Algunos encontraban un gran parecido entre las figuras pintadas y los Medici, sobre todo con Giuliano, pero todos estaban de acuerdo en que, a pesar de no tener ninguna símbolo religioso, era una gran obra.

La primavera de Sandro Botticelli de 1480-1481
Aquella tarde, mientras yo daba de comer a los patos del estanque, se acercó a mí muy callado. Creo que estuvo mirándome un rato bastante largo antes de hablarme. Su cara era muy seria y sus labios se movieron sin decir nada. Hasta que me miró fijamente y me pidió que le atendiera.
-“Voy a casarme con Semiramide Appiano”.
Se abrió un agujero muy profundo y negro bajo mis pies. Siempre supe que algún día sucedería, pero  ¿por qué aquel día?. La noche anterior habíamos estado amándonos y también nos habíamos reído mucho recordando a muchos de los llamados aristócratas que se paseaban con tanta pompa por la ciudad. La mayoría visitantes asiduos de palacio. La noche anterior le había dicho que nuestro amor iba a dar frutos…
Giulia dio un respingo y casi se cae del taburete. Olivia enseguida miró a su madre entre el asombro y la duda. Las dos, sin hablar, se tranquilizaron con un gesto que entendieron como “pobre abuela, está delirando de nuevo”. La abuela pareció comprender esa conversación sin palabras.
-Olivia, hijita, ve a mi mesa y tráeme la cajita de madera que está en el último cajón.
Olivia, obediente, fue y trajo la cajita y se la puso en las manos. María la abrió y sacó un pañuelo, que alguna vez había sido blanco, con encajes en los bordes y unas letras bordadas. La abuela lo desplegó y sacó dos horquillas.
-Ven que te los pongo en tus trenzas. Son las horquillas que me regaló tu abuelo.
Giulia lloraba. No entendía nada o quizás, comenzaba a entenderlo todo. Acarició la cabeza completamente blanca de su madre. No se atrevía a decir nada, solo quería saber más. Olivia, deslizó el pañuelo de las manos de su abuela a las suyas. Entonces pudo ver las letras que tenía bordadas LPM.
- “María, sabes que te amo, siempre te amaré, pero yo no puedo hacerte mi esposa. Me debo a una clase que no aceptaría tal situación. Sabes que estoy comenzando una vida para la que me he preparado y aunque signifique un sacrificio, me debo a mi familia, a mi apellido. Los Appiano son una familia noble e influyente… Pero, no te abandonaré, ni tendrás un hijo bastardo. Yo te protegeré de la única forma que puedo hacerlo, dándote los medios para que tú y… nuestro hijo vivan sin privaciones, aunque alejados de mi”. 
Todo esto lo decía mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.  Yo no dije nada, solo asentí con la cabeza.
Pocos días después, salí de Florencia, con un marido al que apenas había visto cuando trabajaba en el jardín y en una carreta en la que habían cargado algunos muebles que sacaron de un viejo almacén del palacio. El traqueteo de la carreta por las calles que nos llevaban hasta la puerta de la muralla, era como un llanto de demonios que me despedían y el hedor de la ciudad era el del mismo infierno. Mi esposo, salió de Florencia cargando una bolsa con algunas monedas para comprar un trozo de tierra y levantar unas paredes y yo, con un pañuelo de Lorenzino y su hija en mi vientre…
La abuela se recostó un poco más y cerró los ojos. Giulia y Olivia no podían parar de llorar, pero con un llanto silencioso de tristeza por la abuela y de estupor por lo que estaban conociendo. María permanecía callada, parecía dormida, pero ellas no se atrevían a moverse de allí. Esperaban poder saberlo todo, porque temían que la abuela volviera a meterse en su mundo y ya no regresara.
… Llegó un emisario de palacio. Como era normal, aunque el mensaje era para mi, se lo comunicó a mi esposo. El señor quería que yo fuera a Villa di Castello y que llevara a la niña. No hubo ninguna reacción por parte de Pascual. Él nunca olvidó que clase de matrimonio era el nuestro. Yo no pude dormir muchas noches pensando para que me querría después de seis años. Tal vez solo quería conocer a Giulia, o tal vez nunca me olvidó y cuando pensaba esto último, mi corazón se agitaba.
Construcción del palacio Medicis, miniatura del “Virgilii Opera”atribuida a Apollonio di Giovanni (1460)
Nunca había estado en Villa di Castello. Había oído hablar de ella, era una de sus casas de campo y estaba en las colinas de Florencia. Pascual nos llevó hasta la gran puerta del jardín que estaba delante de la villa. El mismo hombre que había llevado el mensaje nos esperaba en una estrecha vereda del jardín. Nos acompañó hasta la villa y entramos por la cocina. Mi pequeña Giulia me preguntaba que hacíamos allí y por qué papá se había quedado en la carreta. Yo solo la miraba y le acomodaba su trajecito, quería que Lorenzino viera lo bonita que era su hija. Nos llevaron hasta un pequeño salón lleno de cuadros y porcelanas maravillosas. Tenía pocos muebles, pero finos y muy bien colocados. Giulia lo miraba todo encantada y yo volví a revivir en segundos todo lo hermoso que había conocido.
-“¿Así que tú eres la pequeña Giulia?”
Después de seis años estaba allí, delante de mí de nuevo. Temblé cuando lo vi. Se acercó a la niña, la besó y la sentó en uno de los finos sillones. Se acercó a mí y me beso las manos.
-“Sigues siendo tan hermosa” - me dijo
Yo no sabía que decirle, solo le pregunté:
-  “¿Por qué estamos aquí?”
- “Creo que tendré que salir de Florencia y no sé por cuánto tiempo. No sé hasta dónde nos    llevarán los enfrentamientos con mi primo. Quería conocer a la niña por si no vuelvo”.
Lo miré, creo que un poco desafiante, reconozco que por la decepción, porque logré que él bajara la mirada por un momento…
- “Giulia es una niña feliz y cómo puedes ver, saludable y hermosa”.
Se acercó más a mi y me tomo la mano. En aquel momento sentí que me desmayaba al sentir nuevamente su tibieza.
- “María, te amé. Nunca dudes que te amé. Mi vida ha pasado por muchas vicisitudes desde la última vez que nos vimos, pero siempre que te he recordado, ha sido con amor. He pensado mucho en ti y en mi hija. Sabía que estabais bien y eso me tranquilizaba”.
-  “Si, la tierra que nos compraste nos ha alimentado”  - le dije.
La conversación fue muy breve. No teníamos mucho más que decirnos. Cuando ya nos íbamos a despedir, nos dimos cuenta que Giulia no estaba en el salón. Salí y comencé a buscarla por los pasillos y salones que iba cruzando. De pronto, me encontré de frente con un enorme cuadro que ocupaba toda una pared. Una hermosa mujer emergía de una concha de mar. Su cara me recordaba a aquella que había visto en el otro gran cuadro del maestro Sandro. Era de nuevo Simonetta Vespucci. La acompañaban dos seres que parecían ángeles soplando el viento que mecía su larga cabellera y a su lado, una doncella de pelo rojo que desde la orilla intentaba cubrir su desnudez con un manto pintado de flores. Rosas rodeando su cintura y  en el cuello un collar de mirto, el símbolo del amor eterno. Aquella doncella era yo.

El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli (1484)
Sentí la manita de Giulia que se hacía a la mía y sin mirarla noté como ella también se había quedado ensimismada mirando el cuadro. Estábamos las dos en el gran salón, contemplando aquello para lo que el destino quiso que volviera a ver a Lorenzino. Él no me lo dijo, pero por primera vez sentí que no estaba del otro lado. Ahora estaba donde todos podrían admirarme. Ahora, estaba donde él se encontraría conmigo siempre que mirase aquel cuadro. Salí de Villa di Castello con la certeza de que el amor de él había sido verdadero y eso logró que me reconciliara con él, aunque no volviera a verle nunca más, y con la vida, que me había dado la oportunidad de amar y ser amada.
Esta vez fue la abuela quién lloró, pero al mismo tiempo que lo hacía, sonreía. Se acomodó en el sillón y se dejó dormir con una expresión de regocijo en su rostro. Giulia pensó que ese regocijo se debía al agradecimiento a Dios por haberle dado la oportunidad de contar a su hija la historia por la que nunca había preguntado. Olivia arropó a la abuela y colocó de nuevo el pañuelo entre sus manos y una hija enternecida se sentó a los pies de su madre, besó sus manos y recostó la cabeza en su regazo.
Autor: Nerea Acosta (@lenenaza)


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