Recuerdo que no lo olvidaba.
Que aunque cerrara los ojos para sumergirme en mí mismo, no podía abandonarlo, dejar fuera aquel dolor profundo que había descubierto. Esa sensación de mirarla y que doliera. Y aquel olor a tiza y a ungüento contra las espinillas que lo envolvía todo…
Recuerdo que así descubrí lo que ahora sé que tiene nombre, pero que cuando lo percibí por primera vez no tenía sentido. Para hacerte sentir desnudo frente a todo y a todos, y sin respuestas. Sin resortes para contarlo, porque ni siquiera sabes lo que está ocurriendo. Solo que algo se ha roto por dentro para nunca volver a ser lo mismo. Nunca.
Decidí guardar aquel instante para siempre.
Que no lo olvidaría jamás.
Y así al sonar el timbre que daba paso al recreo, garabateé con premura la hora, el día; aquel momento en el viejo cuaderno de anillas que aún guardo, y que a veces hojeo para volver a aquel segundo. A aquel pasillo en penumbra y a sus ojos. A la sensación de que algo me quemaba por dentro como no había sentido nunca, y como tal vez nunca volveré a percibir como aquella primera vez.
Aquella mañana en la que sin saber cómo ni porqué, mi corazón dejo de latir por un instante. Para detener el mundo, y con él, yo mismo. Aquel dolor dulce, inenarrable, tan íntimo frente a ella.
Las horas que transcurrieron luego fueron un torbellino de sensaciones, en esa frontera entre la adolescencia y la existencia. Entre el niño que había llegado y aquel adulto que se resistía a salir a escena. Porque tal vez era consciente de que aquellas horas ya nunca volverían.
Aquel niño vive aún dentro. No he querido abandonarlo.
Resguardado en esa habitación recóndita donde lo encerramos sin darnos cuenta, para dejar que la vida nos separe. Sin percibir que forma parte indivisible de nosotros mismos.
Me gusta sacarlo de vez en cuando de paseo.
Ver de nuevo por sus ojos, palpar las cosas con sus manos, construir mis pensamientos con sus palabras directas y sin dobleces, como cuando todo era más sencillo, y nada tenía diferentes soluciones, solo la mejor respuesta. La primera.
No ha perdido su sonrisa. Esa alegría contagiosa que me ayuda a valorarlo todo como un descubrimiento. A ver la vida como se abre camino, en ese momento sutil en el que solo hay que mirar hacia delante y darse cuenta que está todo por escribir.
Y me cojo de su mano, y me dejo llevar. Y me devuelve a mi esencia, a mis sueños olvidados, a todo aquello que decidí no abandonar, pero que enterré demasiado pronto, traicionándolo, pero que Él no me ha tenido en cuenta. Porque siempre es posible empezar de nuevo, me dice…
Y la verdad es que prefiero hacerle caso. Escuchar sus palabras nerviosas y sus consejos; porque he descubierto que está más cerca de mi corazón de lo que yo he estado nunca, y porque es maravilloso percibir otra vez el pulso de lo espontaneo. El mágico aroma de su inocencia.
Hoy, de nuevo, he vuelto a sacar la libreta del cajón, y despacio, he pasado las páginas desgastadas hasta llegar hasta a aquel primer día.
Y he cerrado los ojos para sentirlo de nuevo.
Y he pensado, que aquel sentimiento, que aquel vértigo parece como si hubiera resurgido de nuevo. O que tal vez nuevamente me siento como en aquel día, pero hoy en tu presencia.
No lo he olvidado; porque lo guardé donde nadie me ve, pero solo al verte he vuelto a sentirlo. Así que lo he mirado y él me ha sonreído moviendo la cabeza, porque después de tantos años ya no necesita explicarlo.
Y ahora soy yo el que de nuevo y frente a tu mirada, me he quedado como aquella otra maravillosa mañana… sin respuestas.
Autor: PROSILAND (@PROSILAND)
Más de PROSILAND en su blog Para el viento... El blog de PROSILAND
No hay comentarios:
Publicar un comentario