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domingo, 22 de junio de 2014

Una historia de París


No era como la primera vez que estuvo en París. En aquella primera ocasión, llegó con la emoción de conocer esa bella ciudad, subir a la Torre Eiffel, perderse por un día completo en el Louvre, caminar por Montmartre, pasear por la orilla del Sena o sentarse en uno de esos famosos cafés parisinos. Esta vez estaba allí para quedarse por algún tiempo, tanto como su contrato de trabajo se lo permitiera. Ahora todo empezaba a serle familiar, pero seguía pensando que todavía le quedaba mucho por descubrir. Intentaba adaptarse lo más rápido posible a la ciudad, por lo que se acostumbró a ir caminando todos los días de vuelta a casa, bordeando el Sena; de esa manera tenía la oportunidad de oír y practicar el idioma y codearse un poco con la gente. Pasaba a diario frente a la librería más famosa del mundo, la veía a lo lejos, desde la orilla de Notre Dame, cuando se dirigía al Barrio Latino y nunca había tenido la tentación de entrar, al menos, para curiosear un poco, pero esa tarde cuando volvió a ver a lo lejos el cartel de Shakespeare & Company se decidió entrar. La primera impresión fue de fascinación cuando pudo comprobar que, lo que decían era cierto, la librería tenía una atmósfera envolvente, era relativamente pequeña para la magnitud de su fama, pero no necesitaba más espacio para ser un lugar lleno de encanto. Nada de lujos, mostradores gastados por el uso y el tiempo, estanterías llenas de libros apretujados y aquel olor a papel nuevo mezclado con otros llenos de tiempo, que imaginaba tendrían el color sepia de la historia.

Subió a la primera planta y ya allí pensó que había encontrado el rincón que necesitaba para sentirse como en casa. Tantos libros apilados para elegir, para leer tumbada en los cojines que estaban colocados allí a propósito, para disfrute de una lectura relajada, para leer como si estuviese recostada en el sofá de casa. Gente que como ella llegaba para vivir de una forma diferente, una parte del día. A partir de entonces, ir a la librería se convirtió en su rutina más esperada y deseada de cada tarde. En muchas ocasiones llegó a perder la noción del tiempo que pasaba allí. Conoció a algunas personas, con la mayoría de ellas solo llegó a entablar un educado saludo, con otras, algún comentario sobre lo que estaban leyendo en ese momento.

Sacó un pequeño libro de la estantería, con las tapas algo desgastadas y al hacerlo se deslizó un pequeño papel que estaba dentro de él. Después de sentarse lo abrió y leyó unas pocas líneas que tenía escritas “Aquí escondido de miradas y voces hay un mundo para refugiarme en mi huida”  No tenía firma, ni fecha, pero su gran sorpresa fue que era un libro de poesía, en español. El libro tampoco tenía el nombre del autor, solo el título “Sombras” Todos estos detalles despertaron su curiosidad y comenzó a leer el libro. Poco a poco fue sintiéndose deleitada por los hermosos, pero tristes versos que iba leyendo. Se preguntaba cuanto tiempo llevaría esa nota dentro del libro, quizás mucho,  un impulso le hizo girar el pequeño papel y entonces escribió: “Pequeño, gran mundo aquel que nos ofrece refugio en la huida”  Lo colocó de nuevo donde lo había encontrado y se marchó. Durante días, cada vez que llegaba a la librería iba a buscar el libro, siempre en el mismo lugar. Al cuarto día, al abrirlo encontró una nueva nota “Mundo de poesía donde todo es posible viajando por la nada. No hay lágrimas, no hay dolor, no hay sentimientos, ni emoción, Sólo letras ya sin color”  Sintió un brinco en el pecho y hasta tembló. Quién sería la persona que dejaba esas notas. Tal vez alguna de las que acostumbraba a ver por allí o quizás alguien con quién nunca había coincidido. Sentía que estaba formando parte de un misterio.

Tenía que contestarle, después de todo era un juego que hacía diferentes y más amenos aquellos momentos “Un mundo en la nada, es nada. La poesía no se escribe para que se pierda en el limbo. Las letras tienen el color de las emociones, emociónate”  Así fueron pasando los días y diariamente se encontraba una nota a la que ella respondía con entusiasmo y hasta con ilusión. En una de las últimas notas escribió su nombre con la intención de que la otra persona hiciera lo mismo “La soledad es una buena compañía, si no la culpamos a ella de nuestra propia soledad. Mariana”  y así fue, pero esta vez la respuesta simplemente decía: “Diego”  Sonrió, pero al mismo tiempo no sabía que contestar. Ya cuando se iba a marchar escribió su nota “Diego, este juego es genial, lo que me hace pensar que podríamos tener una agradable conversación frente a una taza de café”  Esa noche, sin poder dormir, pensó que tenía que intentar descubrir quién era. Muchas veces se sentía un poco tonta creyendo que tal vez él la veía de la forma atropellada que llegaba a buscar el libro.


La tarde siguiente, de forma bastante disimulada y aparentando poco interés preguntó al dependiente de la librería ¿Diego ha venido hoy?  Este, realmente con poco interés, le contestó que no sabía quién era ¡Monsieur Diegó! Subió a la primera planta y fue a buscar el libro. No estaba, buscó por detrás de la estantería por si se había caído, nada, no estaba, se empezó a poner nerviosa y bajo a preguntar por el libro. El dependiente le preguntó por el título y el autor, revisó su listado y le dijo que ese libro nunca había estado en la librería. Mariana se quedó fría, no entendía nada, llevaba más de un mes teniendo ese libro en sus manos, tenía que haber algún error. Le insistió al dependiente y este le volvió a confirmar lo mismo y entonces le dijo que si le interesaba tanto lo podría pedir para ella. Se quedó un rato callada y despidiéndose se dirigió a la puerta. Ya cuando estaba a punto de salir oyó la voz de una mujer ¡Mademoiselle Mariana!, era la otra persona que atendía la librería, se acercó y le entregó un sobre en el que solo aparecía escrito su nombre. Cuando lo abrió encontró el libro y dentro de él una nota “Mariana, es tu libro porque sin saberlo lo has interpretado mejor que quién lo ha escrito, lo has escrito conmigo, Diego”  Sonrío, no sin sentir un sabor algo amargo, aquello era una despedida. Comenzó a cruzar el Pont Notre-Dame para volver a casa y llegando al final del mismo vio a un hombre apoyado en el muro que la observaba fijamente. Cuando estaba ya pasando por su lado este le dijo “Creo que podríamos tener una agradable conversación frente a una taza de café”.



"El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en el es ilógico; todo en él es vaguedad y absurdo"
Gustavo Adolfo Bécquer



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