Eran las nueve de la noche, y a pesar que a esa hora empezaba la cena y
posterior fiesta de fin año a la que había sido invitado, él seguía en la
ducha, sin prisa, tomándose su tiempo, le encantaba sentir la sensación de
pureza que le producía la caía del agua sobre su cuerpo. Su móvil no dejaba de sonar, debería ser
Marisa, una inteligente y atractiva abogada de 33 años, a la que ningún otro hombre, salvo él, habría hecho esperar, preguntando
donde diablos se había metido. Salió de la ducha y mientras se secaba, vio su
reflejo en el espejo del baño, y al ver
lo que mostraba, sonrió ufano pensando que no podía estar mejor a su cuarenta
años y que valían la pena las horas que pasaba en el gimnasio. Casi todos
decían de él que era un triunfador, un líder nato, y no podía reprimir el
orgullo que le producía ver las miradas de envidia del resto al saber de su éxito como asesor
fiscal en la multinacional donde trabajaba, de las mujeres que pasaban por su vida y de
poder realizar todo aquello que quería gracias al dinero que ganaba.
Se dirigió a su inmenso vestidor, dispuesto a coger el traje que había
llevado a la tintorería para la fiesta de hoy. Y mientras se vestía, le invadió
otra vez el mismo pensamiento que llevaba persiguiéndole desde hacía días,
desde que se había enterado de la noticia. Volvía a pensar en Sara, y en lo
poco que había cambiado a pesar de haber pasado 10 años desde la última
vez que la había visto. Salvo las líneas de expresión propias del final de su treintena, aún conversaban esos bellos rasgos y esa mirada dulce que desde un primer
momento le habían cautivado. A primeros de diciembre alguien le contó que se había divorciado hacía unos meses, y no pudo vencer la curiosidad de
saber de ella, así que buscando por google llegó a su facebook donde descubrió
que tenía un hijo de 4 años que se parecía mucho a ella, que había logrado
montar la consultoría para ayudar a nuevos emprendedores de la que tanto
hablaba mientras trabajaba en el banco y por sus fotos parecía tener una vida
feliz, rodeada de sus amigos y familia. Parecía haber logrado lo que siempre
quiso y de aquello que él no quiso formar parte…. Y de pronto sintió un inmenso
vacío.
Estaba ya vestido pero no encontraba la corbata que quería ponerse, así que
revolvió todos los cajones y los estantes del vestidor, y se topó con la caja,
aquella que contenía muchos de sus recuerdos. Se sentó en el borde de la cama y
la abrió, apareciendo fotos de él y Sara, de sus años de universidad, de los viajes que
realizaron por Europa con el interrail y a los cuales les acompañaba Juanma.
Recordó aquella noche en una playa de Formentera junto Sara, y la inmensidad de
ese recuerdo no la puede borrar ningún otro de alguna de sus múltiples noches
en algún resort de lujo. Una melancólica sonrisa se esbozó en su cara al ver
una foto suya junto a Juanma, apoyados en aquel viejo Ford Fiesta de segundo
mano, el primer coche que se compró en un día como hoy, un 31 de diciembre, de hace 20 años. De repente
de dio cuenta que hacía casi dos años que no hablaba con él, al único que
consideraba como su auténtico amigo, no lo llamaba desde que le felicitó por el nacimiento de su segundo hijo.
Y de forma instintivita cogió el móvil y le llamó, y comenzaron a hablar, y
fue como si el tiempo no hubiera pasado entre ellos, como si hubiera sido ayer
la última vez que hablaron. Sintió una inmensa alegría al saber que Juanma era
feliz junto a su mujer y sus dos hijos, y una profunda tristeza cuando le contó
que la familia estaba atravesando problemas económicos al haber perdido ella su
puesto de trabajo como profesora y a la drástica reducción de su sueldo
acordaba por todos los trabajadores de la PYME donde trabajaba, para que ésta
no cerrara, y así no perder todos su puesto de trabajo. Envidió la solidaridad de Juanma respecto a sus compañeros sin saber a ciencia cierta si él hubiera
hecho lo mismo. Y esta vez no hizo lo de siempre, eso que siempre se dice de te
llamo otro día para quedar y
que nunca hacemos, sino que los invitó a comer el domingo siguiente al terminar
las fiesta navideñas. Y pensó en aquel pequeño restaurante perdido en la sierra
al que tanto les gustaba ir a él, a Sara y a Juanma, irían si aún continuaba
abierto.
Eran las diez y media de la noche y tenía numerosas llamadas perdidas y mensajes de Marisa, y cuando iba a llamarla
por teléfono para disculparse por su tardanza y decirle que en media hora
estaba allí, recordó el proyecto de empresa que Juanma y él habían estado
planeando 10 años atrás, incluso habían hecho un pequeño estudio sobre su
viabilidad, el cual debería estar perdido entre alguna de las carpetas de su
ordenador. Y dejó su móvil sobre la cama y se fue a su despacho, y encendió el ordenador, y comenzó a indagar
entre los múltiples documentos que tenía guardados, buscaba casi a ciegas, ya
que no recordaba el nombre del documento. Y como el hambre comenzada a apretar decidió
dar una tregua en su búsqueda para hacerse algo de cenar, un bocadillo de lo
primero que encontró en su nevera y una cerveza parecía lo que iba a ser su
cena de nochevieja. Y después de un buen rato encontró el dichoso documento y lo comenzó a revisarlo, a primera
vista parecía tener buena pinta. Comenzó a trabajar en él, cada vez más
entusiasmado con la idea del proyecto. No se le podía borrar la sonrisa de su cara
al pensar la sorpresa que se llevaría Juanma cuando esté le planteara la
próxima vez que se vieran, que podrían llevar a cabo dicho proyecto, el que habían
ideado juntos, y en el que siempre se habían visto trabajando. Y al plantearse
la posibilidad de dejar su trabajo para poner en marcha este proyecto, no
sintió miedo, no sabía por qué pero algo le empujaba a hacerlo…
De repente oyó el jolgorio y griterío que provenía de la casa de los vecinos, felicitándose por el
nuevo año que entraba, y miró el reloj de su ordenador y comprobó que eran las
cero horas y dos minutos del nuevo año que empezaba. Y entonces se acordó de
Marisa, que no la había llamado, ni avisado de que llegaría más tarde. Y fue a
buscar el móvil que había dejado en su dormitorio. El móvil estaba en la cama junto a una foto de él y Sara de aquella noche en la playa de Formentera. Recordó
los años vividos con ella, el pequeño piso que compartieron en el centro, en
como celebraron el día que consiguió entrar a trabajar en la multinacional en
la que trabajaba ahora, en cómo se vio
absorbido por el trabajo, en cómo se fue distanciando de ella, en cómo el dinero que entraba en casa no
consiguió retenerla, y como hoy, en un 31 de diciembre de hace 10 años ella le espero en casa sólo para
decirle adiós….
Y después de un escueto mensaje a Marisa diciendo lo siento no asistiré, no
pudo reprimir el impulso de llamar a Sara, no sabía si aún mantenía el mismo
número de teléfono de antaño, pero lo marcó y cuando descolgaron oyó su voz
diciendo “Hola Miguel, Feliz año nuevo”
y así comenzó una larga conversación que quizás, sólo quizás, podría dar lugar
a una nueva vida en este año nuevo que empieza…
No hay comentarios:
Publicar un comentario