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viernes, 19 de diciembre de 2014

Hay que estar informado



                                   


A Paco Inda los demás mendigos de la zona le llamaban «el Enterao». Llevaba siempre colgado del cuello, como un cencerro, un transistor a pilas que escuchaba continuamente para estar al tanto de las últimas noticias. Jamás sintonizaba música, deportes ni programas de esos de madrugada, los de misterio o los otros, esos donde la gente cuenta sus intimidades. El Enterao sólo escuchaba tertulias políticas. Después informaba de la actualidad a otros mendigos a la menor oportunidad, les daba la brasa, especialmente las noches de invierno en las que el frío se ensañaba tanto con sus mordiscos que no quedaba otra que tratar de resguardarse en algún albergue. «¡Apaga ya eso!»; «¡pon música!», solían gritarle, cuando el continuo murmullo de su radio se les hacía fastidioso.
El Enterao aseguraba haber sido un empresario de éxito que no se privaba de ningún lujo, pero la crisis le había llevado a esa situación de miseria y precariedad. No le hacían demasiado caso porque en la calle muchos contaban historias similares, y nunca se sabía quién mentía y quién decía la verdad: este se codeaba con la alta sociedad, pero las drogas… Aquel se colgó de una mala mujer que le dejó sin hijos, chalet ni BMW…
 La noche del 11 de diciembre de 2014, el Enterao se acostó a dormir en un cajero de Bankia. Le gustaba más el parque (había menos luz), pero la semana pasada unos animales de ultraderecha mandaron desde allí a la Bombi al hospital. Pasó de estar durmiendo tranquilamente en el banco del parque, sin meterse con nadie, a recibir una lluvia de golpes e insultos sin comerlo ni beberlo. Por lo menos no la quemaron viva, como hace unos años a Juana, la francesa (se llamaba Jeanne, pero todo el mundo le decía Juana).

Así que al menos hasta que se tranquilizaran un poco los ánimos, para las noches el Enterao prefería ese otro banco. Además, era un poco suyo. Ahora no (bueno, también, con el IVA cuando compraba comida y eso), pero durante mucho tiempo cotizó y pagó impuestos, y esa entidad había sido rescatada con dinero público. 23.500 millones de euros, le explicaba el Enterao a quien quisiera escucharle y a quien no, llenándose la boca, pareciéndole que al repetir esa inconcebible cantidad (23.500 millones de euros, vein-ti-tres-mil, que en pesetas serían… ¡Bufff!) se le pegaba algo de tanta riqueza.

Cuando los demás se cansaban de oírle y le preguntaban que por qué no les habían rescatado a ellos, a la gente de la calle, el Enterao hacía un gesto despectivo con la mano y les contestaba con condescendencia: «vosotros no entendéis de política». Otras veces les acusaba de hacer demagogia, que no sabía muy bien lo que significaba pero que debía de ser algo grave, porque los señores tertulianos, tan ilustrados ellos, la usaban mucho en situaciones similares para callar a los progres oportunistas. «Anda que no hay que tener pocas luces para ser de izquierdas en pleno siglo XXI», solía repetir el Enterao.
Esa noche, acurrucado sobre un gran cartón, de buena calidad, de marca —Balay— («Ojalá el PP continúe gobernando para que la economía no se estanque y sigan fabricando frigoríficos, que estos embalajes vienen muy bien»), el Enterao se dispuso a escuchar el final de su programa preferido. Por suerte para él, la política lo copaba y lo copa todo, abundan las tertulias y debates cualquier día de la semana, mañana, tarde o noche.

Con el transistor de almohada (hay quien le decía que el aparato había cogido ya la forma de su oreja), se quedó observando los adornos de Navidad de la calle, al otro lado del cristal. Fuera por la hora o por la postura, aquello le recordó la tímida luz que su madre dejaba encendida en la mesilla de noche para que no tuviera miedo. Ojalá volviera, ojalá ese fuera todo el temor que sintiera ahora, el de un niño arropado en su cálida cama. Hoy, en cambio, tenía miedo hasta de la policía.
El recuerdo de su infancia hizo que se le humedecieran los ojos, pero al menos, la lágrima que resbaló por su cara estaba limpia y caliente.

La radio le trajo de vuelta a la realidad. Reprodujeron unas importantísimas declaraciones del presidente del Gobierno: «Estas Navidades van a ser las primeras Navidades de la recuperación». El Enterao se alegró muchísimo y desplegó una pícara sonrisa gris. En Nochebuena cogería un taxi, pero un taxi-taxi, un Mercedes por lo menos, y le ordenaría al conductor que le llevara al restaurante más elegante de la ciudad; allí se pondría ciego a marisco y a vino, pero a vino-vino, de botella de cristal, y luego se iría a discotecas de esas en las que sólo dejan entrar a gente importante, y al final se marcharía a dormir a un hotel de cinco estrellas, el que tenga los mejores radiadores. Y el Cuchi, el Ponche, el Cochino y los demás que se ríen de él por su afición a la política volverían a pasar la Nochebuena en la calle o en el albergue. Se lo tenían merecido. Ellos se lo habían buscado, por no estar informados.
Autor: Salva Solano (@Vota_y_calla)

"Algunos tienen desgracias, otros obsesiones. ¿Quiénes son más dignos de lástima? 
Emil Cioran


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