Primeros de agosto, pero el despertador sonaba a la misma hora de siempre,
a las 6:30, e hizo lo mismo que cada día; se duchó, se vistió, desayunó y cerró con llave para ir a trabajar. Al abrir la puerta del portal una bocanada
de aire caliente le recordó que aún siendo las 7:15 de la mañana ya se rozaban
los 30 grados. Se dirigió a la parada
del autobús, las calles ardían, estaban desiertas y la cuidad parecía
adormilada. Hoy, por lo menos, el
trayecto en bus al trabajo lo haría sentada. Llegó puntual, como siempre, a las
07:50, y saludo al vigilante de
seguridad, no lo conocía, era nuevo, debería ser el sustituto del verano. Cogió el
ascensor, sin tener que esperar mucho tiempo, sin la obligación de departir con el
resto de usuarios, sin esas circunstanciales y trilladas conversaciones sobre el tiempo. A las 08.00, ya estaba sentada en su puesto,
encendió el ordenador, y se colocó los auriculares inalámbricos para poder atender
las llamadas. Siguió con la rutina de
cada mañana, comprobación de los e-mail recibidos, el fax, ordenar el correo... Pero ésto le llevó poco tiempo, ya que no
encontró ni fax, ni e-amils, ni nada.
Al igual que cada mañana se levantó para coger un café de la solitaria máquina, pero hoy no estaba el corrillo que
siempre la rodeaba donde se comentaban
los últimos chismes que por la empresa circulaban. Vio que eran las 09:00, la
hora en que siempre le llamaba para darle los buenos días y decirle que por la noche lo
esperaba. Cuando estaba marcando su número, colgó la llamada ya que recordó que
él estaría dormido en la enorme cama de aquella habitación de hotel con vistas a
la playa, en esa misma habitación en la que ella debería estar durmiendo
mientras le abrazaba. Pero esta idílica visión se vio rota por otros
pensamientos mucho más aciagos ¿Por qué él no se había quedado durante sus vacaciones con
ella ya que por las tardes durante el verano no trabajaba? ¿No decía que por
culpa de su trabajo, sus múltiples
actividades y las ida y venidas con sus amigos casi no se veían? ¿Por qué no había
puesto más ímpetu frente a su jefe para conseguir unos días libres en octubre
cuando ella estaría de vacaciones? ¿Por qué imperaba en la empresa esa norma no
escrita que dictaminaba que aquellos que tenían pareja o hijos tenían preferencia a la hora de
escoger sus días de vacaciones? ¿Por qué se tenía que quedar ella sola en aquella ciudad aburrida y desierta?
Al notar que la frente se la arrugaba y que su pulso cardíaco se aceleraba,
signos evidentes que su mal genio acechaba, decidió desterrar esos pensamientos
especulando sobre lo que podría hacer aquella tarde. Pensó en ir a la playa, pero la hora de coche
que tenía para llegar a ella, el
bochorno y las pocas ganas de llenarse de arena le hicieron cambiar de idea. El
plan de leer un libro, entre chapuzón y chapuzón, en la piscina no le pareció
tan mala opción; pero recordó que la última vez que fue acabó rodeada de niños hiperactivos por culpa de una sobredosis de azúcar, chillando y corriendo a su alrededor, mientras unas madres histéricas se
desgañitaban en gritar ¡Dejar en paz a esa chica! con nulos resultados. La alternativa del cine parecía la mejor
opción, la sesión de la tarde, cuando la sala estaba casi vacía, sin el molesto
zumbido de móviles en silencio o el murmullo de las conversaciones en sottovoce. Así que se dispuso a consultar la cartelera
pero sólo había programadas películas infantiles, estúpidas comedias románticas o el manido blockbuster de cada verano con los mutantes, superhéroes,
alienígenas o catástrofes naturales de turno. De este modo supo que la tarde la
pasaría otra vez tumbada en el sofá, intentando sofocar el calor bajo el ventilador de techo, mientras que se imaginaba en una playa paradisíaca, en un frondoso
bosque o descubrimientos las ruinas de alguna civilización milenaria.
Y así fue discurriendo su larga y tediosa jornada, respondiendo a las
exiguas llamadas con el con el habitual fulanito no volverá hasta el 1 de septiembre, pasando niveles del Candy Crush, mirando el móvil por si no hubiera
oído el pitido de llegada de algún mensaje o llamada, o ensimismada en sus pensamientos, todo ello
para poder combatir el sopor de la mañana. Y a las 15:00 llegó por fin el final de su jornada. Cerró el ordenador, se dirigió al ascensor y picó el
botón que la llevaría al hall, y mientras
cerraba la puerta de salida dijo adiós al vigilante intentando esbozar una sonrisa, y se
encaminó hacia la parada del autobús que la llevaría de vuelta a su casa
mientras pensaba… ¡Qué largo se le haría
el mes de agosto¡... Y ¿qué narices haría ella en octubre, cuando estaría de
vacaciones y todo el mundo hubiera vuelto a su vida cotidiana?
“El tedio puede escuchar todas las voces tentadoras, tiene camino para
todos los extravíos, y no hay aberración que un momento dado no pueda servirle
de espectáculo” Concepción Arenal
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